Cuando llega el momento de sacar a nuestro gato de casa, todas las “Karen” sabemos lo que nos espera. Toca mirar debajo de la cama, dentro del armario, detrás de los muebles y en cualquier rincón posible. Porque en cuanto oye el clic del transportín abriéndose, tu gato desaparece.
Esa caja de plástico o tela que para nosotros no es más que una herramienta práctica para movernos, para él representa una amenaza. Es una puerta hacia experiencias poco agradables: una visita al veterinario, una mudanza, un cambio inesperado.
Esta situación tan común puede generar estrés, pánico y miedo. Por eso, el primer paso para que un gato aprenda a viajar con tranquilidad no empieza en el coche, sino mucho antes: en casa, en su zona segura.
De enemigo a refugio
Si queremos que el transportín pase de ser un enemigo a convertirse en un refugio, hay que partir de una verdad básica: los gatos no toleran lo imprevisto. Los gatos son animales rutinarios, muy sensibles a los cambios bruscos.
Si el transportín solo aparece antes de algo estresante, lo rechazará sin dudar. Asociar cada elemento con refuerzos positivos, ayuda nuestro animal a no tener miedo.
Un gato en un transportín dentro del coche.
Por eso, una estrategia útil es dejarlo siempre visible, abierto, en un rincón tranquilo de casa. Puedes poner dentro una manta con su olor, un juguete conocido o algo que le resulte familiar.
Al principio, lo mirará con desconfianza, lo rodeará, quizás entre por curiosidad o se tumbe cerca. Y eso está bien. La clave es no tener prisa.
Libertad de elección
Cuando el gato empieza a confiar, puedes fomentar una relación más activa con el transportín. Usa su juego favorito, tu voz o alguna golosina para animarlo a entrar suavemente.
Lo más importante es no forzarlo nunca. Si decide entrar, no cierres la puerta de inmediato. Déjalo explorar, entrar y salir a su ritmo. Solo así empezará a ver el transportín no como una trampa, sino como un lugar bajo su control.
Pruebas cortas y progresivas
Después, puedes hacer pequeñas pruebas. Cierra la puerta unos segundos, quédate cerca, háblale con suavidad y vuelve a abrir. Premia su tranquilidad con una caricia, un snack o simplemente tu presencia serena.
Cuando esté preparado, puedes levantar el transportín con él dentro y dar unos pasos por casa antes de volver al mismo sitio. No se trata de grandes logros, sino de enseñarle a no tenerle miedo.
Un planeta nuevo
El día que llegue el momento de entrar en el coche, recuerda que para tu gato es como aterrizar en otro planeta: ruidos nuevos, vibraciones desconocidas, olores intensos. Así que es muy posible que se asuste.
Por eso, la primera vez nunca debería ser un viaje largo. Comienza simplemente por sentarte con él dentro del coche, sin encender el motor.
Un gato mirando fuera de la ventana de un coche en movimiento.
Otro día, puedes encenderlo pero quedarte parado. Y más adelante, hacer un trayecto muy corto, conduciendo suave y hablándole con calma.
Durante los primeros viajes, puede ser útil cubrir parcialmente el transportín con una tela ligera. Esto ayuda a reducir estímulos visuales y generar una especie de guarida protectora.
Mantén el coche a una temperatura estable, sin corrientes. Y evita viajar justo después de que haya comido: un estómago ligero reduce el riesgo de mareo.
A su propio ritmo
Cada gato necesita su tiempo. Algunos se adaptan rápido, otros tardan semanas, incluso meses. Algunos aprenderán a tolerar el coche, otros nunca lo disfrutarán del todo, pero sí podrán afrontarlo con más calma si las experiencias han sido respetuosas y progresivas.
Acostumbrar a un gato al movimiento no es un adiestramiento tradicional. Es un proceso delicado, casi invisible, que requiere escucha, paciencia y pequeños gestos cotidianos.
En el fondo, se trata de enseñarle que lo nuevo no siempre es peligroso. Y que, de vez en cuando, incluso fuera de casa, puede existir un lugar donde sentirse bien.