Elena Pérez
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El Museo del Traje se convirtió el 5 de noviembre en un ejercicio colectivo de memoria. El ciclo Historias de Libertad: las mujeres rurales en la Transición reunió a juristas, políticas y agricultoras para recordar que la democracia no sólo se negoció en los despachos, sino que se sembró en los campos y en las casas donde tantas mujeres trabajaron sin derechos.

La encargada de inaugurar la jornada fue Begoña García Bernal, secretaria de Estado de Agricultura y Alimentación. Desde el atril, reivindicó la necesidad de mirar atrás sin ingenuidad: “Organizar este encuentro era importante para nosotras. Hablar y reunirnos para hablar de aquellas que abrieron el camino y entregaron su vida por un futuro mejor”.

La dirigente invitó al público a un viaje en el tiempo hasta 1933, cuando mujeres y hombres votaron en igualdad por primera vez. Un derecho que, recordó, “duró casi un suspiro” antes del golpe de Estado y los cuarenta años de dictadura que borraron de un plumazo lo conquistado. “Lo que costó tanto construir bastó una dictadura para destruirlo”, subrayó.

Por eso, expresó sobre el escenario, "siempre pedimos verdad, justicia y reparación”. El derecho de las mujeres a votar regresó con la Transición y quedó blindado con la Constitución. En ese repaso citó a las pioneras —Victoria Kent, Margarita Nelken, Clara Campoamor— y reclamó que sus nombres, y los de muchas otras, “deben estar siempre en las escuelas".

La secretaria de Estado de Agricultura y Alimentación, Begoña García. Esteban Palazuelos

La secretaria de Estado quiso mencionar también a la recientemente fallecida Carlota Bustelo, primera directora del Instituto de la Mujer. Una figura, reconoció, "clave en la Ley del Divorcio, pionera en la defensa del derecho al aborto, que colocó la prostitución en el centro del debate y luchó contra el desempleo femenino".

"Por aquellas que abandonaron su hogar y pusieron rumbo a Francia, a Suiza o a grandes capitales como Madrid, Barcelona o Bilbao para cambiar sus vidas. Y por las que decidieron continuar en el mundo rural y alzaron la voz por la igualdad. Hoy escuchamos lo que construyeron, cuánto costó llegar hasta aquí y qué queda aún por hacer”.

Tres juristas por la libertad

La primera mesa reunió a Manuela Carmena, Paca Sauquillo y Cristina Almeida, tres abogadas que ejercieron en los años más duros del tardofranquismo, moderadas por la jurista y activista Cruz Sánchez de Lara. Esta, actual vicepresidenta ejecutiva de EL ESPAÑOL y editora de Magas y ENCLAVE ODS, marcó el territorio simbólico de la jornada.

Por motivos familiares, recuerda cómo en su infancia se trasladó desde Andalucía a Extremadura y se fue criando en distintos municipios del país. "Eso me enseñó que los verdaderos héroes no son los que salen más bajo los focos, sino la gente anónima. Creo que lo bien que me ha ido en la vida tiene que ver con que soy una chica de pueblos", confesó al público.

Su intervención, frente a decenas de estudiantes de instituto que pudieron disfrutar de una charla magistral de referentes del mundo jurídico, habló de diálogo entre edades y experiencias: “Somos por lo que fueron y seréis por lo que somos. El relevo generacional es algo que no debemos perder. Ellas eran las influencers de nuestra época, a las que yo quería parecerme".

Recordó su primera lección como abogada: un hombre del medio rural que llegó a su despacho porque había ganado “el escaparate del Precio Justo” y quería escribir una carta al Rey: “Tenías dos opciones: decirle que estaba loco o ayudarle. Lo deshonesto habría sido cobrarle. Esas pequeñas cosas, la empatía y el trato a la gente, se aprenden en los pueblos”.

De izquierda a derecha, Paquita Sauquillo, Manuela Carmena, Cristina Almeida y Cruz Sánchez de Lara. Esteban Palazuelos

A partir de ahí, la palabra fue de las tres históricas. Cristina Almeida recordó sus inicios: “Empecé en el 66. Éramos 27 chicas en la facultad. Cuando fuimos abogadas éramos menos, y la primera barrera era ser mujer. Pero eso se rompía rápido: cuando uno necesitaba defender sus derechos se le olvidaba si era con él o ella, veía la cara de alguien que le quería ayudar”.

Ella y sus compañeras decidieron dedicarse a lo que casi nadie deseaba: “Defender presos políticos y trabajadores cuando no había sindicatos”. Ese ejercicio marcó su vida: “Encontrarme con una profesión que ayudaba a la gente me hizo amar la abogacía. Determiné que quería contribuir a la democracia y apoyar a quienes luchaban por la libertad”.

