El 1 de noviembre los gorgoritos de Mariah Carey comienzan a resonar entre las canciones más escuchadas de Spotify. De repente, la gente es consciente de que las luces ya cuelgan imponentes en las calles, esperando la fecha que marca su encendido oficial.
En los supermercados, los dulces se agolpan en sus estantes, casi saltando a las cestas y carros de los clientes. En las carteleras de las plataformas de contenido audiovisual, títulos como The Holiday, cualquier secuela de Bridget Jones o algún taquillazo cursi con Vanessa Hudgens como protagonista presentan finales felices donde siempre se comen perdices.
La Navidad cada vez llega antes y con ella, esa alegría propia de estas fechas que, por tradición o gracias a la cultura pop, se ha inculcado en la sociedad. Son muchos los que disfrutan de ella y aprenden a ver el brillo que se da en esta época más allá del obvio. Sin embargo, es también habitual toparse con casos de personas a las que estas festividades les suponen un hándicap.
Nunca llueve a gusto de todos y con esta situación no iba a ser diferente. Estas celebraciones se asocian a la familia, las comidas copiosas, los regalos o la buena compañía. Si se puede disfrutar de todo ello, la combinación es maravillosa. Si, por el contrario, es complicado hacerlo, puede convertirse en una bomba para la salud mental y física.
En este último caso, resulta además difícil gestionar las circunstancias, ya que la expectativa es contar con una sonrisa pintada en la cara y que nada desestabilice ese clima tan esperado. Todo ello se traduce en una presión para aquellos que no terminan de sentirse cómodos en estos supuestos.
Realidad vs. ficción
Teniendo en cuenta lo ya mencionado, a veces es complicado discernir cuándo esa felicidad contagiosa que se prodiga en estas fechas es verdadera o cuándo se está impostando —especialmente si se está haciendo para complacer a alguien—.
"En una época tan idealizada como la Navidad, distinguir entre lo que realmente necesitamos y lo que el entorno espera de nosotros puede convertirse en un desafío. El bienestar genuino se reconoce porque surge con naturalidad: se siente como calma, equilibrio y libertad para elegir qué nos hace bien", destaca María Blanco, psicóloga.
Julia Rodríguez, braintrainer y mindset mentor, se manifiesta también en esta línea: "La alegría auténtica no necesita hacer ruido. Cuando la experimentamos de forma verdadera, el cuerpo lo sabe, se expande, respira mejor y se relaja. Estamos muy presentes".
Por otro lado, si la cuestión se desplaza al punto opuesto de la balanza, el de la presión social, los síntomas son también claros, aunque quizás el problema con ello esté en reconocerlos y reconocerse en esa situación.
'Frame' de la primera película de 'Brigdet Jones'.
"En estos casos aparecen la tensión y la culpa. Muchas veces hay que interpretar un papel aunque el estado interno no acompañe. Cuando el cuerpo se contrae, la mente se acelera y las decisiones se toman para no decepcionar a nadie. Así, probablemente, estemos respondiendo a una exigencia externa y no a un deseo propio", comenta Blanco.
Una vez más, el criterio de la psicóloga y el de la braintrainer se alinean: "Cuando ese bienestar es sólo una máscara, el cuerpo se tensa y se contrae. Sostenerla activa el sistema de alerta del cerebro. Aparecen palabras internas que se asocian a la depresión, sensaciones de contención, presión en el pecho o ese nudo en el estómago que tarda en deshacerse...", destaca Rodríguez.
M.G. ha decidido pasar este año parte de las fiestas alejada de su familia, en concreto, la Nochevieja. Es la primera vez que lo va a hacer así y comenta que no siente ningún tipo de culpabilidad al respecto.
"Al contrario, estoy muy ilusionada y contenta por poder irme y además tener ya un plan cerrado. No voy a estar aquí —en Madrid— y voy a pasármelo bien de verdad. De hecho, estaré con alguien a quien le importo y que de manera real me quiere", señala en referencia al amigo con el que va a pasar fin de año.
No obstante, a pesar de su estado de gracia respecto a esta forma diferente de disfrutar del 31 de diciembre, también destaca que no se le hace tan extraña la decisión por otras razones.
