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Durante años nos han hecho creer que transformar una casa implica una gran obra. Como elementos inherentes a esta tarea, se encuentran acciones como las de levantar suelos, tirar tabiques o, a fin de cuentas, empezar de cero.

Sin embargo, teniendo en cuenta también la situación económica, cada vez se valora más la posibilidad de la reforma como salida a esa necesidad de cambio. Además, en las redes sociales hay multitud de vídeos inspiradores que demuestra que no es necesario hacer un gran desembolso ni contratar a grandes equipos para marcar la diferencia.

Decorar sin reformar no es una solución provisional ni una renuncia. Es, en muchos casos, una elección consciente que además no tiene por qué restarle esencia al hogar. Hoy en día, es maravilloso dar con pisos, casas y apartamentos que aún conservan sus suelos de parqué originales o molduras con identidad propia.

No se trata de eliminar las raíces de la vivienda, sino de hacerlas propias, dándole un toque personal y adaptándola a los nuevos tiempos, tendencias e inquilinos.

Uno de los cambios más radicales —y menos valorados— tiene que ver con la luz, fundamental en cualquier lugar. En este caso no se trata de añadir más y, por supuesto, no de hacerlo sin una lógica.

En los últimos tiempos se ha normalizado una iluminación general, potente y uniforme, que sirve para ver, pero no para estar, que es lo que se pretende hoy en día. La casa ya no es algo circunstancial, sino un sitio que realmente se quiere habitar, dándole un auténtico significado al verbo.

Este detalle, cuando no se plantea como debiera, puede convertir los lugares en escenarios planos, sin profundidad ni intimidad. Y ahora se busca la calidez, lo acogedor.

Para conseguirlo, y darle ese toque que vaya más allá de lo obvio, lo idóneo sería introducir puntos de luz más bajos, lámparas que acompañen y optar por alternativas de pie y de mesa —que habían estado ocupando un lugar muy secundario en las últimas temporadas, sustituidas por terroríficos focos de luz blanca—.

Este tipo de gestos cambian por completo la percepción de una habitación. Una casa iluminada por capas se vuelve más hospitalaria e invita a vivir de forma real ese ya manido concepto de slow life, que a veces se queda en el tintero y solo reside en las fotos de influencers de Instagram y Pinterest.

Imagen de archivo de una estancia que combina el estilo nórdico con referencias de los años 70 y un toque minimalista y cálido. Foto de Fujiphilm en Unsplash

Esto mismo también se puede extrapolar al plano de los tejidos de cortinas, alfombras, cojines, mantas. Estos elementos, que a menudo se consideran como secundarios, pueden darle una nueva vida a cualquier espacio, sobre todo porque en muchas ocasiones inundan de color la visión global del habitáculo.

Los textiles son a la vivienda lo mismo que las prendas al cuerpo. Dotan al lugar de personalidad y a veces son sinónimo de refugio. A veces atienden a tendencias y otras a referencias atemporales que siempre funcionan. Se adaptan al público. Aquellos de tonos pasteles suelen protagonizar habitaciones infantiles. Los más profundos se reservan a los mayores.

En cualquier caso, la acción de escoger una nueva tanda de cojines, cambiar una alfombra o encargar unas nuevas cortinas no tiene que esconder tras de sí una paleta cromática perfectamente cuadrada, sino que ha de ser algo más natural.

Eso mismo se refleja también en las texturas de estos accesorios, que ahora juegan con las arrugas —algo sintomático de una generación Millennial y Z que ha desposeído a la plancha del concepto de electrodoméstico indispensable— con caídas muy casuales e incluso plisados.

Un dormitorio con un edredón fabricado a partir de un tejido con arrugas. Foto de Ashley Byrd en Unsplash

Adiós a esas casas de estética perfecta en las que parece que no vive nadie y se asemejan más a viviendas piloto que a otra cosa.

Otra de las propuestas es un infalible que cualquier padre de familia ha puesto en práctica alguna vez: la de mover los muebles.

Ellos quizás no lo hacían siguiendo de acuerdo a términos como el feng shui —el sistema de origen chino que pretende que haya armonía entre las personas y el espacio que habitan—, pero sin duda, era una de sus armas para darle una nueva vida al hogar.

En este apartado hay ideas muy sencillas: si hay espacio suficiente, para dar mayor sensación de amplitud, una buena propuesta podría ser la de retirar el sofá de la pared, en el caso de que esté sobre esta. También se puede aplicar con otras opciones de mobiliario.

Además, aquí entran en juego también la practicidad y funcionalidad, que son dos criterios que deberían tenerse en mente cuando se decora la casa. Es imprescindible aprovechar cada rincón al máximo para, también, fomentar una buena circulación por el lugar. Que todo fluya de forma lógica.

En este aspecto, el feng shui da nociones básicas de cara a la reorganización de los espacios que pueden resultar verdaderamente útiles.

  • Mantener la puerta de entrada despejada, limpia y bien iluminada.
  • No acumular objetos cerca de la entrada o de pasillos. Según esta filosofía, es símbolo de bloqueos y genera sensación de peso mental.
  • La cama debería colocarse en dirección a la puerta, es decir, que estando en la misma se mire hacia ella, en una especie de posición de control.
  • Hay que evitar posicionar espejos frente al lecho, dejar pantallas encendidas o acumular muchos objetos bajo la misma.
  • Ubicar el mobiliario de forma que se pueda caminar con facilidad, es decir, que no parezca que hay que superar una prueba de obstáculos para moverse por casa.
  • Retirar aquellos objetos rotos o que no se utilizan. Habría que hacer lo mismo con aquellos que consiguen que afloren malos recuerdos. La vivienda tiene que ser un reflejo de cómo se encuentra la vida de cada cual en el momento actual.

Por otro lado, en estos procesos es habitual también deshacerse de esos elementos que hay por casa y que en el fondo se sabe que nunca van a encontrar su sitio o que hace tiempo dejaron de tenerlo.

En un mundo totalmente saturado donde esta sensación además se sufre desde que suena el despertador —el primer estímulo— hasta que se programa la alarma 16 horas más tarde, tener un hogar repleto de cosas, quizás no sea la mejor solución para llevar un estilo de vida algo más calmado.

No obstante, esto no debería ser sinónimo de habitar una vivienda sin alma e identidad. Algunos libros revueltos por el suelo o utilizados a modo de mesita de noche, pueden marcar la diferencia, además de darle un toque de color al enclave. A veces hay que romantizar la vida.

El lujo contemporáneo, ese término aspiracional que ahora lo invade todo, no está en acumular, sino en elegir bien. En tener menos cosas, pero mejores. En convivir con objetos que aportan algo —belleza, utilidad, memoria— y prescindir de los que solo ocupan espacio.

Hay también pequeños detalles que, sin llamar la atención, cambian por completo la atmósfera. Un ramo sencillo, colocado sin rigidez, de forma orgánica. Como truco, para ello, apuesta por flores cuyos tallos parezcan estar bailando.

Decorar sin reformar implica, en el fondo, cambiar la relación que se tiene con ese espacio tan propio que podría llegar a resultar ajeno si no se cuida. Para ello hay que dejar de buscar soluciones rápidas y empezar a escuchar lo que de verdad se necesita.

Las modas van y vienen en cualquier aspecto, pero los gestos bien pensados permanecen en el tiempo. Cuando todo parece exigir inmediatez y espectáculo, aprender a cambiar sin hacer demasiado ruido se convierte casi en un acto de resistencia ante el consumismo más brutal que pide novedad a cada segundo.