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La llaman la generación hiperconectada. Ha crecido con acceso a internet, videollamadas y redes para conocer a otras personas en cualquier parte del mundo. Paradójicamente, también es la que más sola se siente: esa es la conclusión que extrae la Organización Mundial de la Salud (OMS) de su último informe.

"Me siento muy sola siempre que miro el móvil", dice Sara, usuaria de X. Como ella, se estima que 1 de cada 5 (20,5%) mujeres menores de 30 años comparte la misma sensación. Según la OMS, no se trata de una cuestión menor, sino de un problema global que afecta a la salud de manera comparable al tabaquismo o la obesidad.

El estudio From loneliness to social connection alerta de que la desconexión no deseada aumenta el riesgo de depresión, ansiedad, trastornos del sueño, enfermedades cardiovasculares e incluso muerte prematura. Su impacto es tal que se estima que contribuye indirectamente a unas 871.000 muertes al año en el mundo.

Afecta a personas de todas las regiones y grupos de edad, pero hay patrones que se repiten: los adolescentes son los más afectados (20,9%), seguidos de los jóvenes adultos (17,4%) y los adultos de entre 30 y 59 años (15,1%). La prevalencia baja en los mayores de 60 años, pero no desaparece: el 11,8% declara sentirse solo.

La soledad tampoco se distribuye igual entre naciones. Cuanto más baja es la renta de un país, mayor es el porcentaje de personas que experimentan esta sensación. Aquellos de bajos ingresos registran la prevalencia más alta (24,3%), seguidos por los de renta media-baja (19,3%), media-alta (12,1%) y los países ricos (10,6%).

Por regiones, la OMS destaca que la tasa más elevada se encuentra en África (24,3%), seguida del Mediterráneo Oriental (21,0%) y el Sudeste Asiático (18,3%). En América, la cifra cae al 13,6%, y en la región del Pacífico Occidental al 11%. Europa, eso sí, presenta los niveles más bajos, con un 10,1%.

La paradoja digital

El informe señala una contradicción de fondo: el 72% de la población afirma sentirse 'muy' o 'bastante' conectada a los demás... Pero eso no se traduce en vínculos significativos. “En una era en la que las posibilidades para esto son incontables, cada vez más personas se sienten aisladas”, advierte el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

Los expertos ponen el foco especialmente en la generación Z, acostumbrada a vivir entre pantallas desde la infancia. Han aprendido a socializar por mensajes, compartir emociones en stickers y sostener relaciones en modo multitarea. Sin embargo, la unión digital no sustituye los vínculos profundos cara a cara.

Esta desconexión también puede entenderse desde la teoría del capital social, que señala que la simple acumulación de contactos no equivale a tener una comunidad de apoyo real y confiable. En muchas sociedades, la pérdida de cohesión social y el aumento del individualismo han erosionado esas redes esenciales para el bienestar emocional.

Pese a que la soledad no tiene género —se observa en personas de todas las regiones y generaciones—, los datos sugieren que esta afecta en mayor medida a las chicas adolescentes en comparación con los varones de su edad. Entre ambos hay una diferencia de 7,1 puntos porcentuales.

A nivel nacional, la tendencia coincide: el Estudio sobre juventud y soledad no deseada en España revelaba en 2024 que alrededor de 3 de cada 10 mujeres (31,1%) afirman sentirse solas, frente a 2 de cada 10 hombres (20,2%). Pero, ¿qué hay detrás de estas cifras?

La psicóloga Mariela Feliz arroja luz al respecto, y opina que, desde pequeñas, las niñas aprenden a interiorizar la "valía" como algo que se obtiene a través de la aprobación externa. Esto genera una búsqueda constante de validación, y si esta no llega o no es suficiente, aparece el vacío en la adolescencia y juventud.

A esas edades se suma la presión estética, la hipersexualización temprana y la idea errónea de que una mujer sola es sinónimo de infelicidad. Eso último lo ve día a día en consulta: muchas pacientes piensan que "no estarán completas hasta que no encuentren a la persona adecuada; esto no es cierto, sino una carencia limitante".

