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El ladrido es una forma natural y necesaria de comunicación para los perros. Mediante él, avisan de la llegada de alguien, expresan emoción, alertan de un posible peligro o simplemente llaman la atención.

Sin embargo, cuando estos ladridos se vuelven excesivos, repetitivos o se activan con estímulos cotidianos como el timbre de la puerta o la simple presencia de desconocidos, pueden convertirse en un problema tanto para los dueños como para el bienestar emocional del propio animal.

En estos casos, no se trata de "prohibir" al perro que ladre, ya que forma parte de su naturaleza, sino de enseñarle a gestionar mejor estos estímulos y a responder de forma más calmada.

La educadora canina Anica, de la asociación Perros y Punto, propone un método en tres pasos que ayuda a reducir la reactividad sin aplicar castigos y reforzando conductas deseadas.

Normalizar

Uno de los factores que más dispara el ladrido en casa es la asociación mental que el perro hace entre el sonido del timbre y la llegada de una visita o un "intruso" en su territorio.

La estrategia de Anica busca romper esta asociación para que el timbre deje de ser un detonante emocional. "Haz sonar el timbre muchas veces al día, en momentos en que no signifique que alguien va a entrar", explica. "Que deje de ser un aviso especial".

Esto implica pequeñas sesiones diarias: tocar el timbre al salir, a tirar la basura, al entrar de la compra, o incluso sin razón concreta. No se abre la puerta para recibir a nadie, no hay un evento emocionante detrás.

El objetivo es que el perro comprenda que el timbre es solo un ruido más del entorno, y que no requiere una respuesta intensa.

Con el tiempo, esta exposición repetida y sin consecuencias significativas reducirá la expectativa y la excitación que el perro siente al escucharlo.

Recompensar el silencio

Muchos dueños, de forma inconsciente, refuerzan el ladrido hablando, regañando o tocando al perro cuando este ladra. Para el animal, cualquier atención, incluso negativa, puede interpretarse como una respuesta a su conducta.

Por eso, el segundo consejo de Anica es ignorar completamente los ladridos cuando se producen, evitando contacto visual, verbal o físico hasta que el perro se calme.

En cuanto el perro guarde silencio, aunque sea durante apenas unos segundos, se le debe reforzar positivamente con:

  • Palabras suaves y de elogio ("muy bien", "bravo").

  • Caricias tranquilas.

  • Un premio en forma de golosina o juguete.

Al principio, será necesario reaccionar rápido para que el perro entienda qué conducta estás premiando, pero con práctica irá aumentando los tiempos de calma espontánea.

Generalizar

Muchos perros aprenden a comportarse de cierta manera en un contexto muy específico (por ejemplo, cuando su propio dueño toca el timbre). El problema es que este buen comportamiento no siempre se traslada a nuevas situaciones.

Ahí es donde entra el tercer paso: generalizar el aprendizaje. "Una vez que el perro ha aprendido a permanecer en silencio cuando su cuidador toca el timbre, es el momento de introducir una nueva variación".

Se pide a un amigo, vecino o familiar que toque el timbre, mientras el dueño actúa igual que en las sesiones anteriores: ignorar el ladrido y premiar el silencio.

Este punto es crucial porque el perro comenzará a entender que, sin importar quién active el sonido, la norma es la misma: mantener la calma trae beneficios.

Una chica acariciando a un perro en casa. Istock

Anica advierte que este proceso requiere repetirlo un mínimo de siete veces, o más si el perro es muy reactivo, para consolidar el nuevo patrón de conducta. La repetición constante es la clave del éxito.

Consejos complementarios

Si bien estos tres pasos son la base del entrenamiento, hay otras acciones que pueden ayudar a acelerar el proceso y prevenir recaídas:

Aumentar la estimulación física y mental: un perro cansado y satisfecho tiende a reaccionar menos a estímulos externos. Paseos largos, juegos de olfato, entrenamiento de trucos y juguetes interactivos son aliados útiles.

Controlar el ambiente: si tu perro se altera con facilidad, puedes limitar su acceso a la puerta o a la ventana durante el entrenamiento, para reducir la intensidad de la respuesta.

Socialización progresiva: exponer al perro de forma positiva a distintos sonidos, personas y situaciones desde cachorro es la mejor prevención contra la reactividad.

Evitar castigos o collares antiladridos: estos métodos pueden generar miedo, ansiedad y dañar el vínculo con el perro. La educación debe basarse en confianza, repetición y refuerzo positivo.

Reducir los ladridos excesivos frente al timbre o a personas desconocidas no es algo que ocurra de la noche a la mañana. Requiere constancia, paciencia y un enfoque positivo.

Siguiendo la estrategia de Anica, normalizar el timbre, ignorar el ladrido y premiar el silencio, y generalizar con ayuda de otras personas, es posible enseñar al perro a recibir visitas o escuchar el timbre sin entrar en un estado de sobreexcitación.

El resultado final será un perro más tranquilo, un ambiente doméstico más relajado y una convivencia mucho más agradable para todos.