Cuando el frío llega, lo hace sin pedir permiso. Empieza en los pies, sube por los tobillos, se cuela por las rendijas de las ventanas y termina instalándose en la rutina. Fuera, los días se encogen; dentro, la casa pide abrigo. Y no se trata solo de mantas o calefacción, sino de esa sensación de lugar seguro que transforma el espacio cotidiano en algo más íntimo.
Hay una estación —quizá la más lenta del año— en la que la vivienda se convierte en un lugar que se habita de verdad. El invierno obliga a mirar este espacio con otra mirada, una que va más allá de lo que queda en la superficie.
En este punto, los ojos se centran en la luz que entra, los tejidos que envuelven e incluso el olor que desprende el aire. Es el momento de volver a los materiales que aportan calidez.
Toman protagonismo las lanas, maderas e incluso la cerámica, que transporta a lo artesanal, lo que siempre supone un contundente 'sí'. Sin duda, apetece recuperar la pausa, de darle peso al gesto de encender una vela o doblar una manta.
La estética del cobijo
No se trata de redecorar, sino de reinterpretar los lugares y dirigir su estética, finalidad y accesorios hacia el confort. Un sofá cubierto con una manta de mohair puede cambiar el ánimo de una tarde.
Una alfombra bajo la mesa del comedor no solo aísla del frío: también contiene, da sentido a la escena. Los interiores invernales no buscan impresionar, sino acompañar. Pensar en un rincón para fotografiarlo ya está muy pasado de moda. Ahora toca habitarlo y fundirse con el momento.
Esta estación tiene su propio lenguaje visual: tonos tostados, grises suaves, el beis que recuerdan a la lana natural… Con la bajada de temperaturas, la casa se viste como lo hacen aquellos que la habitan: por capas.
Manta de 'mohair' de Mantas Ezcaray disponible en El Corte Inglés por 350 euros.
Bajo esta filosofía, las cortinas se vuelven más densas, nuevos cojines toman posición y, por qué no, una sobrecama de lino cae con naturalidad. Mediante estos toques se crean nuevas atmósferas cargadas de personalidad.
En esta época del año, el exceso resulta cansado. Lo que funciona es la naturalidad de lo vivido: una bandeja de madera sobre la mesa baja, un jarrón de barro con flores en las tonalidades propias de estas fechas, un libro a medias que supone una promesa de regreso, de sacar ese rato tan necesario para conectar. El desorden leve de la vida, cuya realidad difiere mucho de la perfección.
Luz que acompaña
Con el cambio de hora, la iluminación se convierte en un elemento decorativo y hay que optar por ello desde las propuestas cálidas. Atrás quedaron las bombillas blancas que recuerdan más a una sala de hospital que a un hogar.
Para que esta idea cobre sentido, una buena opción es la de apostar por lámparas de pantalla textil, que suavizan los contornos y dibujan sombras. La luz ámbar, el brillo de las velas o incluso el reflejo de una llama en el cristal de una ventana añaden profundidad a la escena.
Esto último se puede conseguir si se tiene una chimenea en casa, pero también con esas proyecciones que emulan el fuego de la misma en televisores.
Lamparita de mesa en madera de Sklum. Se trata del modelo Jeremaia y tiene un precio de 21,95 euros.
En invierno, la casa se fragmenta en rincones: el sillón junto a la ventana, el extremo de la mesa donde cae el sol de mediodía, la esquina del dormitorio donde apetece leer antes de dormir… Espacios que invitan a quedarse y que demuestra que, en muchas ocasiones, el mejor lugar de ocio se encuentra allí.
Las texturas cuentan
Hay algo primitivo en el placer de tocar una manta de lana gruesa o de apoyar los pies descalzos sobre una alfombra. El invierno también devuelve el tacto, un sentido que parece perderse un poco en los meses de calor, cuando todo sobra y se busca la ligereza.
Jarrón de cerámica Check de Westwing por 67,99 euros.
