Caminar sobre la calzada romana de Galapagar ya no es solo una imagen mental de tiempos imperiales. El municipio ha recuperado un tramo de unos 200 metros de este sendero milenario, integrándolo en la vía pecuaria Cordel de las Suertes Nuevas/Las Cuerdas y devolviéndole vida gracias a un proyecto de restauración que mezcla arqueología, medioambiente y nuevas tecnologías.
El resultado es un espacio histórico que no solo permite pasear sobre las mismas losas de granito y cuarzo que pisaron las legiones romanas, sino que también convierte la visita en una experiencia didáctica y natural.
Entre paneles con códigos NFC, charcas para anfibios y un puente que ha ganado en salud hidráulica, la calzada regresa al presente con la misma fuerza con la que unía Mérida y Zaragoza en el siglo III d.C.
No es solo una reliquia estática: la intervención ha limpiado, ordenado y protegido este patrimonio, integrándolo en el paisaje de Galapagar para disfrute de vecinos, senderistas y curiosos.
Y todo, respetando al máximo el trazado y los materiales originales bajo una estricta supervisión arqueológica y medioambiental.
Una autopista del Imperio
La calzada de Galapagar formaba parte de la Vía Antonina, inscrita en el Itinerario de Antonino del siglo III d.C., una especie de guía oficial de carreteras romanas.
Su misión era estratégica: garantizar la movilidad de tropas y mercancías entre Augusta Emerita (Mérida) y Caesaraugusta (Zaragoza). En tiempos del Imperio, era el equivalente a una autopista militar.
El tramo galapagueño se caracteriza por grandes losas de granito y cuarzo sobre una base de piedras más pequeñas, siguiendo la técnica clásica: primero arena, luego el rudus (grava y cemento romano) y encima el enlosado, ligeramente abombado para evacuar el agua. Un sistema tan eficaz que, siglos después, sigue inspirando soluciones modernas de drenaje.
No todo se conserva igual. Con el paso de los siglos, muchas piedras fueron reutilizadas en otras construcciones o para delimitar propiedades. De ahí la irregularidad del trazado en algunos puntos. Eso sí, el municipio conserva miliarios —auténticos 'kilómetros 0' de la época—, uno de ellos de los tiempos del emperador Caracalla, que detallaba distancias e inscripciones imperiales.
Restauración con innovación
El proyecto ha innovado con un sistema de drenaje que canaliza la lluvia hacia una charca pensada para anfibios, aportando un valor ecológico añadido al entorno. La calzada romana ahora también hace de reserva natural improvisada, algo que ni los ingenieros romanos imaginaron en sus planes logísticos.
Se han eliminado especies vegetales invasoras y se ha potenciado la flora autóctona, acompañando la obra con podas fitosanitarias. Además, se han instalado talanqueras para evitar el paso de vehículos que podrían dañar la calzada, y se ha acondicionado el puente de mampostería cercano, del siglo XVIII, siguiendo la línea de la ingeniería romana, para mejorar el flujo de agua y prevenir inundaciones.
Tecnología al servicio de la historia
El visitante de hoy no necesita un legionario como guía. En su lugar, la restauración ha incorporado paneles informativos y soportes con tecnología NFC, que permiten a cualquier móvil acceder a datos históricos y explicaciones sobre la construcción. Es una forma de actualizar el patrimonio con recursos digitales sin alterar su esencia.
El recorrido se completa con rutas QR y paneles didácticos, planteados para que la calzada no sea solo una visita pasiva, sino una experiencia formativa. Ahora los teléfonos explican cómo se construían las alcantarillas romanas o qué significaban los miliarios. Si los romanos dejaban inscripciones en piedra los madrileños dejan enlaces a internet. Queda por ver si los estudiarán dentro de dos milenios.
