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Mastín, pastor alemán, rottweiler, golden retriever, bulldog, carlino, terrier… Detrás de muchos de los perros más populares del país se esconde un riesgo que a menudo pasa desapercibido: la displasia de cadera.

Según los datos de Orthopedic Foundation for Animals, estas razas figuran entre las 20 más propensas a sufrir este problema articular a lo largo de su vida. Una enfermedad que, en la mayoría de los casos, aparece en la edad adulta y se agrava con los años si no se detecta y maneja a tiempo.

Cuando compartes tu vida con uno de estos perros, no basta con pensar en su carácter o en el ejercicio que necesita: hay que tener muy presente esta posible enfermedad, la displasia de cadera.

"Los síntomas dependen tanto de la edad del animal como del grado de avance de la enfermedad", afirma el veterinario Andrés Santiago. Por lo que es clave que los cuidadores aprendan a reconocer las primeras señales de alarma y no las confundan con "manías" o simple cansancio.

Una malformación de la articulación

La displasia de cadera es una malformación de la articulación en la que el fémur no encaja bien en la pelvis. Ese "mal encaje" provoca que, con el tiempo, la fricción constante genera inflamación, dolor y, finalmente, artrosis.

Se trata de una enfermedad hereditaria, pero no todo está escrito en los genes. Factores como el peso, la velocidad de crecimiento, el tipo de ejercicio durante los primeros meses de vida y la nutrición influyen de forma decisiva en si un perro genéticamente predispuesto llegará o no a desarrollar síntomas.

"Un pastor alemán con genes de displasia puede vivir sin síntomas si se mantiene en peso ideal y crece de forma controlada", explica el veterinario. De ahí que la prevención temprana sea una de las herramientas más potentes a la hora de reducir el impacto de esta patología en la vida adulta.

Las primeras pistas

Aunque muchos propietarios asocian la displasia con perros mayores, los signos pueden aparecer desde los cuatro meses de edad. En esta fase temprana, Andrés recomienda estar atento a una serie de comportamientos que pueden indicar que algo no va bien en las caderas.

El más característico es la llamada "marcha de conejo": en lugar de correr de forma alterna, el cachorro salta con las dos patas traseras juntas. También puede observarse cojera en una o ambas extremidades posteriores, a veces difícil de detectar cuando es bilateral.

Otra señal de alerta es la dificultad para levantarse tras descansar, tardando más de lo habitual en ponerse en pie, así como la reticencia a jugar. "Estos signos pueden indicarnos que nuestro perro sufre displasia de cadera", asegura Santiago.

Cuando llega la artrosis

En los perros adultos, el cuadro suele cambiar y adoptar formas más ligadas al dolor crónico y a la artrosis secundaria. Entre los signos más frecuentes, el veterinario destaca la rigidez matutina: el perro se levanta con dificultad y camina rígido los primeros minutos, para luego "soltarse" con el movimiento.

También es habitual la cojera después de ejercicio intenso o paseos largos, la dificultad creciente para subir escaleras o saltar al sofá o al coche, y la pérdida de masa muscular en las patas traseras, que se ven más delgadas porque el animal evita apoyarse en ellas.

Algunos cuidadores también refieren chasquidos audibles al moverse o que el perro se queja, se aparta o reacciona con molestia cuando se le toca suavemente la zona de la cadera. "Lo que debemos tener en cuenta es que los síntomas pueden ser intermitentes".

"Tu perro puede tener días buenos y días malos. Esto no significa que no sea para tanto. La displasia es progresiva", recuerda Andrés.

El papel del veterinario

"Una vez hayamos detectado estos síntomas por nuestra cuenta, debemos ir al veterinario para que realice una evaluación completa de tu pequeño".

Esa evaluación incluye revisar el patrón de marcha, la masa muscular, el rango de movimiento de la articulación, la presencia de dolor o chasquidos al manipular la cadera y, posteriormente, pruebas de imagen como radiografías para confirmar el diagnóstico y valorar la gravedad.

Solo con un diagnóstico preciso se puede diseñar un plan de tratamiento adaptado a la edad, el peso y el nivel de actividad del perro.