La ansiedad es un trastorno de salud mental que está muy estrechamente vinculado a síntomas aparentemente normales. De hecho, se trata de una respuesta natural del cuerpo a través del cual nos enfrentamos a peligros, amenazas y desafíos tanto reales como ficticios; sin embargo, puede convertirse en un problema cuando es desproporcionada y demasiado prolongada para el estímulo desencadenante.
En estos casos, la gran mayoría de las personas sufren lo que conocemos como ataques de ansiedad: una oleada repentina de miedo o malestar intenso que alcanza su máxima intensidad en pocos minutos. Durante este episodio, se puede experimentar una combinación de síntomas físicos y cognitivos, como palpitaciones, dificultad para respirar, opresión torácica, sensación de irrealidad o miedo a perder el control.
Más allá del trastorno en sí, aprender a controlar los ataques de ansiedad es uno de los grandes desafíos de quienes conviven con ella. Según el psiquiatra Alejandro Martínez, el hielo puede ser un gran aliado para ello gracias a su capacidad para activar lo que se conoce como el "reflejo de inmersión". Tal y como explica el experto, "es tan sencillo como aplicarse hielo en el cuello durante unos minutos y combinarlo con unas respiraciones profundas".
El hielo y la ansiedad
Según Alejandro Martínez, la táctica del hielo es una de las técnicas que recomienda a sus pacientes para aliviar los ataques de ansiedad en pocos minutos. El experto, de hecho, lo considera como "un botón de reinicio" para "calmar el cuerpo" gracias a su interacción con el cuerpo a nivel fisiológico, especialmente en relación con el sistema nervioso autónomo.
El hielo tiene la capacidad de activar lo que se conoce como el "reflejo de inmersión", un mecanismo del cuerpo humano, compartido con muchos mamíferos acuáticos, que se desencadena cuando el rostro entra en contacto con agua muy fría. Al activarse, provoca una serie de respuestas automáticas en el organismo: se reduce el ritmo cardíaco, los vasos sanguíneos se contraen y se prioriza el flujo sanguíneo hacia los órganos vitales.
Más allá de estos efectos físicos, lo que resulta especialmente relevante del hielo en los ataques de ansiedad es la estimulación del nervio vago, una parte fundamental del sistema parasimpático, la rama del sistema nervioso encargada de promover estados de descanso y recuperación.
Cuando el nervio vago se activa, se envían señales al cerebro que inducen un estado de calma, contrarrestando cualquier estado de hiperactivación que es muy habitual durante los ataques de ansiedad. De esta forma, simplemente aplicando hielo en ciertas zonas del cuerpo, como el cuello, inducimos este mecanismo de forma natural.
Además de la agitación propia del ataque de ansiedad, el cuerpo tiene otras respuestas como la taquicardia, sudoración o temblores, algo que el hielo también puede contrarrestar. Al aplicarlo, se introduce un estímulo físico concreto e intenso que desvía la atención del caos mental hacia una experiencia sensorial momentánea. En otras palabras, hacemos que nuestro cerebro deje de pensar en aquello que le está causando la ansiedad.
Esta distracción puede interrumpir el ciclo de retroalimentación entre pensamiento ansioso y reacción corporal, ofreciendo un pequeño "reseteo" que permite recuperar el control y respirar con mayor facilidad, algo que también ocurre con otras técnicas como la respiración consciente, la cual podemos combinar con el hielo, explica el experto.