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"Por favor, ven, veo el fuego muy cerca", le dijo Andrés Santiago, veterinario y director del Observatorio Español de Pericia y Seguridad Veterinaria, a un vecino mientras observaba cómo las llamas devoraban el terreno y avanzaban cada vez más cerca en dirección a su casa.

En pocas horas, el incendio de Méntrida arrasó un pueblo entero, destruyendo cientos de hogares y alterando la vida de sus habitantes.

En la urbanización de chalets Calipo, en Navalcarnero, su casa era la primera, y la que tenía más acceso al campo. Aunque muy bonita, esta localización hizo a su hogar especialmente vulnerable al fuego, arrasándolo por completo en el exterior. Se estima que se quemaron unas 3.000 hectáreas.

Alrededor de las cinco de la tarde del 17 de julio, el veterinario y su vecino, Carlos, corrieron hacia las llamas. Intentaron regar el perímetro del jardín con mangueras, pero una hora después la situación ya estaba fuera de control.

"Había llamas de tres o cuatro metros encima de nosotros. Nos rodeaban por completo", cuenta Santiago en una entrevista con Mascotario. Fue entonces cuando decidieron que la escena no era sostenible y que tenían que poner a salvo a los animales.

Un refugio en llamas

En pocos minutos empezaron a actuar, sin tener tiempo para reflexionar. Evacuaron a sus cuatro perros en el coche de Carlos, sacándolos de dos en dos. Hicieron un par viajes para los suyos y uno más para los animales de otro residente que vivía en la misma calle.

El rescate fue peligroso: uno de los coches de Santiago quedó destrozado y el de su amigo terminó con un lateral derretido por el calor de las llamas. "Aun así, eso fue lo de menos —dice el veterinario—. Al final son solo cosas materiales".

Uno de los dos perros de Andrés Santiago con su nueva caseta reconstruida. Andrés Santiago

Cuando Santiago fue a buscar a sus mascotas, se paralizó al ver cómo regresaban una y otra vez a sus casetas, aunque estaban envueltas en llamas. "Pensaba que buscarían instintivamente huir del fuego, pero tuve que cogerlos del pellejo y sacarlos a rastras", cuenta todavía en shock.

"Si no hubiera estado en casa, se habrían quedado en sus casetas, quemándose". Más tarde, varios educadores caninos le explicaron que se trataba de una reacción instintiva: buscar aquel lugar que reconocían como seguro, aunque estuviera en llamas.

"Avanzas o nos morimos aquí"

Tras poner a salvo a los perros, Santiago volvió una última vez: debía rescatar a su caballo Antojo, lo más importante para él. Tomó una toalla de la piscina, la mojó y la colocó sobre su cuerpo para intentar protegerlo.

Aunque la tela se perdió a mitad del camino, sirvió momentáneamente para refrescarlo. Entre las llamas, el veterinario no tuvo otra opción que llevárselo andando, tirando con una cuerda mientras Carlos empujaba desde atrás.

"Su instinto era retroceder, no quería avanzar, y fue extremadamente difícil". Durante la evacuación le habló sin cesar: "Tenemos que cruzar, si no morimos aquí". Y aunque sabía que el caballo no podía comprender sus palabras, de alguna forma confió en él y logró seguir adelante.

Finalmente, salieron del infierno de fuego, pero Antojo sufrió quemaduras en la cara, el párpado y el hocico. "Los policías estaban desbordados y las chicas de protección civil lloraban ante lo que veían", recuerda.

Entre cenizas

El caballo quedó refugiado en el jardín de otro vecino y los perros encerrados en varias habitaciones de una casa. Primero aseguraron a sus mascotas y, posteriormente, cuando ya estuvieron más tranquilos, fueron al hospital, donde les ingresaron para proporcionarles oxígeno.

"La gente nos decía que pidiéramos una ambulancia, que estábamos en muy mal estado. Pero no podía dejar a los animales solos. No están acostumbrados a estar fuera de su casa, se habrían escapado", explica.