Los materiales naturales —lana, lino, madera, piedra— envejecen bien y ganan carácter con el uso. En una época de luces frías y pantallas encendidas, su presencia calma.
Selección de flores de otoño de la tienda especializada en ramos y plantas Colvin. El precio de la propuesta es de 34,99 euros.
El truco está en mezclarlos: una silla de roble junto a una mesa lacada, un cojín de terciopelo sobre un sofá de lino o un cuenco de barro sobre una superficie pulida. El contraste es lo que da vida al conjunto, una suerte de mix and match que logra trascender los tiempos porque su esencia básica debería radicar en la personalidad de cada cual, más allá de modas y tendencias.
Funda de cojín bordada de terciopelo con flecos Onyx, de Westing. Su precio es de 44,99 euros.
El aroma del momento
También el olor forma parte del abrigo. Un hogar cálido huele a pan recién hecho, a vela encendida, a madera que respira o a ese bizcocho de limón que siempre hace tu madre y que perfuma cada estancia, colándose en cada rincón.
En esta época del año, los aromas resinosos, como el cedro o el sándalo, aportan una sensación de recogimiento; los cítricos suavizan el ambiente. No es necesario apostar por fragancias cargantes. A veces solo hay que potenciar aquello que ya define cada casa.
Vela mediana Incense de Loewe. Su precio es de 190 euros.
El invierno tiene, además, un sonido distinto. El crujido de la madera, el murmullo de la lluvia, el ruido del agua al hervir para un té o el café de la mañana que hace más llevadero el peso del despertador. Son pequeñas piezas de una banda sonora doméstica que invita a bajar el ritmo y a encontrar pequeñas motivaciones en el día a día para sobrellevar las frenéticas agendas.
El lujo de lo cotidiano
Preparar la casa para el frío no requiere grandes compras, sino, quizás, de una mirada más lenta y reposada. Puede que sea el momento de sacar la vajilla que solo se usa en ocasiones especiales. Tal vez, sea interesante darle un lugar privilegiado más de vez en cuando. Al final, cada momento cuenta.
En esta estación, siempre es buena idea encender una lámpara a media tarde que invite a ver ese capítulo que se quedó a medias por falta de tiempo, a revisionar la comedia romántica que nunca falla o a releer ese libro en cuyas páginas siempre se encuentra la lectora.
El gesto de colocar una manta doblada sobre la cama anticipa el descanso, esa sensación de confort al colarse entre las sábanas y sentir el peso del edredón, el abrazo de las, a veces, denostadas mantas clásicas.
En todos estos detalles también reside ese concepto, ya un poco manido a la par que de rabiosa actualidad, del lujo silencioso, que en este caso resulta sinónimo de cuidar el espacio que nos cuida, que sirve de refugio en los mejores días, pero también en las jornadas que más cuestan.
Escena de la serie 'Normal People', un lugar al que siempre volver.
En línea con esto, también hay que señalar que existe una especie de belleza discreta en el hogar que se adapta al frío: en las sábanas de algodón que conservan el calor, en los muebles que parecen más sólidos bajo la luz baja, en el vapor que empaña los cristales…
La decoración, entonces, deja de ser un ejercicio estético y se convierte en una forma de estar y ser. Una especie de Credo de estilo de vida que lo hace todo más llevadero.
Habitar la estación
La época invernal enseña algo que a veces olvidamos durante el resto del año: que el tiempo tiene que vivirse y, a ser posible, hacerlo de forma pausada. Sobre todo porque no es este el que pasa, sino que lo hacen las personas. Las mismas que a veces se olvidan de ello.
Así que sí, conviene poner la casa en modo abrigo. No por estética, sino por instinto. Porque en un mundo que siempre empuja hacia fuera, esta época recuerda la importancia de mantener una vista algo más introspectiva a la casa, al cuerpo, al tan necesitado silencio.
Y ahí, entre tejidos cálidos, luces suaves y una taza de café, té o chocolate, por qué no, entender que esta filosofía de diseño lo que esconde es una forma más de autocuidados.