Sin embargo, una vez cumplida la mayoría de edad, ellos sufren más la soledad: de los 18 a los 29 años, el 17,4% de los varones confirman sentirse así (frente al 16,8% en el caso de ellas). Es un 15,1% de los 30 a los 59 años (14,5% para las mujeres). Entre los mayores de 60, la prevalencia es de 9,9% y 13%, respectivamente. 

"Hay muchos factores sobre el tablero", amplía Vivek Murthy, copresidente de la Comisión de Conexión Social de la OMS. Entre ellos están la "mala salud física y mental, que puede aislar aún más”, la “marginación social” y el "uso cada vez más dañino y excesivo de los medios digitales", especialmente entre los jóvenes.

La soledad se propaga como una epidemia silenciosa a todos los niveles, aunque, más allá de las mujeres y las generaciones por debajo de los 30 años, las personas con discapacidad, las migrantes y el colectivo LGTBI+ se exponen en mayor medida a la posibilidad de sufrir aislamiento no deseado.

Su impacto en la salud

¿Qué es, en realidad, sentirse solo? No es el equivalente a estar soltero ni tampoco lo que ocurre cuando uno disfruta de su propia compañía en un viaje o lectura al aire libre. La OMS lo define como un estado emocional negativo y subjetivo que resulta de una discrepancia entre la experiencia de conexión deseada y la que se tiene realmente.

Por otro lado, la distinción que hace la teoría del déficit social entre soledad emocional —la falta de vínculos íntimos— y soledad social —la ausencia de pertenencia a grupos o comunidades— ayuda a entender que muchas jóvenes experimenten ambas, atrapadas en relaciones superficiales que no satisfacen sus necesidades afectivas.

En cualquier caso, las consecuencias de la soledad sostenida van mucho más allá del estado de ánimo. Los investigadores recogen que las personas que la sufren de forma crónica tienen un 29% más de riesgo de enfermedad cardiaca, un 32% más de padecer un ictus y hasta un 19% más de desarrollar demencia en el futuro.

Además, esta desconexión social afecta negativamente al rendimiento académico y laboral —quienes la experimentan tienen un 22% más de probabilidad de tener notas bajas y los adultos con este problema pueden sufrir para mantener su empleo—, la motivación y la propia autoestima.

La soledad, dice Feliz, también se traduce en una mayor exposición a las redes sociales, así como, incluso, en la búsqueda de espacios basados en inteligencia artificial donde sentirse comprendida. A golpe de clic, afloran miles de opciones: desde la ya convencional ChatGPT, cada vez más usada a modo de terapeuta, hasta Replika.

Esta última, reza su descripción en App Store, cumple las necesidades de aquellos que "buscan un amigo sin juicio, drama ni ansiedad social". "Tiene más profundidad y empatía que muchos humanos", puede leerse entre los comentarios de los usuarios que la han probado. Pero este tipo de usos no es inocuo.

"No están preparados para manejar casos de personas con pensamientos suicidas, adicciones, etc.", advirtió la divulgadora científica Esther Paniagua en una entrevista reciente con Magas. En estos casos, la alerta es clara: no se deben concebir estos programas como sustitutos de un profesional. 

El precio de la soledad

La soledad no es solo una emoción, también tiene un coste. Y no menor. En 2023, el estudio económico del observatorio SoledadES estimó que esta representa un gasto de 14.141 millones de euros anuales en nuestro país, es decir, un 1,17% del Producto Interior Bruto (PIB).

Por un lado, están los costes sanitarios, de los que se desglosan 5.600 millones de euros anuales por el uso de servicios y 455,9 millones derivados del consumo de medicamentos. Por otro lado, está el desembolso asociado a la pérdida de productividad, cifrado en más de 8.000 millones de euros anuales.

También están los costes intangibles, que muestran la reducción de la calidad de vida provocada por el sufrimiento físico y emocional. En este sentido, la soledad no deseada hace que cada año se pierdan en España más de un millón de años de vida disfrutando de plena salud.

