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Calvin era el tipo de hombre que evitaba los gatos a toda costa. Siempre decía que eran "demasiado escurridizos", y prefería rechazar invitaciones a casas de amigos si sabía que tenían felinos rondando por ahí.

Pero todo cambió un otoño, cuando, en una esquina oscura de la ciudad, se cruzó con un gato callejero de ojos profundos y pelaje maltrecho. Lo llamó Henry, aunque al principio ni siquiera podía acercárselo sin que el animal saliera corriendo.

Aquel breve encuentro se transformó en una rutina llena de pequeños milagros. Cada mañana y cada tarde, Calvin llegaba al mismo sitio, una ladera donde el sol apenas tocaba el suelo, con una bolsa de comida y un termo con agua limpia.

En sus días libres, hacía el recorrido dos veces más, conduciendo largas distancias solo para asegurarse de ver a Henry. Aunque el felino lo miraba con desconfianza, Calvin se sentaba cerca y le hablaba en voz baja.

"¿Adivina qué? Papá está aquí, es hora de comer", le susurraba con la esperanza de transmitirle seguridad y cariño.

45 días de fe

La paciencia fue su mejor aliada. Durante 45 días, nunca perdió la fe. El día en que Henry permitió el primer contacto físico, Calvin casi no lo podía creer.

Describió ese instante con una emoción visceral, afirmando que sintió cómo el gato empezaba a confiar y a suavizar sus miedos. Ese breve roce fue el parteaguas.

"Una vez que pude tocarlo, fue todo. Me hizo algo que no esperaba", confesó Calvin, reconociendo que una empatía nueva y contundente brotó en su interior.

La urgencia de ayudar

Rescatar a Henry lo transformó. Lo llevó a casa y esa compasión creciente hizo que, cada vez que veía gatos merodear por zonas abandonadas y contenedores, sintiera la urgencia de ayudarlos.

Así empezó a llevar cuencos y comida en su coche. Cada vez que podía, ponía agua y alimento en sitios estratégicos y regresaba al día siguiente, para asegurarse de que los animales estuvieran esperando.

Lo que empezó como una ayuda puntual se convirtió en una misión de vida. Actualmente, Calvin alimenta a 18 colonias de gatos, una labor que le consume cerca de tres horas y media diarias, los siete días de la semana.

Un nuevo Noé

Calvin sabe que estos animales enfermos y sin hogar ya sufren bastante, así que su objetivo es darles al menos la certeza de comida y agua. Más allá de los felinos, su fama creció y la gente empezó a llamarlo el "Noé Negro".

"Ha rescatado a prácticamente todas las criaturas", dicen. Veintiocho perros, dos alpacas, un emú y una tarántula forman parte de su inusual historial.

Con jaulas trampa, ha recogido más de 600 gatos. Los ha llevado al veterinario, para curarlos, y ha conseguido encontrar casas para 123 de ellos.

La falta de hogares

Pero no todo es sencillo. Calvin se enfrenta a un obstáculo constante: la falta de hogares de acogida. Para él, esta es la parte más dura de su trabajo.

"Si tuviera un lugar donde pudiera llevarlos, podría salvar cientos más", lamenta con frustración. Sin embargo, nunca ha dudado ni un instante: si se cruza con un animal necesitado, detiene todo para ayudar.

Para Calvin, cada pequeño bebé rescatado le recuerda a Henry, el gato que cambió el rumbo de su vida y lo convirtió en un modelo de compasión y entrega.