"Este proyecto comenzó de manera fortuita", cuenta Eva Aznar Morales, presidenta de la Gatoteca de Madrid. "Un día proyectando mi trabajo de fin de grado, pensé ‘voy a hacer un café de gatitos’".
La joven es técnica superior en ilustración y diseñadora de interiores. Inspirada por su amor por los felinos, su experiencia en hostelería y el concepto de los cafés de gatos en Japón, decidió crear un sitio similar como proyecto final de carrera, buscando algo diferenciador.
Inicialmente, Morales notó una percepción común de que los cafés de gatos solo tenían animales de raza, cachorros, y que no había una labor social detrás. Esto la llevó a idear un café donde los gatos fueran aquellos que no tuvieran un hogar, ofreciéndoles un espacio temporal y, eventualmente, encontrándoles una familia.
"Somos una protectora de animales, no una cafetería con gatos", dice. Morales se enamoró tanto de la idea que decidió crear su propia asociación, Abriga (Asociación Benéfica por el rescate e inserción de gatos en adopción), constituida en 2013 y aprobada a nivel nacional.
Desde el principio
La creación de la asociación y el espacio físico fue un proceso simultáneo y complejo. A pesar de que el proyecto se inició en 2011, les costó casi dos años abrir, inaugurando finalmente en 2013.
"Uno de los mayores desafíos fue la falta de precedentes en España", cuenta. En ese momento, los perros ni siquiera podían entrar en bares, lo que hacía que la idea de una cafetería con gatos fuera chocante para los funcionarios.
Un gato tigrado en La Gatoteca de Madrid.
Tuvieron que realizar numerosas visitas a organismos (urbanismo, protección animal, medio ambiente…) para entender los requisitos y verificar su viabilidad. Decidieron establecerse en Madrid, buscando un lugar donde la gente pudiera encontrarlos fácilmente, ya que su labor principal era visibilizar al gato.
Lucharon arduamente por estar en el centro de Madrid, a pesar de que las normativas suelen sacar del núcleo urbano a los lugares con más de cinco animales juntos, para ser accesibles a la gente.
Pero, cumplieron estrictamente con todas las indicaciones, como la obligación de que ninguna bebida tuviera contacto con los felinos o sus espacios, a diferencia de otros cafés de gatos en Barcelona.
Esto llevó a un cambio de la idea inicial de un local de 50-60 m² a uno gigante y muy complejo de 250 m², que incluye salas de desinfección, infecciosos, cuarentena, adaptación, cafetería y almacenes.
El 15 de octubre de 2013
Abrieron el 15 de octubre de 2013 en la calle Argumosa, 28, en Lavapiés, y permanecieron allí durante siete años. "Este local era grande para el público, pero tenía poco espacio privado para trabajar con los gatos con calma", cuenta.
Antes daban unos 60-70 gatos en adopción al año, y ahora, en la nueva ubicación, en la Calle del Duque de Rivas, 7, llegan a los 125 y pueden trabajar con casos más complicados.
Eva Aznar Morales, fundadora de La Gatoteca, en frente de la entrada al espacio.
Cuando llegó la pandemia, intentaron sobrevivir, manteniendo abierta solo la tienda de primera necesidad y cuidando a los 28 gatos que tenían. Ante el miedo persistente de la gente y la responsabilidad de encontrar hogar a todos los animales en caso de cese de actividad, decidieron devolver el local y dar a todos los gatos en adopción.
"No sabemos vivir sin gatos y este proyecto nos encanta", se ríe. Por esta razón, buscaron un nuevo establecimiento. En la ubicación actual, llevan casi cuatro años.
Las zonas interiores
La Gatoteca es una entidad sin ánimo de lucro, gestionada por la asociación Abriga. Como cuenta su fundadora, aunque no lo parezca, el día a día es muy complejo.
Las tareas incluyen llegar temprano para verificar el estado de los gatos, asegurarse de que no haya vómitos, peleas o problemas de salud, dar de comer, y desinfectar "como si no hubiera un mañana", todos los días.
La higiene es fundamental debido a la capacidad de los gatos de invisibilizar enfermedades. El local está estructurado con una planta a nivel de calle abierta al público, donde hay una selección de productos, la entrada y el salón de gatos.
