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La crianza de los hijos es una de las experiencias más enriquecedoras de la vida, pero también una de las más complejas. Cada etapa del crecimiento trae consigo desafíos únicos: desde las noches sin dormir, hasta los primeros "no" rotundos, pasando por las preguntas constantes hasta la búsqueda de independencia a medida que van haciéndose mayores.

Aprender a manejar sus impulsos, fomentar su empatía o protegerlo de las situaciones consideradas como amenazantes no siempre es sencillo y los padres se enfrentan a la difícil tarea de equilibrar el amor incondicional con la necesidad de establecer límites claros, siempre bajo la incertidumbre de si están haciendo lo correcto.

Sin embargo, en ocasiones, no tenemos que prestar tanta atención en cuáles son sus comportamientos, sino en cómo son los nuestros. Según los expertos, los padres sirven como modelo a seguir para sus hijos, quienes imitan sus comportamientos, actitudes y valores. Una influencia que es especialmente fuerte durante la infancia, donde los niños aprenden principalmente por observación y repetición para lo bueno, pero sobre todo, para lo malo.

La importancia de la crianza espejo

Existen una serie de requisitos que todo padre desea para sus hijos: que sea respetuoso, que sepa comunicarse, gestionar sus emociones y a poder ser que muestre su cariño habitualmente. Además, que sepan reconocer sus errores y ofrezcan disculpas cada vez que se equivocan o hacen daño a alguien.

Lejos de ser comportamientos que deben enseñarse —que también—, la gran mayoría de las veces que aparecen estas conductas es porque se ven en casa. Los niños aprenden principalmente a través de la observación: aunque no lo parezca, son extraordinarios lectores del comportamiento de los adultos y suelen replicar lo que ven más que lo que se les dice. 

Es habitual querer que nuestro hijo se comporte de una manera, o desarrollen una sensibilidad que les permita ser respetuosos y pedir perdón no solo a nosotros como padres cuando se equivocan, sino también a los demás. Queremos que sean capaces de identificar cuándo han cometido un error, que reflexionen sobre ello y que tomen la iniciativa de disculparse.

Sin embargo, según el psicoterapeuta Rafa Guerrero, "no podemos pretender que nuestro hijo pida perdón cuando nosotros jamás le hemos pedido perdón a nuestra pareja". No podemos exigir a los más pequeños algo que nosotros como padres y modelos a seguir no hacemos —o él no ve— en la vida cotidiana.