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Dalia Domínguez trabaja como camarera, cobra 1.300 euros al mes y tiene un hijo de 9 años. Su historia no es única, pero sí representa la situación del mercado del alquiler en España.

Una situación que, lejos de estabilizarse, continúa alejando a miles de personas de una vivienda digna, incluso aunque tengan empleo.

Su realidad es la de muchas trabajadoras que sostienen sectores clave de la economía y, aun así, no consiguen sostener su propia vida cotidiana.

El alquiler, convertido en un bien de lujo en muchas ciudades, ha dejado de ser una opción real para una parte creciente de la población.

"No me puedo permitir irme a una casa de alquiler. Cobro 1.300 euros", resume Dalia al asistir como público al programa televisivo laSexta Xplica.

Sueldos insuficientes

Son muchas las familias españolas a las que un solo sueldo no les alcanza para vivir bajo un techo propio.

Dalia vive actualmente en una pensión. No porque quiera, sino porque no tiene alternativa. Buscar un piso en alquiler se ha convertido para ella en una carrera imposible desde el inicio.

"Vivo en una pensión porque la situación actual de los alquileres no me lo permite", explica. La frase encierra una renuncia forzada a la estabilidad, a la intimidad y a la idea misma de hogar.

Con un salario de 1.300 euros, los números no cuadran. En muchas ciudades españolas, especialmente las principales capitales, los alquileres superan con facilidad los 800 o 900 euros por un piso modesto. A eso hay que sumar gastos básicos como luz, agua, transporte o alimentación.

El mercado exige hoy que el alquiler no supere el 30% de los ingresos, una regla que en la práctica se ha vuelto irreal. En el caso de Dalia, incluso destinar la mitad de su sueldo sería insuficiente.

"Con ese dinero no me puedo permitir ahora mismo un alquiler", insiste. No es una queja abstracta, sino una constatación matemática.

Condiciones abusivas

A la situación económica de los españoles, se suma otra barrera cada vez más habitual: los requisitos de acceso.

Avales bancarios, meses de fianza, seguros de impago y contratos indefinidos con cierta antigüedad se han convertido en filtros que excluyen a quienes, paradójicamente, más necesitan una vivienda.

"El tema de los avales, tienes que tener un mínimo de dinero también... Todo es insostenible", resume Dalia en su intervención televisiva.

Dalia no está en paro. No depende de ayudas sociales ni de ingresos irregulares. Trabaja de forma estable en hostelería, uno de los sectores que más empleo genera en España y que, al mismo tiempo, más dificultades tiene para garantizar salarios suficientes para vivir.

"Yo soy camarera y no me lo puedo permitir", dice. La frase pone el foco en una contradicción estructural: empleos esenciales con sueldos que ya no permiten cubrir necesidades básicas como la vivienda.

Su jornada laboral no es el problema. Tampoco la falta de voluntad. El problema es un mercado que ha desvinculado el precio del alquiler de los salarios reales.

Dalia es madre y sostiene su hogar prácticamente sola. "Aparte, tengo un hijo de 9 años y trabajo yo sola. Mi pareja viene a veces de extra, pero la que trabajo de fijo soy yo", explica.

Esa responsabilidad multiplica las dificultades. No solo se trata de encontrar un techo, sino de hacerlo en condiciones mínimas de estabilidad para un menor.

Foto de archivo de una vivienda de alquiler

Sin embargo, la situación ha llegado a un punto límite. "Mi hijo tiene que vivir con su padre y es la única solución que veo ahora mismo", reconoce.

Este tipo de decisiones, cada vez más frecuentes, rara vez aparecen en las estadísticas. Pero son una consecuencia directa del encarecimiento de la vivienda y de la falta de alternativas públicas suficientes.

Exclusión social

El caso de Dalia refleja un fenómeno más amplio: el alquiler ya no es solo un problema económico, sino un factor de exclusión social. No poder acceder a una vivienda condiciona la vida laboral, familiar y emocional de miles de personas.

Vivir en una pensión implica precariedad permanente. No hay contratos a largo plazo, no hay espacio propio, no hay posibilidad de construir un proyecto de vida estable. Todo es provisional.

El alquiler ha absorbido una parte desproporcionada de los ingresos, mientras los salarios avanzan a un ritmo muy inferior. A eso se suma la presión de la demanda, la escasez de vivienda asequible y la transformación del parque residencial en un activo financiero.