Como profesor de innovación, que necesita abarcar numerosos temas para tratar de que sus alumnos visualicen en qué consiste el pensamiento innovador y el desarrollo de modelos de negocio en torno a él, la 'respuesta fácil' es uno de los temas que experimento de manera habitual. Son esas respuestas absolutamente tópicas, de trazo grueso, que la gente cree por inercia, sin cuestionárselas, verdades asumidas aunque nadie se haya parado a ver si tienen algún tipo de respaldo real más allá de una creencia. 

En tiempos de redes sociales, en los que todo el mundo cree saber de todo y las respuestas no se piensan, sino que se disparan desde la cintura sin siquiera pararse a apuntar, más aún.

Twitter, con sus 280 caracteres, o Facebook, con sus comentarios que en raras ocasiones van mucho más allá de esa longitud, son caldo de cultivo habitual para el "respondedor fácil", que así soluciona en un momentito las posibles reticencias mentales que le ha podido provocar un artículo que he escrito. 

En realidad, es casi tierno si no fuese absurdo: una persona cualquiera, que no tiene por qué tener un conocimiento profundo -o a veces ni siquiera algún conocimiento- sobre el tema que acabas de publicar y sobre el que, en buena lógica, no solo sabes algo, sino que además has pasado por el trabajo de documentarte razonablemente bien, se ve en la obligación de contestarte con la respuesta más fácil del mundo. Responde con el tópico más evidente, como si tú, en tu trabajo de documentación, no lo hubieras visto o se te hubiese podido pasar por alto. 

En realidad, esas respuestas fáciles son, simplemente, mecanismos de defensa. Exactamente igual que tirar una piedra.

Da igual el tema que toques: si revisas los tweets que suelo publicar simplemente para notificar que he escrito un artículo, en todos ellos se encuentran personas que responden a todo el artículo con una simple frase, con una de esas respuestas fáciles.

En tiempos de redes sociales, todo el mundo cree saber de todo y las respuestas no se piensan, sino que se disparan

Si escribes sobre la necesidad de integrar los dispositivos en la educación, te contestarán que "la escuela no es lugar para nintendos", como si los dispositivos únicamente sirviesen para jugar, como si esa idea no se te hubiese pasado por la cabeza, o como si fuese completamente imposible conseguir que los niños utilizasen su dispositivo como una herramienta para buscar información, en lugar de pasarse una clase matando marcianos sin parar.

Si escribes sobre la emergencia climática, te responderán que eso es una conspiración de vete tú a saber qué o quién, enviando directamente al desagüe el saber y la investigación ya no del autor del artículo, sino de los mejores y más reputados científicos de todo el planeta. 

El problema de la respuesta fácil, en cualquier caso, no es cuando tiene lugar en un artículo de un periódico o en una red social -aunque ahí deberíamos plantearnos cómo a una persona, cuyos amigos y conocidos seguramente sabrán que está detrás de una cuenta determinada, no tiene el más mínimo reparo en pasar como un auténtico ignorante sobre el tema en cuestión.

El verdadero problema, el que de verdad nos cuesta dinero y, en ocasiones, la supervivencia, es cuando esas respuestas fáciles tienen lugar en otro contexto: en el profesional. Personas con algún nivel de responsabilidad en algún área funcional de alguna compañía, que rechazan cualquier atisbo de cambio amparándose en la respuesta fácil, en el tópico, o en el "aquí nunca se ha hecho así". 

En realidad, lo que la persona está haciendo es tratar de solucionar su inquietud personal de un plumazo, dar una respuesta rápida y tajante que le evite el trabajo de tener que documentarse y ver si, en efecto, existe alguna posibilidad de que ese cambio, ese nuevo enfoque, esa idea que acaba de aparecer en su radar o que nunca se ha tomado el tiempo de considerar seriamente, pueda tener algún atisbo de ser cierta. El que recurre habitualmente a la respuesta fácil es, en realidad, un vago de siete suelas. 

Hoy, una respuesta fácil de esas a las que me refiero suele tener una característica común: son supuestas verdades absolutas que, sin embargo, se desmontan en un par de búsquedas.

Al que recurre a ellas debería, como mínimo, llamarle la atención que en una simple búsqueda generalista -ya no hablo de artículos académicos, sino simplemente de la prensa, o de fuentes de una fiabilidad mínimamente aceptable- aparezcan tesis que contradicen lo que esa respuesta fácil afirma tajantemente.

En otras ocasiones, son respuestas que pudieron ser verdad en un contexto tecnológico o histórico determinado, pero que ya han sido superadas. Ya se sabe: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. 

Si nos ciñésemos a las respuestas fáciles, el mundo, simplemente, no avanzaría. Estamos genéticamente programados para la resistencia al cambio, y siempre que alguien aparece con una idea nueva, hay alguno que le dispara la respuesta fácil, el tópico o la legislación vigente, como si fuese imposible que pudiesen cambiar, como si fuesen verdades escritas en piedra.

Plantéatelo: si lo tuyo es recurrir a la respuesta fácil, es posible que te estés perdiendo todo lo que hemos avanzado - o habríamos podido avanzar - si tú y otros como tú no recurriesen sistemáticamente a ellas. Piénsalo: un poco de flexibilidad mental y de esfuerzo no puede hacer daño a nadie. 

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