"Aunque previamente he pasado estos días con gente que me hacía sentir como en casa, estaba en un entorno que no era el mío como tal", se refiere al de su antigua pareja, que la acogía en estas fechas al sentirse incómoda en su hogar. M.G. comenzó a enfocar así las celebraciones cuando dejó de hablar con su madre, con la que sigue conviviendo y tiene una relación compleja.
De acuerdo a su experiencia —y teniendo en cuenta su contexto—, la joven se expresa así sobre estas fechas señaladas en rojo en el calendario de la mayoría: "Para mí las Navidades son más un castigo que una celebración. Deberían ser sinónimo de unión, amor y diversión. Y esas son cosas que mi familia no puede ofrecerme".
Por otro lado, Julia Rodríguez comenta que desde su centro, Brain Star Training, han detectado varios mecanismos biológicos de gestión que se activan en estos casos. "La distancia entre lo que sentimos y lo que mostramos los encienden".
Estos se resumen en que el sistema de alerta del cerebro se active, "en respuesta, comienza a liberar cortisol y adrenalina, las conocidas como hormonas del estrés. Mantener una emoción impostada es cognitivamente muy desgastante. Implica controlar la expresión facial, modular la voz, inhibir la emoción real o sostener un guion constante", destaca la braintrainer.
Todo esto desemboca a la vez, según la profesional, en un agotamiento de la glucosa, una sobrecarga de la corteza prefrontal, disminución de la capacidad de concentración, de la flexibilidad mental y de la toma de decisiones.
"El segundo mecanismo es la desregulación del sistema nervioso autónomo. Cuando sostenemos durante semanas una versión forzada de bienestar, el cuerpo entra en un estado de hiperactivación continua. Estamos durmiendo peor y no nos desconectamos y no regeneramos adecuadamente", dice la experta, que destaca que en su consulta lo llaman estrés silencioso, "porque no siempre se expresa en forma de crisis, pero sí se acumula a nivel fisiológico".
Jude Law y Cameron Diaz en 'The Holiday'.
Por último, el tercer efecto que menciona es emocional: "Forzar ese bienestar evita que procesemos lo que de verdad está ocurriendo y hace que el estado se intensifique. La máscara emocional puede protegerte por unas horas, pero a largo plazo, te está desconectando de tus necesidades reales y reduce la capacidad de autorregulación", comenta.
Límites y herramientas
Cuando se generan unas expectativas sobre algo, especialmente por parte del entorno, se recomienda establecer unas líneas que no se deberían cruzar. La situación se agrava cuando esto hay que hacerlo con gente muy cercana.
En estas fechas, por supuesto, sucede. De forma más o menos inesperada, llegan preguntas impertinentes, comentarios fuera de lugar o momentos en los que hay que socializar, guste más o menos, con gente con la que quizás no apetece hacerlo.
Ante estas situaciones, Teresa Herrero, coach transpersonal, recomienda practicar una comunicación asertiva, aunque resulte una tarea compleja en ocasiones. En su propuesta incluye la mención de frases como "prefiero no hablar de eso" o "esas palabras no me hacen bien".
Por otro lado, la psicóloga María Blanco destaca lo siguiente: "Cuando alrededor parece obligatorio 'ponerse en modo Navidad', marcar límites puede generar miedo. Sin embargo, son una manera de preservar el bienestar propio y, a la larga, también el de los demás".
"Comunicar las necesidades con claridad, proponer alternativas y mostrar respeto por los planes del grupo permite mantener vínculos sanos sin traicionar el propio estado emocional. Una pauta de este tipo bien expresada no apaga la celebración: evita que se construya a costa del agotamiento de una persona", añade.
Una de las escenas más míticas de 'Love Actually' mostrando a uno de los grandes villanos de la Navidad.
La experta también habla de cómo durante esta época se tiende a maquillar el cansancio emocional con "sonrisas obligadas". No obstante, como ella misma comenta, en estos momentos "las señales de que nos estamos excediendo también aparecen: irritabilidad, fatiga constante, problemas de sueño o somatizaciones".
