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Marianthi, una yegua blanca, fue encontrada en un campo sin agua ni comida. Estaba muy enferma, solo piel y huesos, y no tenía la fuerza para ponerse de pie por sí misma.

Cuatro hombres muy corpulentos intentaron levantarla con mantas, y sosteniéndole el cuerpo le salvaron la vida. "La trajimos aquí, a Athens Happy House", cuenta Nektarios en un vídeo de YouTube.

Llegaron con un furgón apósito, la ataron bien para que no se cayera de nuevo al suelo y cogieron el barco para sacarla de la isla griega a la ciudad. "Una vez que llegó aquí, todos perdimos la esperanza", recuerda.

"Pensábamos que iba a morir". No podía levantarse y pasaba el tiempo con la mirada fija en el suelo, perdida. Los voluntarios del santuario quisieron darle esa comodidad que nunca tuvo en su vida, intentando salvarla de esa oscuridad.

No rendirse nunca

El proceso de recuperación fue intensivo y agotador. La yegua tenía que ser alimentada cada dos horas. Durante el primer mes, tuvo que ser levantada a mano cada vez que necesitaba.

"La dejábamos de pie durante un par de minutos y luego la volvíamos a acostar". Pero no fue suficiente. Necesitaba recuperar la movilidad y los músculos, y tener energía para sobrevivir. Por esto, sus rescatistas no pararon de intentarlo.

Un pequeño hogar

Para facilitar su descanso, construyeron un establo especial para ayudarla. Compraron madera y herramientas para montar un pequeño hogar donde la pequeña pudiera recuperarse en paz.

Este contenía un mecanismo completo en su interior, que les permitía levantarla todas las noches para que pudiera reposar sin ejercer presión sobre sus patas. El momento en que sintieron que ella viviría llegó más tarde, durante el segundo mes.

"Primero estuvo de pie y pudo comer sola", cuenta Nektarios. "Y luego, lentamente, con la ayuda de su fisioterapeuta, comenzamos a dar quizás dos o tres pasos a la vez".

Y un día, simplemente, la vieron caminar. "Todos empezamos a llorar", confiesa. "Nos sentimos increíbles. Fue como ganar la lotería".

Una nueva mirada

Ahora, sus condiciones de vida han mejorado. Nektarios cuenta que sale a dar paseos por la pradera y su cara ha cambiado para siempre. Tiene un pavo y un gato como amigas y le encanta que la acicalen.

Su cuerpo ha tomado una forma sana, su pelo blanco, ahora, resplandece a la luz del sol. Todavía tiene un largo camino por delante, pero gracias a Nektarios y sus voluntarios podrá vivir sus años dorados, así como merece.