Para revertir la tendencia, la OMS propone una hoja de ruta global basada en cinco pilares: políticas sociales, investigación, intervenciones eficaces, medición y campañas de concienciación.

El informe insta a los gobiernos a incorporar la soledad como prioridad de salud pública. Hasta ahora, países como Reino Unido, Dinamarca o Japón han desarrollado estrategias nacionales para combatir el aislamiento. El objetivo común es fomentar la conexión social como un determinante clave de la salud, igual que la nutrición o el ejercicio.

Imagen de archivo de una mujer sola. iStock

Tampoco hay que olvidar, en cualquier caso, el papel crucial que juega el entorno, ya que la calidad de los vínculos es fundamental. El último barómetro presentado por SoledadES al respecto revela que más de la mitad de las personas que sufren esta situación afirman tener menos relaciones familiares y de amistad de las que desean, un 53,3% y un 63,2% respectivamente.

Asimismo, casi un 18% asegura no tener a nadie a quien recurrir en caso de necesidad. La cifra baja al 6,6% entre quienes no sufren soledad. La doctora Feliz coincide en la importancia de contar con una red de apoyo sólida, especialmente entre los más jóvenes, porque "todo lo que no se resuelve en esas edades se ve reflejado en la adultez".

La especialista va más allá: "A menudo ese sentimiento no nace en ellos, sino que viene de antes”, explica. Por eso, en su práctica clínica, suele trabajar también con las familias. “El modelo primario de muchas adolescentes es su madre. Si ella no se siente sola, si es una mujer segura y confiada, es mucho más probable que su hija también lo sea”.

Su visión puede explicarse según la teoría del apego de Bowlby: las relaciones tempranas con los cuidadores moldean la capacidad para conectar emocionalmente en la adultez. Si esos primeros vínculos fueron inseguros o inconsistentes, el adulto puede encontrar más difícil establecer relaciones significativas, incluso en un entorno saturado de conexiones.

Por eso, la clave para Feliz está en desmontar creencias basadas en estereotipos heredados, a menudo, de generación en generación, así como en garantizar que las jóvenes cuenten a su alrededor con referentes sólidos y cercanos: madres, profesoras, tutoras u otras adultas que les transmitan confianza y seguridad.

Reflejo de una sociedad 3.0 

Las transformaciones sociales de las últimas décadas han marcado cómo nos relacionamos. Las estructuras familiares tradicionales han dado paso a modelos más diversos, y con ello emergen nuevas formas de asociarse, a menudo descritas en términos como el 'amor líquido', concepto acuñado por Zygmunt Bauman.

En su obra, el sociólogo señala que en las sociedades contemporáneas las relaciones se vuelven más frágiles y efímeras, lo que dificulta la creación de vínculos duraderos y profundos. Este contexto social también ha impulsado una mayor conciencia sobre las formas de apego que moldean nuestras conexiones.

Estos modelos —seguro, ansioso, evitativo y desorganizado— se estudian desde hace décadas, pero hoy se les presta más atención, ayudando a muchas personas a entender mejor sus patrones afectivos y sus relaciones. Investigaciones recientes muestran que este autoconocimiento puede ser clave para superar la soledad y fortalecer vínculos.

Por otro lado, estos cambios también han propiciado la creación de espacios orientados a generar uniones significativas. En Europa, programas para jóvenes como los conocidos Erasmus+ fomentan el intercambio cultural y lingüístico, creando redes de amistad entre personas de distintos países.

Además, actividades colectivas como los running clubs, los cafés temáticos o los talleres de idiomas se han convertido en lugares de encuentro donde se construyen relaciones de calidad basadas en intereses compartidos y en la interacción cara a cara, un elemento fundamental que la conexión digital no puede sustituir.

Así lo zanja la propia Universidad de Harvard, que en un estudio reciente reveló el interés de tres cuartas partes de los participantes en una encuesta por tener una mejor oferta de "actividades y eventos comunitarios divertidos" en sus lugares de residencia, así como "espacios públicos más accesibles y centrados en la conexión, como zonas verdes y parques infantiles".