Con crudeza, enumeró las desigualdades legales de la época: un divorcio inexistente, un adulterio que sólo se castigaba en las mujeres, abortos clandestinos que se descubrían cuando las mujeres morían. Y bajó el debate a lo personal: "Yo tenía mi despacho y era jefa, pero cuando me casé mi marido se quedó con mi amor y también con mis derechos".

Todavía recuerda una anécdota que vivió recién casada y que la ayudó a convertirse en la figura reivindicativa que es hoy: "Fui a poner una denuncia a un juzgado de Jaén y me dijeron que no podía si no estaba mi esposo. Eso me cambió completamente la perspectiva y me llevó a conocer a las mujeres rurales, porque tenían las mismas no, más aún, limitaciones que nosotras”.

La educación obligatoria para las niñas no llegó hasta 1970, “lo que reducía brutalmente las posibilidades de las mujeres rurales”. La mayoría, señaló, servían en casas sin derechos laborales. “En el campo la situación era más grave y con menos posibilidades. Yo no puedo separar campo y ciudad: siempre he reclamado igualdad también para todas".

Manuela Carmena tomó el relevo y se definió como “niña de ciudad” sin contacto inicial con el campo, pero con un recuerdo que conserva intacto: el de las muchachas que venían a servir a su casa. "Recuerdo a una muy joven que estuvo toda la noche llorando por el dolor de la separación, de haber migrado". Esa sensación de injusticia marcó su visión y trayectoria.

Recordó que en Granada había “casi un 40% de analfabetismo femenino en 1961”, dato que, dijo, “indica el drama de la Guerra Civil y el corte de la evolución cultural de la República”. Recordó también que, pese a los avances, "el Código Civil sigue diciendo algo terrible: que entre el criado y el amo será siempre creído el amo. Esto no se aplica ya, pero sigue ahí".

Y recordó que “sólo en 2022 se ha regulado algo tan básico como el despido para las trabajadoras del servicio doméstico”: “Qué tarde ha sido. Hemos aceptado una injusticia. Esas mujeres de nuestros pueblos hoy son mujeres de América o de África que siguen viviendo una enorme precariedad. Por eso es tan importante unir el ‘aquello’ y el ‘ahora’”.

La abogada laboralista Paca Sauquillo conectó de forma directa el mundo rural con la lucha vecinal en los barrios humildes de Madrid. Su primer contacto fue en la Fuenlabrada de los 60, entonces todavía pueblo, donde vio con claridad el reparto de roles: “Los hombres llevaban lo agrícola, las mujeres todo lo doméstico”.

Al montar su primer despacho, en 1965, llegaban sobre todo varones. El giro vino con la creación de la primera asociación de vecinos de Palomeras Bajas: “Allí me encontré con muchas señoras rurales de Andalucía, Castilla-La Mancha… Venían huyendo de la dictadura y de la pobreza”. Reconoció que, desde la ciudad, las miraban con prejuicio: “Las veíamos diferentes".

Al conocerlas, se dio cuenta de la sabiduría que tenían. Hay un dato que no olvida: “En Palomeras me encontré casi un 80% de analfabetas mujeres. Yo llevaba un tapón porque ni siquiera sabían firmar. Hay una cosa que se decía mucho en aquel entonces, y era cuando firmabas dejabas de ser analfabeto; fijaos lo que es eso”, se dirigió a los jóvenes.

Con la educación obligatoria y la televisión, muchas aprendieron a leer “de sus hijos y nietos”. Pero el cambio de fondo vino después: “La democracia no vino del cielo, sino de la tierra, de las mujeres que habían estado trabajando en el campo”. La ley de igualdad y la titularidad compartida abrieron una brecha, “pero falta mucho por hacer”, advirtió.

Las tres protagonistas de la primera mesa redonda de la jornada, junto a su moderadora. Esteban Palazuelos

“El trabajo de las mujeres rurales debe ser reconocido; por eso existe un 15 de octubre dedicado a ellas”, zanjó. En el tramo final de la mesa, tanto ella como sus compañeras lanzaron mensajes muy claros hacia las generaciones más jóvenes. En su intervención, Sauquillo volvió sobre la memoria de la dictadura y la violencia política.

La paz que decían que había en la dictadura era la de los cementerios, las fosas y los silencios. Hay que explicar en las escuelas que es terrorífico vivir en un régimen. Del 39 al 46 se sacaba a la gente de sus casas y se les asesinaba. El pasado fue un horror y no podemos permitir que vuelva”, aseveró.

