El machismo que late en la industria musical no es nada nuevo: los ejemplos y los síntomas abruman. Sin ir más lejos, a ellas se les puede exigir con fiereza y crueldad un alto grado de belleza, un peso ideal -cuando decimos "ideal", hablamos de un cuerpo según los cánones, un cuerpo trabajado, de gimnasio, flaco o, al menos, rotundamente duro-, una voz que justifique que está donde está o dotes espectaculares de coreografía.

Se les exige show. Personalidad. Discurso. Se les exige originalidad. Propuestas nuevas. Se las ataca por cualquier minucia, se interviene continuamente en su vida personal. 

Además, su presencia en los carteles de festivales es mínima, aunque en los últimos tiempos se ha abogado por su inclusión -las más marginadas, sin duda, son las artistas que tienen banda: poco espacio para ellas-. Brillan con dificultad, con honrosas excepciones. Y cuando consiguen que sus discos lleguen al gran público, cuando logran éxito internacional y aforos completos en grandes estadios, se las minimiza también en los premios. 

A todo este conglomerado de circunstancias adversas se ha referido Lola Índigo, primera expulsada de su edición de Operación Triunfo que, sin embargo, ha roto todos los esquemas y se ha erigido como una de las artistas urbanas más influyentes del momento. Y, además, como una voz en pos de la igualdad y sin tapujos.

Hace tres años, sin ir más lejos, concedía una entrevista a este periódico en la que aseguraba que "las feministas estamos luchando por mucho más que que nos abran la puerta o no", que "una mujer sin camiseta provoca, pero un hombre no: es el colmo" o que "las mujeres tenemos derecho a decir lo que nos gusta en la cama".

En sus sonadas coreografías, en las que siempre va acompañada de mujeres, se hace gala de cuerpos diferentes, rechazando lo normativo. Y en sus canciones habla de mujeres brujas, de mujeres que escapan de lo que la sociedad pide de ellas: mujeres que hablan claro, que se divierten, que vacilan, que bailan y se liberan. Por eso no es de extrañar que se haya rebelado contra las nominaciones a los Billboard Music Awards; donde Post Malone ha resultado el más nominado.

"¿Dónde están Karol G., Natti Natasha, Shakira, Becky G., Anitta, La Rosalía, etc? Después son los mismos que hablan de que ya hay una equidad y que el género no es un problema para hacer elago, o en este caso, ganar un premio", ha lanzado una usuaria. Y ella lo ha secundado con un "¿Dónde están las mujeres?" que ha acabado borrando por el nivel de dureza y misoginia en los comentarios recibidos al tuit. 

Lo cierto es que resulta especialmente flagrante, teniendo en cuenta que la música urbana ha sido uno de los géneros en los que las artistas femeninas han despuntado más en los últimos años, a pesar de que -no hace tanto- parecía aquello patrimonio masculino: ellos era los reyes de la sexualización, del perreo, de los eventos lúdicos y celebratorios. Ellos ponían a la gente a bailar.

Aunque ha dejado de ser así y los datos hablan por sí solos, se sigue notando una carencia a la hora de nominar y premiar a las artistas mujeres que levantan sus propios productos exitosos y bien acogidos por el público. Ellas han tomado la palabra y la pista. Pero, ¿realmente se las reconoce siempre? 

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