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En España, más de 800.000 personas padecen Alzheimer. Las previsiones demográficas advierten de un escenario aún más complejo: para 2050, la cifra podría alcanzar los 3,6 millones de casos.

En este contexto de urgencia sanitaria, las investigaciones señalan hacia un aliado inesperado en la protección frente al deterioro cognitivo: la convivencia con animales de compañía.

Lejos de tratarse solo del apoyo afectivo que ofrecen perros y gatos, la ciencia demuestra que estos vínculos generan estímulos emocionales, sociales y cerebrales con un impacto directo en la memoria, atención, estado de ánimo y salud general.

El auge de programas en residencias y hospitales confirma una tendencia: interactuar con animales podría convertirse en una de las estrategias más accesibles y eficaces para favorecer un envejecimiento mental saludable.

Familias multiespecie

Un estudio liderado por Adriana Rostekova, del Grupo de Psicología del Desarrollo de la Universidad de Ginebra, siguió durante 18 años a más de 16.500 personas mayores en el marco del proyecto europeo SHARE.

Chantal, la perra de la asociación protectora CIMPA, en una jornada de terapia asistida con personas mayores. CIMPA

La pregunta era simple: ¿convivir con mascotas ralentiza el deterioro cognitivo? Los resultados fueron contundentes.

Las personas que compartían su día a día con un animal mostraban un deterioro más lento. El 39,4% de este grupo mantuvo un rendimiento cognitivo superior a lo largo del tiempo.

Además, el informe reveló diferencias según la especie. Cohabitar con canes favorecía la preservación de la memoria inmediata y diferida. Con gatos, los efectos se reflejaban en la fluidez verbal y la memoria diferida.

En cambio, la convivencia con aves o peces no mostró beneficios significativos. Este hallazgo apunta a que el contacto físico, las rutinas compartidas y la interacción social son factores diferenciales para la protección cognitiva.

La química del bienestar

Las relaciones cotidianas con animales desencadenan respuestas biológicas que impactan directamente en el cerebro:

Oxitocina: acariciar o interactuar afectuosamente con un perro o gato aumenta esta hormona vinculada al apego. El efecto es una mayor calma emocional y activación de áreas cerebrales relacionadas con la atención y la regulación conductual.

Dopamina y serotonina: asociadas al juego y la interacción positiva, mejoran la motivación, la estabilidad del ánimo y refuerzan hábitos saludables.

Cortisol: el contacto regular con animales reduce este marcador de estrés, mejorando el descanso nocturno y disminuyendo procesos inflamatorios que afectan negativamente al rendimiento mental.

Esta combinación genera un ciclo virtuoso: menos estrés, más motivación y mayor disposición a socializar, ejercitarse y mantener rutinas estimulantes.

Más allá de la mente

Pero los beneficios de esta unión van más allá. Pasear con un perro, por ejemplo, añade entre 30 y 60 minutos de ejercicio físico diario, suficiente para mejorar la salud cardiovascular.

Al mismo tiempo, las mascotas funcionan como un puente social: facilitan conversaciones espontáneas, reducen el sentimiento de soledad hasta en un 90% y refuerzan la autoestima.

Todo ello fortalece la autonomía de las personas mayores, promueve la participación social y protege la funcionalidad física y mental en el largo plazo.

Terapias asistidas con animales

Las TAA integran profesionalmente la interacción con perros y gatos en programas clínicos y sociosanitarios. Los beneficios observados en residencias y hospitales incluyen:

  • Reducción de agitación y ansiedad en personas con demencia.

  • Estimulación de la memoria autobiográfica.

  • Mejora de la coordinación motriz.

  • Incremento de la participación y del tiempo de atención.

  • Cambios emocionales positivos y mayor disposición a interactuar.

Centros en España como Ballesol o el Hospital Universitario de Torrejón ya aplican programas de terapias asistidas con animales con resultados que refuerzan su potencial terapéutico en el cuidado de personas con deterioro cognitivo.

Los animales también envejecen

El paso del tiempo no afecta solo a las personas. Las mascotas al envejecer pueden desarrollar el síndrome de disfunción cognitiva (SDC), un proceso similar al Alzheimer humano. Se estima que entre el 14% y el 38% de los perros mayores de ocho años muestran síntomas relacionados, cifra que asciende hasta el 68% en edades avanzadas.

Los hallazgos, incluidos depósitos de beta-amiloide en cerebros felinos y caninos, los convierten en modelos naturales para investigar esta enfermedad en personas y ensayar terapias neuroprotectoras.

Cuidar de un animal sénior implica paciencia, adaptación y dedicación, pero también abre oportunidades de interacción afectiva, estimulación cognitiva y compañía mutua.

Así, la relación entre ambos no solo mejora la calidad de vida hoy, sino que también ofrece claves para comprender y afrontar uno de los grandes desafíos de salud pública: el envejecimiento cerebral.