Bea, que tiene síndrome de Down, lleva las comanda como quien dirige una orquesta: con decisión y seguridad. Mientras, Jesús, que no mide ni un metro, se mueve ágil preparando los platos entre ollas y fogones en una cocina adaptada a su altura.
"Si la mesa le dice a Bea que son tres ensaladas mixtas, ella redondea el número y la foto del plato. Para ella es mucho más fácil que tener que escribir.
Cocinera en Vrutal Club.
"A la cocina llega todo perfecto", explica Sandra Cabezudo, fundadora de la escuela de hostelería para personas con discapacidad Vrulé y, desde hace poco menos de dos meses, al frente de este restaurante llamado Vrutal Club.
Recién inaugurado en Pozuelo, dentro de una urbanización de Somosaguas —pero abierto al público—, la historia de Vrutal Club empezó antes de que se sirviera la primera ración de ensaladilla rusa con gambas al ajillo —uno de los platos más pedidos—.
Hace dos años, Cabezudo y su socio, Pablo Abellanas, levantaron en Torrelodones una escuela de hostelería para personas con discapacidad intelectual.
"Veía que había mucha oferta ocupacional, pero poca formación adaptada que realmente sirviera para un empleo", explica Sandra.
En Vrutal Club trabajan once personas, la mayoría con discapacidad y un mínimo "normalizadas", palabra que Sandra detesta. Muchos de ellos son antiguos alumnos de Vrulé. En la práctica, no hay distinción: todos cobran lo mismo. "Aquí no hacemos prácticas gratis. El que entra, cobra. Porque currar, curramos todos", sentencia.
Su carta es breve, con guiños de humor —como la "No Smash Burger" porque, dice Sandra, "es una carne normal de toda la vida. Bacon, queso y... bastante rica"— y platos clásicos con un toque personal: croquetas de cecina o jamón, provolone, gilda clásica, patatas bravas o gyozas.
"Es una carta tradicional, pero en el emplatado con las salsas y lo demás, le damos una vueltita", explica Sandra. De momento, controlan las reservas a 20 comensales por servicio y el ticket medio ronda los 15-20 euros, el menú del día cuesta 12,50.
La adaptación está en cada rincón: comandas con números en lugar de texto o banderitas numeradas en las mesas para que nadie tenga que memorizar nada y para que las rutas estén claras en la distribución del restaurante y así todos puedan servir con autonomía, son sólo algunos ejemplos.
"Buscamos que cada uno tenga las herramientas para trabajar lo mejor posible", explica Sandra.
Comanda adaptada de Vrutal Club.
A pesar de las críticas, el restaurante está lleno casi cada día. "Algunos piensan que nos aprovechamos para conseguir subvenciones, cuando en realidad tenemos cero ayudas y llevamos tres años luchando para mantenerlo mi socio y yo. El que nos critica es que no sabe la realidad".
Y el ambiente, según ella, es la mejor prueba de que la fórmula funciona: "Los trabajadores están hiperfelices por poder currar. Estamos muy contentos de quiénes somos. Lo más importante es que venga todo el mundo a currar con alegría siempre".
En Vrutal Club la inclusión no es un gesto puntual ni una campaña de marketing. Es un negocio que se sostiene por sí mismo y para todos los trabajadores.