En el salón de gatos, la norma es tener aproximadamente 24 gatos y un aforo humano de 12 personas. Los que están en esta área ya están disponibles para adopción.
Un gato negro en La Gatoteca de Madrid.
En el sótano, de unos 90 m², se encuentran las diversas salas privadas, cruciales para la adaptación de los gatos antes de que suban al área pública. La zona de infecciosos y la de observación y cuarentena, para los gatos que llegan sin protocolo o con estado de salud desconocido.
Una vez que ya tengan el protocolo cumplido, pasan a la zona de convivencia, para adaptarse a la socialización con otros felinos, a la espera de un hueco arriba o para aquellos con los que se está trabajando algún tema de comportamiento.
Los michis
"No podemos traer a un gato directamente de un centro municipal a la sala pública, sería un choque tremendo", explica Morales. Trabajan con felinos de edad avanzada, ciegos, atáxicos, con enfermedades infecciosas, con caracteres complicados y traumas.
Esto incluye gatos que han sufrido caídas desde ventanas, gatos de síndrome de Noé (acumulación de animales), y gatos que han sufrido maltrato o han sido ignorados. "Algunos de estos animales nunca llegan a la sala de arriba porque no toleran a otros gatos o se estresan con la presencia de mucha gente o niños", cuenta la presidenta.
Principalmente, los gatos llegan por dos vías: centros municipales que recogen animales con perfiles difíciles, "al negro tuerto, al que lleva ahí seis meses, al que le amputaron el rabo, al que mordió al propietario" o colaborando con otras asociaciones legalmente constituidas.
También reciben solicitudes diarias de recogida de gatos por teléfono y correo electrónico. Sin embargo, distinguen entre casos de necesidad real, como los gatos domésticos abandonados en colonias o los rescates de gatos heridos, de los que llegan por personas irresponsables.
Estas últimas buscan deshacerse de sus mascotas por mudanzas o cambios de trabajo. Así derivan a las personas a buscar soluciones por su cuenta y no asumen la responsabilidad.
Un protocolo estricto
Para que un gato ingrese a las instalaciones, debe cumplir con un protocolo muy concreto para el bienestar del animal y el resto de la colonia, ya que está bajo la supervisión de Medio Ambiente y Protección Animal.
Los felinos que entran tienen que estar esterilizados, negativos en leucemia e inmunodeficiencia, vacunados y desparasitados.
Eva Aznar Morales en la sala pública de La Gatoteca con los gatos.
El proceso de entrada es individualizado: los gatos del centro municipal siempre necesitan cuarentena y observación, mientras que los de otras asociaciones con protocolo completo pueden ir directamente a la zona de adaptación.
Un proyecto autogestionado
El proyecto está fundamentado en la autogestión, es decir, se financia con los fondos económicos recibidos de las visitas, las cuotas de socios, el Teaming, donaciones y la venta de productos.
Estos fondos cubren gastos fijos como alquiler, suministros, veterinarios, alimentación, nóminas e impuestos. Desde hace tres años, también optan a una parte subvencionada por la Comunidad de Madrid.
La gente está invitada a visitar el proyecto para conocerlo, sabiendo que el dinero de su reserva en el salón de gatos se destina a su bienestar. La mayoría de los visitantes no vienen con la intención de adoptar, pero acaban enamorándose.
Mimi
Este fue el caso de Mimi. A pesar de llegar con un protocolo supuestamente cumplido, la gata no comía y tenía problemas dentales y respiratorios, lo que la hacía reaccionar con pánico.
Después de dos cirugías dentales, muchas pruebas veterinarias y meses de tratamiento y trabajo para ganarse su confianza, Mimi se recuperó y pasó de ser una gata inabordable a saludar, pedir mimos y subirse encima.
"Después de mucho promocionarla, conseguimos que una chica eh viniese a conocerla y fue a entrar en la sala. Mimi fue a saludarla, la chica se echó a llorar y dijo que la quería", cuenta conmocionada Morales. "Son esas pequeñas historias que nos hacen seguir adelante".
