Es algo que sabemos desde hace mucho tiempo, pero que prácticamente todos los días nos recuerdan, ahora con las recientes inundaciones en Pakistán que han significado miles de muertos y el desplazamiento de treinta y tres millones de personas, uno de cada siete habitantes del país: vivimos tiempos prestados. 

Las catástrofes climáticas están incrementando su frecuencia cada vez más, convirtiendo el planeta en una siniestra lotería. Sin embargo, ni todos los países tienen la misma responsabilidad en esa lotería, ni mucho menos las mismas probabilidades de sufrir sus consecuencias. 

Veinte países con alto riesgo climático están tomando la decisión de dejar de pagar sus deudas nacionales, un total de 685,000 millones de dólares, porque lo consideran injusto y necesitan imperiosamente dedicar ese dinero a proyectos de estabilización climática.

Hablamos de países en riesgo de catástrofes derivadas de fenómenos extremos, en algunos casos, en riesgo directamente de dejar de existir como países, como Maldivas, con una altura media sobre el nivel del mar de 1.5 metros, o de otros en los que un incremento de las temperaturas haría imposible el desarrollo de la vida humana. 

"Esos países no han hecho prácticamente nada para originar los problemas que ahora sufren"

¿Dónde está el problema? Tan sencillo como que, en general, esos países no han hecho prácticamente nada para originar los problemas que ahora sufren. Se trata de países con emisiones de gases de efecto invernadero muy bajas, con niveles bajos de industrialización.

Sus problemas derivan del proceso de industrialización de otros países, los llamados "desarrollados", como Europa o los Estados Unidos, que durante muchas décadas han explotado los combustibles fósiles para construir unas economías que ahora sabemos son completamente insostenibles, pero que ahora piden escandalizados a países en vías de industrialización que reduzcan sus emisiones. 

El contrasentido es evidente: 'no solo provocas mis problemas y conviertes el mundo en insostenible, sino que ahora, vienes a demandar a otros que reduzcan sus emisiones porque si no, terminarán poniéndote en peligro a ti también'. La injusticia de pretender que otros no hagan lo que nosotros ya hicimos en su momento, o incluso lo que seguimos haciendo. Si comparamos las emisiones actuales que genera un norteamericano o un europeo medios con un habitante de cualquiera de los 20 países que ahora amenazan con no devolver su deuda, entenderíamos claramente la magnitud del desequilibrio. 

La cuestión es acuciante, porque podemos estar ante una de las crisis de deuda más importantes de la historia, en un momento en el que la economía ya tiene tensiones de por sí muy críticas derivadas de la injustificable invasión de Ucrania por parte de Rusia. Lo último que queremos ahora es la perspectiva de un sistema financiero internacional que deja de funcionar y de pagar sus deudas. 

¿Qué hacer con unos países que afirman, y no con pocas razones, que devolver su deuda es injusto y que tienen que hacer frente a unos gastos elevadísimos que ellos no han provocado?

Muchos países pobres se ven obligados a gastar cinco veces más en el pago de su deuda que en medidas para paliar los efectos de la emergencia climática. Asignar prioridades aquí es evidente: en un lado, tienes al sistema bancario internacional. En el otro, a tus ciudadanos muriendo cada vez que llega un huracán, un tifón o un incendio de proporciones nunca vistas. Y sobre todo, con la demostración evidente de que esos problemas no los has provocado tú, tú solo sufres sus consecuencias. 

"Muchos países pobres se ven obligados a gastar cinco veces más en el pago de su deuda que en medidas para paliar los efectos de la emergencia climática"

El problema, evidentemente, es que estamos intentando hacer frente a una emergencia internacional -aunque muchos aun tengan el nervio de negarla, o de seguir planteando que sigamos haciendo lo mismo que hasta ahora- con unas estructuras profundamente obsoletas e insostenibles, pero aparentemente incuestionables. 

Mientras sigamos tomando decisiones en función de la economía de cada uno de los países definidos como soberanos, en lugar de hacerlo en función del interés de todo el planeta, la emergencia seguirá avanzando, con episodios cada vez más graves. La probabilidad de que, incluso viviendo en un país desarrollado, termines por ver o bien tu vida o tu patrimonio amenazados o destruidos se incrementa cada vez más. 

En el fondo, cuestión de dinero: sabemos que descarbonizar la economía completamente no solo es viable, sino que incluso nos ahorraría mucho dinero. Simplemente no queremos verlo, y mucho menos plantearnos hacerlo, porque supone una amenaza al equilibrio geopolítico, al mapa energético y a los negocios de muchos.

Pero… ¿dinero? ¿Qué es el dinero más que un concepto intrínsecamente humano, que el ser humano podría redefinir a su antojo? ¿Tiene sentido hacer frente a la mayor emergencia de la historia de la humanidad con ese tipo de limitaciones conceptuales? 

Como civilización, nos queda mucho por madurar. El problema, ahora, es si tendremos tiempo de hacerlo.