Paloma Herce
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Gabrielle Chanel empezó poniéndose camisetas de algodón de rayas. Esas piezas que llevaban los pescadores en zonas como Biarritz y Deauville. Fue aquí, precisamente, donde abrió la primera tienda.

Coco dejó aparcadas las prendas floreadas de la época y los corsés para abrazar las prendas livianas, y con el tiempo, aparecieron las chaquetas de tweed, y con la pasarela, también las camisas. La diseñadora francesa abría el armario masculino como abría el suyo, rescatando prendas de amores y amigos.

Uno de ellos fue Arthur ‘Boy’ Capel, el más conocido de todos. Un amor del que se ha hablado mucho, incluso en la pantalla, que sirvió de inspiración para unos de los bolsos más icónicos de la firma y que supuso uno de los capítulos más oscuros de la vida romántica de la diseñadora. En 1919, Boy le dijo adiós y ella, según algunos libros e historias, nunca lo superó.

Detalle de una de las camisas de Charvet.

Boy no solo supuso un amor para Chanel, también un faro de luz en lo que a inspiración se refiere. Quizá por eso Matthieu Blazy, en su primer desfile en la Maison, decidió que la firma de camisas favorita del amante de la pionera de la casa, estuviera presente de alguna manera.

Es una realidad: las camisas de buenos tejidos, y con iniciales, se han convertido en un símbolo de lujo. Es algo propio de hombres pero cada vez son más las mujeres las que optan por la sastrería. Gabrielle Chanel fue la primera.

El cuello es una de las partes más características y expresivas de cualquier camisa.

Estamos hablando de Charvet, firma francesa de 1838 que estuvo muy presente en el armario de Boy. Christopher Charvet fue el que inició todo, quien con su maleta, iba casa por casa mostrando tejidos. Fue antes de la apertura y cuando Charvet se hizo oficial, con ese local en la rue de Richelieu.

El que fue hijo del encargado del vestuario de Napoléon I ansiaba vestir a quien quería una buena camisa. Fue algo nuevo para la época, por eso hay quien señala que es la camisería más antigua del mundo. Lo que ahora vemos en multitud de sastrerías: poder elegir un tejido o un cuello, Charvet lo hacía en el siglo XIX empezando a revolucionar la moda, como tiempo más tarde hiciera Gabrielle Chanel.

Uno de los primeros el lucir una camisa a medida fue el compositor francés Claude Debussy. Quién sabe si en su retrato más icónico, ese que aparece cuando se busca su obra Clair de Lune, es de Charvet.

También el violonchelista Jacques Offenbach —una de las grandes fuentes de inspiración de Strauss— fue uno de sus primeros clientes. El mundo de la cultura, que sabe apreciar la belleza, quería camisas a medida. Lo mismo ocurrió con escritores como el novelista Émile Zola o Jean Cocteau, gran amigo de Chanel. Era la Belle Époque y muchos lucían camisas a medida, incluido el ingeniero Gustave Eiffel quien no era bien vestido por su llamativa torre. También Marcel Proust fue uno de sus fieles clientes.

Charvet ha aparecido también en novelas o libros. Juan Valera, en su obra Genio y figura menciona la camisería. En Al filo de la navaja, Somerset Maugham también menciona la firma en novela romántica. Pero incluso Arturo Pérez-Reverte viste a su personaje Falcó con camisas de Charvet. Precisamente en este libro se habla de la situación actual de la tienda: la epatante Place Vêndome, una de las exclusivas de París. Son solo catorce minutos andando, pero es que de un local pasamos a palacio parisino en el número 28 de la plaza.

Popelinas, batistas, céfiros y velos en tonos rosa, morado y naranja.

A pesar del cambio, el proceso es igual que cuando Boy Capel acudía a fabricarse las camisas a medida. Algo que, según menciona el autor Philippe Perrot en Fashioning the Bourgeoisie: A History of Clothing in Nineteenth Century, hace que Charvet sea una de las firmas que asentará las bases de la moda de la época.

Los burgueses sentían que esa firma les ayudaba a crear identidad. Ese proceso, que parece tan sencillo, suponía elegir entre cientos, luego miles, de tejidos diferentes porque además de camisas también realizaban trajes, batas, corbatas… Dicen que hay hasta 18 medidas diferentes, que los tejidos más utilizados son los clásicos como el popelín, el algodón, el lino, la seda… Y por supuesto, son todos de la mejor calidad. De ahí su fama.

Los detalles no acaban con la elección del tejido, el cuello o el puño. También los botones tienen los mejores acabados. Algo que gusta a mujeres y hombres, pues los puños siempre acaban llamando la atención. Solo hay que fijarse en el desfile de septiembre de Chanel para entenderlo.

Una casa como esta no necesita demasiada publicidad. No solo porque algunos de los mejores escritores empezaron a utilizar sus camisas, o los burgueses de la época. Charvet ha vestido a reconocidas estrellas de Hollywood y políticos de renombre.

Dos de las figuras que, de cara al público, más camisas tienen que lucir. Es bien sabido que Gary Cooper es uno de los clientes más conocidos de la firma, al igual que John F. Kennedy, que ha sido uno de los políticos mejor vestidos de la historia. La realeza, por supuesto, también ha sucumbido a los tejidos y las medidas de la casa parisina. El príncipe de Gales está en ese abultado y exclusivo listado.

Charvet ya no pertenece a la familia Charvet pero sí que queda intacto su legado. En 1965 fue la familia Colban la que se hizo con la marca para que continuara siendo made in France. Actualmente están al frente Jean-Claude Colban y Anne-Marie Colban que, podría decirse, son los mejores camiseros del mundo. Marcel Proust defendió: “La única manera de defender la belleza es creándola”. Charvet se sigue encargando de ello.