"Reconocer estas pistas permite abrir un espacio real para lo que duele, sin esconderlo bajo una capa de entusiasmo forzado. Dar nombre a lo que se siente permite hacer pausas y aceptar que no todo tiene que ser luminoso en diciembre. Es algo que ayuda a disminuir la presión interna y favorece un equilibrio más saludable", señala.
Respecto a todo esto, según Julia Rodríguez, desde Brain Star Training se trabaja partiendo de una premisa clara: el bienestar no se fuerza, se entrena. "Cuando el cuerpo siente que puede ser honesto, el sistema nervioso baja la alerta, la respiración se reorganiza y la mente recupera espacio para pensar con claridad y actuar desde la presencia, no desde la tensión".
Mirada femenina
Para muchas mujeres, enfrentarse a la época navideña supone un reto físico y psicológico. Y no necesariamente porque no disfruten de las mismas o no les haga ilusión, sino por las rutinas maratonianas que asumen por imposición social.
Habitualmente quedan al cargo de fastuosas cenas y de todas las compras. Esos regalos que Papá Noel y los Reyes Magos dejan bajo el árbol, muchas veces los envuelven sentimientos de culpa, cansancio y unas expectativas terroríficas. ¿Cómo se negocia el derecho a no poder con todo entonces?
"Para muchas la Navidad es un desafío imposible y, además, invisible. Se espera de ellas eficacia en el trabajo y calidez absoluta en el hogar. Es una doble narrativa interna muy difícil de sostener. Culturalmente se sigue premiando la entrega silenciosa. Que todo funcione, que todos estén bien, que nada se note. Pero ese modelo tiene un coste muy alto desde la neuropsicología: se activa un modo de alerta continuo", detalla Julia Rodríguez.
Y es que en estos casos, tal y como menciona la profesional, el cerebro pasa del foco al sobreesfuerzo: gestiona tareas, anticipa necesidades, regula emociones ajenas y sostiene la logística familiar. Es un multitasking emocional y operativo que agota los recursos cognitivos esenciales como la atención, la memoria de trabajo, la flexibilidad mental y drena la energía emocional.
"Muchas mujeres experimentan ahora lo que llamamos fatiga de liderazgo doméstico, un desgaste silencioso que no se nombra, pero que es real, acumulativo y además profundamente injusto. No es que no puedan con todo, es que nadie está diseñado para sostener simultáneamente ese rendimiento laboral y el manejo invisible del bienestar de todos los demás", apostilla.
Entonces, volviendo a la cuestión inicial, ¿cómo se lidia con ese derecho a no poder con todo, a no decir no? "Pues yo diría que con tres movimientos clave. El primero sería nombrando la carga, ya que si se hace se consigue regular. Reconocer el esfuerzo no lo agranda, sino que lo hace visible", destaca.
El listado continúa con lo que ya se ha mencionado, el establecimiento de límites de forma clara y sin culpa. "El sistema nervioso funciona mucho mejor cuando sabe qué puede sostener y qué no. Estas líneas infranqueables protegen la salud mental, no la amenaza", dice.
Y por último, redistribuyendo tareas y expectativas. "La corresponsabilidad no es un gesto de generosidad ajena, es una necesidad biológica que tenemos. Compartir la logística reduce la hiperactivación y permite que el cuerpo vuelva a un estado de equilibrio".
"La Navidad no debería medirse por cuánto haces, sino por cuánto te respetas mientras lo haces. Negociar el derecho a no poder con todo no resta valor. Añade salud, lucidez y presencia, que es precisamente lo que estas fechas necesitan", expresa de forma sabia la braintrainer.
Esta época se encuentra repleta de expectativas. A veces, tan altas que se transforman en un reto personal, un desafío invisible y agotador, sobre todo para quienes, de manera silenciosa, asumen el peso de hacerla perfecta.
Y es que, aunque se venda como la época de la alegría y la unión, las realidades personales se multiplican en la oscuridad de las sonrisas forzadas. La presión de mantener esa fachada perfecta puede desgastar tanto física como emocionalmente. No es cuestión de no querer disfrutar, sino de cómo nuestras estructuras sociales y familiares exigen un rendimiento que excede los límites humanos.
Aceptar que está bien no poder con todo, que no siempre es posible cumplir con aquello que se espera, y que decir no, no debería ser un sinónimo de fracaso, sino de autocuidado.