Pidió acuerdos, diálogo y empatía: “Pensad que el otro es un ser humano igual que tú”. Y, ya en clave actual, reclamó que la universidad esté “al servicio de la sociedad” y que la ciudad entienda que “necesita campo, servicios públicos y que esa defensa llegue también a Europa”. Su última consigna: “Hay que luchar hasta el final por lo que uno cree”.

Cristina Almeida, por su parte, condensó su vida en una frase: “Lo mejor que me ha pasado es tener un compromiso político. Me ha hecho mejor persona, mejor mujer, me ha hecho conocer el mundo y luchar por los derechos de los demás”, ha asegurado, con un mensaje directo al público adolescente: "Comprometeos con vuestra época".

"Los que conocen su tiempo y ayudan a mejorarlo son más felices que los que se esconden en casa y quieren volver atrás. Las estadísticas dicen que hay jóvenes de extrema derecha. ¿Para qué? ¿Van a perder su juventud en ir hacia atrás?”. Para ella, el compromiso no exige cargos públicos: “Es la capacidad de mejorar lo que tenemos a nuestro lado".

Carmena cerró el bloque con dos ideas clave. La primera, el vínculo entre universidad y mundo rural: “Las universidades no solo están en las ciudades. Existe el proyecto Campus Rural, una manera de continuar tu formación en los pueblos. Eso tiene muchísima importancia y hay que valorarlo”.

La segunda, la esencia misma de la democracia: "La base del derecho es la empatía. Es el cincel que ha generado el progreso que vivimos. Hoy, el virus de la democracia es la confrontación. No hay enemigos, sino ideas diferentes. Olvidemos las etiquetas y busquemos lo que nos une: buenos trabajos, vivienda…".

Cruz Sánchez de Lara se encargó de enlazar con el futuro: “No despreciéis el ritmo del campo. No hay limitaciones por ser de pueblos: internet y el teletrabajo lo han cambiado todo. Sí que hay oportunidades diferentes. Pensad lo que es una casa de pueblo grande frente a un espacio impagable en la ciudad. No os digo que os vayáis, pero no descartéis esa opción”.

Las mujeres rurales de hoy

La segunda mesa dio la palabra a quienes hoy sostienen el territorio: la política Micaela Navarro; Viqui Molina, agricultora cooperativista; la bodeguera Rocío Torres y Petri Monge, también dedicada al sector que provee de alimentos a España y el resto del mundo.

Yo nací entre aceituna y algodón, pero no entre algodones”, arrancó Micaela Navarro, que recordó una infancia de trabajo temprano y conciencia social en construcción. Invitó a reconocer la importancia de la Transición: “Hay que agradecer a quienes lucharon. Muchos lo hicieron sin saber muy bien por qué, pero viendo que no podían seguir como estaban”.

Su denuncia se centró en una de las grandes brechas del sistema: "La mayoría de las pensiones no contributivas las cobran mujeres, no porque no hayan trabajado, sino porque no han tenido empleo. El empleo da dinero; el trabajo, no. Miles de mujeres han trabajado toda su vida en explotaciones agrícolas de las que no eran titulares".

Ella misma empezó a coger aceitunas con 11 años y se ha jubilado con el 80% de la pensión por no tener suficientes años cotizados. "He tenido muchas carencias, pero he sido muy feliz", afirmó, antes de lamentar el desencanto de parte de la juventud: “No se dan cuenta de que esta libertad y esta igualdad de oportunidades hay que pelearlas cada día".

De izquierda a derecha, Micaela Navarro, Viqui Molina, Rocío Torres y Petri Monge, integrantes del segundo coloquio de la cita. Esteban Palazuelos

Viqui Molina, agricultora y cooperativista murciana, llevó al público a su infancia, en la que pasó por la Sección Femenina de aquella época y por las monjas, aunque no duró mucho porque la expulsaron por rebelde a las semanas: "Nos enseñaban a ser esposas obedientes, sumisas, preparadas para lo que el marido necesitaba".

"En clase diferenciaban a las que tenían dinero y a las que no", recordó. Su obsesión fue aprender. Terminó octavo de EGB, pidió seguir estudiando y con 12 años se puso a trabajar para poder ir a otro pueblo a hacer el Bachillerato. Entonces descubrió otra jerarquía: "Había tres sueldos diferentes: el de los hombres, el de las mujeres y el de los niños".

En el campo se topó con el techo de cristal: hacía lo mismo que ellos, pero cobraba menos. “Un día fui de corro en corro diciéndoles a las mujeres que no siguiéramos hasta que no cobrásemos lo mismo. Y me imitaron”, recordó. Años después, ya con su propia explotación y en contacto con FADEMUR, convirtió esa rebeldía en liderazgo colectivo.

