Esta semana tengo que comenzar recordando a un maestro, Antonio Escohotado. El jueves pasado, su familia, y, más concretamente, su hijo Jorge, nos regalaron un emocionante y bello homenaje a su figura que ninguno de los que estábamos olvidaremos. Como siempre he manifestado, yo solamente soy una huérfana anónima más del maestro, que nos dejó un legado abundante e imperecedero.

Quiero destacar los tres tomos de Los Enemigos del Comercio (2008-2017) en los que, en un alarde único de erudición, Escohotado señala a quienes combaten la naturaleza compleja de la economía y, por ende, del comercio y del mercado. Esa naturaleza compleja es la que explica la necesidad de que los precios no se manipulen para que sirvan de señales claras a oferentes y demandantes; la que permite entender que, como sucede en todos los órdenes complejos, la dirección natural sea de abajo hacia arriba, y no de arriba hacia abajo, eliminando la planificación como alternativa de modus operandi.

Esta conclusión, que Escohotado percibió con la claridad meridiana que le caracterizaba, resulta muy incómoda y provoca rozaduras en el ego del ser humano, especialmente en el nuestro, el de los economistas, tan dados a controlar todo para prevenir lo que pueda sobrevenir con muy poco éxito, normalmente.

Pero, si bien estoy convencida de nuestra incapacidad para adivinar el futuro y eliminar totalmente la incertidumbre, distinguiéndola del riesgo, en la línea de Frank Knight, también creo que, precisamente, una de nuestras misiones es dotar a los gestores políticos de herramientas para que la fortuna nos pille trabajando, de manera que tengamos cierto margen de maniobra ante la hecatombe.

Eso es justamente lo que no ha pasado en España desde el año 2020. Llegó la pandemia y nos pilló con un exceso de gasto político, ese que no es sanidad, carreteras o educación.

La dificultad para formar Gobierno por parte de todos los partidos con posibilidad (el PP y el PSOE) tuvo como daño colateral todo un abanico de pactos y alianzas más o menos explícitas. Y esas cosas también tienen un coste en euros. El número de ministerios es un claro ejemplo de lo que hablo. La gestión de la pandemia fue política. Se politizaron las necesidades sanitarias y las económicas, a cambio de ampliar el control sobre los ciudadanos y de reafirmar el poder de una clase gobernante débil.

Los fondos europeos, la llegada y difusión de las vacunas, la recuperación del ritmo de la economía mundial nos señalaban que, a una velocidad mayor o menor, España saldría adelante. Pero, a tenor de la actuación presente del Gobierno, creo que nuestros gestores no aprendieron nada de la inesperada circunstancia sanitaria global.

Una lección tan simple como "prevenir es mejor que curar". Y, en plena efervescencia de la incertidumbre, el gasto y la deuda siguieron su deriva. Eso explica que cuando se produce la invasión de Ucrania, hace ya más de un mes, nuestro Gobierno, acostumbrado a apagar fuegos y sin hábito de análisis preventivo, no toma ninguna medida para compensar el aumento del precio de la energía, que ya había iniciado la escalada hacía muchos meses.

España es la cigarra oficial europea

Nuestros países vecinos, lo hicieron, nosotros no. Así hemos llegado al momento en que hemos rascado de Europa un visto bueno para un parche insuficiente, que no tengo claro que hubiera llegado si no se hubiera producido la huelga de transporte, que ha puesto en jaque la continuidad misma del gabinete de Sánchez. España es la cigarra oficial europea.

Pero hay una perspectiva de la guerra ucraniana que se nos está escapando. Y es la agilidad y resiliencia del sector privado. Me refiero a las grandes compañías que se han retirado del mercado ruso y a las empresas financieras que se han adaptado a la nueva situación.

En este sentido, quiero destacar las palabras de Larry Fink, CEO de BlackRock en una carta abierta a sus clientes, publicada el jueves pasado: "El dinero que administramos pertenece a nuestros clientes. Y para servirles, trabajamos para comprender cómo afectarán a los resultados de sus inversiones los cambios en todo el mundo. BlackRock puede cumplir con nuestros clientes durante estos períodos volátiles debido al énfasis que ponemos en la resiliencia. Hemos construido tanto una plataforma de inversión como una estrategia comercial que son resistentes frente a la incertidumbre. Y la resiliencia es mucho más que resistir un impacto repentino en los mercados: también significa comprender y abordar los cambios estructurales a largo plazo, incluido lo que significan la desglobalización, la inflación y la transición energética para las empresas, las valoraciones y las carteras de nuestros clientes".

Me encantaría que nuestros gobernantes cuidaran del dinero de todos los españoles como Larry Fink el de sus clientes, diseñando una estrategia resistente a la incertidumbre y mirando el largo plazo. ¿Por qué no lo hace? Porque no le pasa nada si es negligente.

La cara oculta de la complejidad es que te permite señalar a un agente externo y eludir tu responsabilidad. Y nos lo creemos porque no sabemos qué hacer si nos atrevemos a poner en duda la diligencia del Gobierno.

Nuestra sociedad española está tan politizada que preferimos echarle la culpa a los rusos, a los ucranianos, a los anti vacunas, a los camioneros, al machismo o a los malditos empresarios que siempre son un blanco fácil, antes que reconocer que nuestros gobernantes están siendo negligentes.

Se nos ha olvidado lo que es la rendición de cuentas. Eso no pasa con Larry Fink, si no lo hace bien, sale de su puesto y BlackRock cae en desgracia. Sus actos tienen consecuencias, y por eso escribe cartas abiertas a sus clientes dando cuenta de todo lo que se está haciendo. Sánchez, el rey de las decisiones opacas, desprecia los protocolos democráticos, como en su decisión respecto al Sáhara, y no solo en esa, y no pasa nada.

¿Por qué seguir siendo sus "clientes" cautivos en lugar de poner encima de la mesa los recursos que el Estado de derecho nos brinda para protegernos? Porque tampoco hemos cuidado esos recursos y estamos en la frontera de la democracia autoritaria, que atenta contra la libertad individual. Mal camino.