Al día siguiente, Andrés regresó con sus perros al lugar calcinado. Nunca había vivido en otro sitio: ese era su hogar. Ellos, instintivamente, se tumbaron en los mismos lugares donde antes estaban sus camas, ahora convertidos en cenizas. "Se acostaron allí como si nada hubiera pasado".

Una de sus prioridades, en cuanto pudo regresar, fue rehabilitar el espacio de los peludos. Gracias a unos amigos de Andorra consiguió casetas de madera y césped, para devolverles lo antes posible la sensación de normalidad.

Las ruinas

Ahora, un mes después, Antojo se recupera en la finca de unos amigos en Villanueva de Perales. "Los primeros dos días después del incendio no quiso ni comer ni beber. Estaba traumatizado". El veterinario curó sus quemaduras, que ya están prácticamente cicatrizadas, y lo visita con frecuencia.

Su casa sufrió daños importantes, pero sigue de pie. La instalación eléctrica y la de agua de su hogar se quemaron completamente, al igual que todo lo superficial en el jardín. La vivienda, al ser de piedra, solo sufrió daños en el exterior.

Perdió incluso la instalación del pozo, que ha tenido que rehacer con nuevas bombas y electricidad. Durante semanas, Santiago y su vecino durmieron en la buhardilla de unos amigos, hasta poder regresar a su hogar a volver a mediados de agosto.

El perito de su seguro le advirtió de que la vivienda estaba infrasegurada, por lo que probablemente no recibirá la indemnización necesaria para cubrir todos los daños.

Una ayuda solidaria

Mientras espera una respuesta, sigue con las tareas de reconstrucción: retirar las 300 arizónicas quemadas, reparar tuberías y habilitar lo básico para vivir. "Soy veterinario, no fontanero ni electricista, pero no puedo permitirme los presupuestos de profesionales".

Gracias a la solidaridad de la gente, ha recibido ayuda inesperada. "Un electricista me montó el cuadro básico y varios vecinos vienen a retirar escombros". Incluso el dueño de Viveros Jesús, que perdió todo en la borrasca Filomena, se ofreció a rehabilitar su jardín.

"Ese hombre estuvo también en la dana de Valencia ayudando a los afectados. Yo mismo monté allí un hospital para perros y gatos, en un colegio, y ahora mucha gente de aquella ciudad me ofrece su apoyo", confiesa.

El vacío de los protocolos

El incendio dejó al descubierto un vacío legal: la falta de protocolos de emergencia para los animales. En la misma calle Pontevedra vivía un anciano que fue evacuado en ambulancia por inhalación de humo.

El veterinario, Andrés Santiago, con su perro rescatado, un més desspués del incendio de Toledo. Andrés Santiago

Santiago, que conocía su perra, entró en su casa para rescatarla. Otro vecino se encargó de cuidarla hasta que el dueño recibió el alta hospitalaria un mes después. "Es terrible", lamenta. "Si no hubiéramos sabido que tenía una mascota se habría quedado sola. No existe un sistema de notificación para estos casos".

"No estamos preparados para esto", lamenta. "Nunca habría imaginado que algo así pudiera hacerse realidad. Y, sobre todo, de un momento a otro. Debes saber cómo organizarte y actuar".

En aquel instante no lo pensó: actuó por instinto. Con perspectiva, dice que intentaría evacuar a todos los animales a la vez, en lugar de hacerlo por turnos, un proceso que ahora considera arriesgado. Pero no existen protocolos ni prevención frente a situaciones como esta.

El miedo en el cuerpo

Desde la ventana de su cocina todavía se ve el jardín quemado. Aunque ya cuenta con agua y luz, lo demás se seguirá arreglando poco a poco. Espera traer de vuelta a Antojo para finales de agosto, porque pasar tanto tiempo sin verle no es lo habitual. 

Los árboles quemados en el jardín de Andrés Santiago. Andrés Santiago

"Tengo miedo de que todo esto pueda repetirse". Un bombero forestal le contó que ya había intervenido en un incendio en esa misma zona hace 20 años, porque siempre se reavivan en los mismos lugares.

"No estoy mal, pero algo ha cambiado", confiesa. Cada vez que ve cenizas levantarse con el viento, piensa: "Madre mía, a ver si vuelve a empezar otro fuego".