Dice la escritora Bel Olid en su ensayito A contrapelo. O por qué romper el círculo de depilación, sumisión y autoodio (Capitán Swing) que hoy, no depilarse, es para las mujeres un acto político. “Aunque no debería serlo, debería ser cuestión de elección”, cuenta a este periódico. “Pero el tipo de comentarios, preguntas, e incluso discriminaciones y violencia que suscita el hecho de no hacerlo hace que no todas podamos dejar de depilarnos si nos apetece. Tú vas a ciertas tiendas de ropa y no vas a encontrar a dependientas sin depilar ni a dependientas gordas. Aunque la ley prohíbe expresamente la discriminación, se ejerce. Igual que lo sabes cuando vas a una entrevista de trabajo. Sabes las consecuencias que conlleva salirte de ciertos marcos”, relata.

Cuenta Olid que en la antigüedad, la depilación “era cuestión de clase, no de género” y significaba “pertenecer a la clase más alta en algunas culturas”, por tanto lo hacían tanto hombres como mujeres. “Esto fue evolucionando y durante la Edad Media pasó a ser considerado algo pecaminoso, porque depilarse suponía un ‘ofrecer más el cuerpo’, especialmente la depilación en las zonas púbicas. Se había hecho, se dejó de hacer, y a principios del siglo XX, cuando las faldas se fueron acortando y las mangas también, quedaron al descubierto unos pelos que no se habían visto públicamente desde hace mucho en nuestra cultura”.

Lo siguiente lo vemos venir: “Se crea esa obsesión con no tenerlos y se va expandiendo cada vez a más zonas del cuerpo conforme nos vamos desnudando, hasta el pubis. Ya no puedes tener pelo ni en los genitales, que sería el lugar donde tener pelo en la edad adulta”, desliza.

Pedofilización

Esta última idea tiene una ramificación importante: la de la infantilización del cuerpo para alcanzar el canon de belleza, que puede recaer en una pedofilización del erotismo. “Hay mujeres cisgénero que se están operando la vulva para tener labios más pequeños y simétricos, de niña. A las niñas se las sexualiza y a las mujeres se las aniña: eso es la cultura de la pedofilización. A las niña se les pone sujetadores de relleno y a las adultas se nos pide que tengamos pubis pequeño y sin pelo”, lanza.

“Eso nos coloca a todas en una especie de magma en el que da lo mismo, en el que se borra la frontera entre un cuerpo adulto y un cuerpo infantil, y eso es muy grave. Son límites culturales y atentan contra la libertad sexual de los menores, porque pone a las niñas en una situación de hipersexualización que no son capaces de gestionar, dado que aún no tienen la madurez suficiente para reaccionar ante esas situaciones violentas”, explica.

Repensar el deseo

Señala la experta algo muy interesante: podemos modificar nuestros conceptos aprendidos de belleza. “Los deseos no son inamovibles, los podemos transformar. Nos dan una paleta de deseos muy pequeña, y la mayor parte de la gente no encaja en esa paleta. Es deseable revisar qué cuerpos deseo, por qué los encuentro deseables y si estoy deseando algo porque me gusta o porque me han enseñado a desearlo así”, esboza.

“A mí me han enseñado que estoy más sexy depilada, pero he dejado de hacerlo, ¿por qué? Porque he trabajado en ello y me he dado cuenta de que lo que me parece más sexy es no tener la piel enrojecida o no tener picor cuando me vuelven a salir los pelos. También es importante el entorno en el que te rodees: si te dicen ‘qué asco, qué asco’, te va a costar más, pero si te escuchan, te entienden y te dicen ‘ah, pues qué curioso, no lo había pensado’, facilitarán el proceso. Es la mirada que tengo de mí misma, pero también la mirada que tienen los demás sobre mí”, subraya.

En defensa del bigote femenino

La depilación, apunta, aunque pueda parecer una cuestión “banal”, resulta bastante simbólica “a la hora de mostrar el control sobre el cuerpo de las mujeres”: “¡Todo el mundo está obsesionado con nuestros pelos! Hay unos puntos de feminidad y de deseabilidad y en función de cuántos tienes puedes ‘permitirte’ el no depilarte. Las mujeres trans o las mujeres que sufren racismo, por ejemplo, lo tienen más complicado”, sostiene. “Las famosas que son perfectamente canónicas en todo y lo hacen -con cuatro pelos, eso sí, no con una mata bien cultivada- no reciben los mismos comentarios, claro”.

Pone el ejemplo de las primeras mujeres que llevaron pantalones y lo que significó eso entonces: gracias a ellas hoy no nos lo tenemos que plantear, si nos apetece, nos los ponemos, y si no, no. “Yo no quiero decirle a nadie lo que tiene que hacer con su cuerpo, mi objetivo es que todos dejemos de controlar el cuerpo de los otros”, alega.

Sabe, eso sí, que hay un tipo de depilación que molesta especialmente a la sociedad: la del bigote. “Hay chicas, como las de Som Barbarie, que tienen barba y han decidido dejársela. Hay muchas mujeres que tienen vello ahí y deciden que les es incómodo quitarlo, ¿y qué pasa? Las reacciones son increíbles: dudan de su género, las insultan…”, resopla. “Se les dice que son asquerosas por tener bigote, pero la barba o el bigote de los hombres no molesta, y eso también es machismo. Es una gran trampa machista”.

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