Publicada
Actualizada

Durante años, Nadia pasó sus jornadas entre estanterías de medicamentos, recetas médicas y colas interminables de clientes. Era técnica de farmacia y conocía bien el ritmo frenético del mostrador, las prisas ajenas y las quejas acumuladas.

Hoy su escenario es otro muy distinto: una cabina elevada, un volante enorme y cientos de kilómetros por delante. Cambió la bata blanca por el chaleco reflectante. Pero no fue una decisión improvisada.

Llegó tras meses de cansancio mental y una sensación constante de desgaste. "Me quemé", resume sin rodeos. La pandemia terminó de empujarla. "Estar de cara al público todo el día me superó. Necesitaba silencio, distancia, algo que fuera solo mío", explica. Ese "algo" apareció en forma de camión.

Pasar días enteros en la carretera no es una vida sencilla. En España, miles de conductores profesionales viven pendientes del reloj, del tráfico y de los plazos de entrega. Duermen en áreas de servicio, comen cuando pueden y dependen de factores que no controlan. Aun así, Nadia encontró en ese caos una forma de orden personal.

Conduce una bañera, un camión volquete utilizado para transportar materiales. "Te manchas, pero no sudas", bromea. Su rutina empieza antes de que amanezca. Se levanta alrededor de las cinco y arranca a las seis. El regreso a casa nunca tiene hora fija. "Depende del tráfico, de la carga, de si hay un accidente o un atasco. Hay días que vuelves pronto y otros que se hacen eternos".

La carretera como refugio

Para muchos, el camión es sinónimo de soledad. Para Nadia, es justo lo contrario. "Aquí estoy tranquila. No tengo a nadie reclamándome nada cada cinco minutos", dice. El silencio de la cabina, interrumpido solo por la radio o el ruido del motor, le da una paz que no encontraba antes.

Su vehículo es casi una pequeña casa sobre ruedas. Tiene cama, espacio para guardar comida y una impresora para los albaranes. Cada detalle está pensado para pasar muchas horas, incluso días, fuera. "Aprendes a organizarte rápido. Si no, la carretera te pasa por encima".

El cansancio físico existe. Las jornadas largas, las horas sentada y el sueño irregular acaban pasando factura. "No es solo conducir. Es aprender a escuchar tu cuerpo y saber cuándo parar", explica. Aun así, asegura que el desgaste mental es menor que en su trabajo anterior. "Aquí el estrés es distinto. Es más controlable".

Lejos de lo que imaginaba, no se ha sentido rechazada en un sector históricamente masculinizado. "Pensaba que sería mucho más machista", admite. La mayoría de sus compañeros son hombres mayores, muchos padres y abuelos. "Me tienen supermimada", dice entre risas.

Eso no significa que no haya vivido situaciones incómodas. Recuerda algún comentario fuera de lugar. "Uno dijo algo sobre lo buena que estaba. Le miré y le pregunté si tenía valor para decírmelo bajando del camión. No volvió a decir nada". Aprendió pronto a marcar límites.

Un sector poco adaptado

Más allá de las actitudes, el propio diseño del trabajo sigue pensado para hombres. Las áreas de descanso suelen tener baños en mal estado y, en muchos puntos de carga, directamente no hay aseos para mujeres. "Si tengo que ir al baño, uso un tubo de plástico", cuenta con naturalidad. "Es lo que hay".

Estos detalles, invisibles para muchos, son barreras reales para que más mujeres se animen a conducir camiones. En España, apenas una pequeña parte de los conductores profesionales son mujeres. Las razones son múltiples: horarios imprevisibles, conciliación complicada y una cultura laboral que durante décadas ha sido exclusivamente masculina.

Nadia decidió mostrar su día a día en redes sociales. No para quejarse, sino para enseñar la realidad sin filtros. "Cuando empecé a buscar referentes, casi todas eran extranjeras. Apenas había mujeres españolas enseñando este trabajo", explica. Sus vídeos muestran amaneceres en carretera, cargas de material y momentos cotidianos en la cabina.

Pero también recibe comentarios negativos. El primero que recuerda sigue grabado en su memoria: "Las mujeres tienen que estar en la cocina". No le sorprendió. "Sabía que iban a llegar", dice. Lo que sí le sorprendió fue la cantidad de mensajes de apoyo, especialmente de otras mujeres que se plantean un cambio de vida similar.

Falsa libertad

Con el tiempo, Nadia ha aprendido que la libertad del camionero es relativa. "Tienes esa sensación de que puedes parar donde quieras, pero no es del todo verdad", explica. Hay horarios, tacógrafos, entregas y normas estrictas.

"Es el único trabajo en el que se hace trampa para trabajar de más", dice medio en serio, medio en broma, en referencia a las horas extra encubiertas que muchos conductores asumen para cumplir plazos.

Aun así, no se arrepiente. Siente que, por primera vez, su trabajo encaja con su forma de ser. "No necesito hablar con nadie para hacerlo bien", afirma. Le gusta la responsabilidad de manejar un vehículo de varias toneladas y la concentración que exige cada kilómetro.

Entre gasolineras, polígonos industriales y paisajes que cambian cada día, ha encontrado una vocación que no esperaba. "Nunca pensé que acabaría aquí", reconoce. Pero ahora no se imagina volviendo al mostrador.

Sabe que no es una vida para todo el mundo. La carretera exige sacrificios, resistencia y una cierta capacidad para convivir con la incertidumbre. Pero también ofrece algo difícil de encontrar en otros trabajos: la sensación de avanzar, literal y emocionalmente.