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Según datos oficiales del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, cada año llegan a España unas 600.000 personas inmigrantes en busca de una vida mejor. Vanessa Lemus, una joven colombiana, es una de ellas.

Aterrizó en España en octubre de 2019, concretamente en Alicante. Sin una red de clientas y con una profesión aprendida en familia y perfeccionada en academia de peluquería.

Tras meses de trabajos mal pagados, pandemia, embarazo y domicilios con la maleta al hombro, hoy sostiene su propio salón en la ciudad valenciana.

Peluquera en España

Vanessa se crio entre secadores y tintes. Trabajó en la peluquería familiar de su tía y luego se formó académicamente para ganar seguridad y dominar la teoría del color.

En 2019, su pareja viajó a Madrid y ella, siete meses después, tomó el mismo rumbo. Vendió su moto y muebles para pagar el billete y aterrizó en España en octubre de 2019. La recibió una prima en Alicante: ese primer techo fue vital para no hundirse mientras buscaba ingresos.

El primer trabajo llegó alquilando una silla por 200 euros al mes en una barbería-estudio de tatuajes. Sin clientela, apenas cubrió el alquiler. Probó después en otra peluquería hallada en Internet.

"Me pagaban 400 euros, de lunes a sábado y, aunque el dinero no llegaba, sirvió para "aportar algo" en casa. Aun así, la distancia y el horario hacían imposible complementar con domicilios", asegura.

Vanessa, sobre el precio de abrir una peluquería en España

A comienzos de 2020 encontró un puesto algo mejor (unos 700 euros), pero el 12 de marzo la pandemia lo paró en seco.

"Nunca me había sentido tan triste", recuerda. En pleno confinamiento, en abril, supo que estaba embarazada.

Reinventarse

Cuando reabrieron, negoció cobrar por lo trabajado y reactivó una idea que ya había tanteado al llegar: publicar en grupos de Facebook con fotos del "antes y después", número de móvil y asesoría gratuita.

A los tres días empezaron a entrar trabajos, sobre todo queratinas a domicilio. Compró producto profesional y ajustó precios según largo y abundancia.

No era fácil: dolor de cintura, olores fuertes, el bebé en camino y una maleta con secador, planchas y cepillos. Aun así, las clientas repetían. Algunas iban luego a su casa, donde Vanessa las advertía sobre el lavado en la bañera y pausas si el niño lloraba. Y funcionó.

Salto al local propio

En octubre (tras nacer el bebé en enero y una etapa atendiendo en casa), surgió la oportunidad: alquiler de un local por 400 euros más suministros.

No había reforma posible. Empezó "haciendo" uñas y el local necesitaba mucho. Paredes por pintar, muebles modestos y stock mínimo.

La peluquería se sostiene, aunque "sube y baja": noviembre fuerte, diciembre mejor, enero flojo. Sus metas son claras: pintar, cambiar mobiliario y ampliar productos en cuanto el flujo lo permita.

Lo suyo es captación en redes y boca a boca. Además, recuerda lo obvio que muchos ocultan: trabajar regulado exige papeles y ser autónoma sin permiso no es posible.

Atiende a españolas, pero su núcleo es latino. La clienta colombiana es "más vanidosa": uñas, mechas, trenzas, pestañas y, sobre todo, alisados.

El caso de Vanessa es compartido por otras tantas personas que llegan a España sin papeles, cuando toca escalar y complementar con lo que salga. Su consejo es la actitud, constancia y honestidad con los números. Y, cuando se pueda, regularizarse para crecer.