La voz más joven de la mesa fue la de Rocío Torres, bodeguera que practica la agricultura regenerativa. Para ella, el futuro del campo pasa por reconciliar tradición y ciencia: "Nuestros padres y abuelos siguen haciendo técnicas totalmente beneficiosas para el campo que no están reconocidas por la ciencia, y al revés". Encontró el equilibrio en esta fórmula.

Criada en un pueblo hasta ir a la universidad, asumió como muchos que “en el campo no hay nada” y que había que salir para prosperar. El giro llegó después: "Ha sido salir y ver mundo para llegar a decir: ‘pero si lo que tenía desde el principio era una maravilla’. Los ritmos acelerados de la ciudad no se comparan con despertar con los pajaritos, un lujo pero no debería serlo”.

Torres quiere ver a más gente joven en los pequeños municipios y lo considera posible, pero advierte: "No veo que las nuevas generaciones no quieran trabajar; no quieren resignarse a una vida de sufrimiento". Para ella hacen falta precios justos, dar visibilidad a nuevos referentes en el ámbito agrario y acceso real a la tierra, la financiación, la tecnología y la formación.

El ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, escuchándolas antes de subir al escenario a concluir la jornada. Esteban Palazuelos

Petri Monge, agricultora extremeña, intervino después: "Para tener una agricultura y un clima en condiciones tenemos que volver atrás. Las personas mayores son unos auténticos sabios". Su trayectoria laboral —en el campo, como conductora de autobús, como migrante en Holanda, en una organización sindical— le ha dejado una certeza.

“No se puede maltratar al campo ni a las mujeres que lo cuidamos. Sin el mundo rural y sin las personas sabias que somos de allí, ustedes no podrán vivir bien aquí”, expresó. Y añadió la receta para avanzar: “Es muy importante que nos asociemos hombres y mujeres para conseguir avances”.

Incluir para evolucionar

La clausura corrió a cargo del ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, que recogió las palabras de jornaleras, abogadas y agricultoras para trazar un puente entre la España de Los santos inocentes de Miguel Delibes y la actual. "Este acto habla del ayer y del hoy, de lo que éramos y lo que somos". comenzó.

Recordó la España de los 60 y 70, cuando los emigrantes “éramos nosotros”, y subrayó la distancia con el presente: "Estamos orgullosos de vivir en la España de libertad y progresos que nos ha permitido unirnos a Europa. Las conquistas sociales y cívicas que hemos logrado no podemos perderlas".

En un momento de debates sobre inteligencia artificial y democracia, fue tajante: “Ahora se duda de si deben decidir las máquinas o las personas. Yo lo tengo claro: es una mujer, un hombre, un voto". También puso cifras al desafío del relevo generacional: “Dos tercios de quienes trabajan en el campo tienen más de 58 años".

Tal como expresó sobre el escenario, el relevo generacional no debe ser sólo un programa político, sino "una necesidad vital”. Y destacó un dato positivo: el aumento de casi diez puntos en el número de mujeres que ocupan la dirección efectiva de explotaciones agrarias. “Es un avance, pero no un punto de llegada; es un camino”, matizó.

La llamada “España vaciada”, insistió, “significa sobre todo mujeres que se van”: “Cuando ellas emigran, se produce el vacío en nuestras zonas rurales. Para que no ocurra, tenemos que darles apoyo y seguir en la línea actual e impulsar la igualdad de género. Sin jóvenes no hay futuro y sin mujeres tampoco”.

El ministro defendió leyes como la de la cadena alimentaria o la de pesca sostenible, y recordó que la UE ha tomado como referencia parte de la normativa española. Pero, más allá de los textos legales, insistió en la importancia de entender de dónde viene cada avance: “Esto no nos ha venido dado. Los autores de la Transición fueron los ciudadanos".

"No hay que tener nostalgia del pasado, sino del futuro: tener un proyecto y hacerlo real”, añadió, situando el papel del sector agrario en un mundo global: habló de la feria SAGRES, donde las organizaciones quieren mostrar “el esfuerzo real que hay detrás de cada alimento”, y del memorando de seguridad alimentaria firmado esa mañana con el sultanato de Omán.

Somos un solo planeta y tenemos un solo reto, pero a cada cual le corresponde una pequeña parcela”, resumió. En esa parcela, recordó, también están quienes hoy migran a España para trabajar en el campo: “Fuimos un pueblo de migración y ahora recibimos migrantes. Es fundamental pagar salarios dignos, garantizar condiciones e integrarlos".

Las intervenciones del Museo del Traje recordaron una evidencia: sin las mujeres rurales y sin las juristas que las defendieron, la democracia española sería irreconocible. Medio siglo después, sus historias siguen demostrando que los derechos nunca están del todo conquistados: hay que sembrarlos y defenderlos, igual que se cuida la tierra.