La imagen de caos y nerviosismo de las películas postapocalípticas no se encuentra muy lejos de lo que fue la realidad madrileña durante este lunes. El apagón generalizado en toda España pilló a todo el mundo desprevenido causando incertidumbre y escenas de todo tipo.
El Metro cerrado y a oscuras, los autobuses llenos y los taxis sin poder cobrar con tarjeta limitaron el transporte. La cosa fue también complicada en Barajas, con gente atrapada en los aviones o en Cercanías, con los servicios cancelados. La falta de telefonía, intermitente, impedía contactar con casi nadie. El boca a boca entre la gente a las salidas del Metro o de cualquier edificio fue la tónica desde las 12.30, hora a la que empezó todo. Y, para añadir un toque castizo, los vecinos hablaban entre ellos y con los transeúntes desde los balcones.
Muchos acudieron a los bazares a comprar pilas, provisiones y utensilios: se preparaban para lo peor. Tampoco se perdieron la cita las radios en mitad de la calle o la gente acercándose a coches ajenos para escuchar el último boletín. Incluso en Carabanchel, antes de que llegaran los servicios oficiales, un vecino, convertido en héroe local de este surrealista día, organizó el tráfico en un cruce entre aplausos. Los vecinos le entregaron un chaleco para que pudiera ser visto por los coches y peatones, que no sabían cuándo avanzar debido a que los semáforos no funcionaban.
Entre dudas sobre el alcance del apagón, culpas a Putin y bromas sobre volver a la Edad de Piedra, destacó la amabilidad de los madrileños que compartían información. Algunos conductores incluso ofrecían transporte a los que lo necesitaban, que eran muchos. Otros estaban dispuestos a compartir taxi al resto de los que intentaban subirse a uno, aunque nunca llegaba ninguno vacío. Claro que si la tensión eléctrica falló, la de las calles tomó un camino inverso y también hubo discusiones entre algunos madrileños más nerviosos de lo habitual.
A media tarde, distintos intercambiadores como el de Plaza Elíptica estaban repletos de gente esperando mientras un helicóptero vigilaba la zona desde el cielo, no ayudando a dar un aire de normalidad al día. Y todavía sin saber a ciencia cierta cuándo volvería la luz. Por si fuera poco, las bolsas de basura, vestigios de la huelga de la pasada semana, convertían Madrid en un escenario casi distópico.
El sonido de las sirenas
Mientras tanto, las sirenas de los servicios de emergencia se habían vuelto la melodía habitual del lunes. Grupos de bomberos trabajaron sin descanso, auxiliaban a los necesitados. Entre otros, personas que se habían quedado atrapadas en ascensores y a las que les faltaba oxígeno. A última hora del lunes, se habían contabilizado 3.139 expedientes y los Bomberos de la Comunidad de Madrid habían realizado un total de 292 intervenciones.
Así, llegó la noche y con ella, de forma tan contradictoria como puntual, la luz fue regresando. Lo hizo entre aplausos de los madrileños, según iba regresando a las distintas zonas de Madrid de forma escalonada.
Paralelamente, parecía el día perfecto para esta desconexión digital forzada. El sol bañaba las calles de la capital invitando a todo el mundo a salir a disfrutar del aire libre. Las terrazas de los pocos bares que se encontraban abiertos estaban a rebosar disfrutando de las altas temperaturas.
Con los botellines de cerveza fuera de las neveras y resguardados en un lugar en el que se mantuvieran fríos, ya no existía más preocupación durante, por lo menos, un rato. Cerca de los bares, los niños jugaban en los parques. Algunos bancos se habían convertido en improvisados solariums y, mientras tanto, otros paseaban a su alrededor.
La estampa habitual de cualquier día soleado en Madrid parecía potenciada con un aspecto que difería de lo que es costumbre: no había ni rastro de los teléfonos móviles. Las conversaciones volvían a llenar terrazas, parques, plazas y marquesinas. En lugar de buscar en internet indicaciones para llegar hasta un lugar, se volvía a preguntar al conductor del coche de al lado o al peatón que pasaba por allí. Algo impropio de la sociedad hiperconectada de hoy en día.
Lo que podía parecer que sería una película apocalíptica, terminó siendo una ambientada en otra época. Si el Covid llenó las calles de la capital de caos, este apagón supuso un pequeño viaje en el tiempo.