Resulta curioso ver cómo, en unas elecciones a una comunidad autónoma populosa y con problemas de contaminación importantes como Madrid, las cuestiones medioambientales han vuelto a quedarse prácticamente fuera del debate político, más allá de algunas menciones prácticamente tangenciales. 

La agenda verde se ha convertido en uno de los elementos más importantes a la hora de definir cómo viviremos en las ciudades. Dado que un número desesperantemente elevado de ciudadanos siguen atrapados en mitos absurdos o sin entender su verdadera criticidad, los políticos tratan de no entrar a fondo en el tema. No lo hacen por miedo a perder el voto de aquellos que siguen absurdamente prefiriendo no plantear cambios que pongan en peligro su actual estilo de vida. 

Prácticamente todo político con dos dedos de frente sabe que debería estar planteando aspectos como la electrificación del transporte público, el cierre del centro de las ciudades a vehículos contaminantes, la eliminación del aparcamiento en superficie para dedicar ese espacio a otros usos, o la promoción de redes de micromovilidad como las bicicletas eléctricas, etc.

Todo político con dos dedos de frente sabe que debería estar planteando la electrificación del transporte público. 

El problema es que plantear esto en campaña exige valentía, porque a una parte de la ciudadanía, la idea de no poder entrar con su vehículo en determinadas zonas o de no poder aparcar en la calle delante de su casa les parece la vulneración de algún tipo de derecho inalienable. Eso les les llevaría, posiblemente, a no votar jamás a un programa que lo incluyese. 

La realidad es que esa absurda resistencia a cambiar determinados elementos en nuestro estilo de vida se está volviendo muy importante. En la práctica, no discutimos el qué sino únicamente el cuándo, pero el margen de alrededor de cinco años que se plantea como diferencia va a tener una gran influencia en el futuro de las ciudades.

En Londres, las autoridades plantearon ya hace tiempo que el transporte público, incluyendo sus icónicos taxis y autobuses, debería ser eléctrico a partir del año 2025. Eso ha llevado a una empresa como Uber a asociarse con una compañía de vehículos eléctricos, Arrival, para diseñar los vehículos que la primera utilizará en la capital británica a partir de esa fecha. Sin embargo, el planteamiento de Uber para otras ciudades europeas y norteamericanas se sitúa en 2030, cinco años después, y para otras partes del mundo, en el año 2040. 

La idea de Uber es ofrecer la alternativa a sus usuarios de solicitar un vehículo eléctrico si lo desean al mismo precio que uno de combustión, ayudar a sus conductores a adquirir y financiar uno, y rebajarles las cuotas que pagan a la compañía si el vehículo que conducen es eléctrico.

En Londres las autoridades plantearon hace tiempo que el transporte público debe ser eléctrico a partir de 2025. 

Pero todas esas ayudas a la conversión de la flota a no contaminante parten de una decisión fundamental: la decisión de Londres de forzar a Uber y al resto de compañías que operan en la ciudad a electrificarse antes de 2025. Si no lo hacen, sus vehículos dejarán de poder entrar en algunas de las zonas más interesantes de la ciudad a efectos de demanda, lo que, de manera efectiva, haría que dejasen de poder operar en la ciudad. En ciudades en las que no son objeto de esa presión, simplemente, retrasan ese cambio. 

Que los habitantes de una ciudad respiren un aire en condiciones en lugar de morirse miserablemente antes de tiempo por enfermedades respiratorias depende, por tanto, de la decisión de sus políticos de establecer restricciones en un plazo razonable. Deben dejar de pensar que eso no es su problema porque pueden dejar transcurrir sus años de mandato y dejarlo para el que venga después.

La opción fácil, patada hacia delante y que le toque a otro, frente a la valentía que supone entender que aunque la ciudadanía aún no esté madura en ese tema, corresponde a los políticos establecer las prioridades con sentido común, en lugar de con mero utilitarismo. El “si el electorado no me obliga, mejor paso del tema” es pan para hoy y hambre para mañana. Y sobre todo, una tremenda irresponsabilidad. 

En cinco años habrá ciudades llenas de humo, y otras que ya no lo estarán. Cuando las personas viajen, se encontrarán ciudades en las que vale la pena vivir, frente a otras que, simplemente, siguen envenenando a sus habitantes. Y todo dependerá de qué políticos hayan decidido impulsar una verdadera agenda verde, frente a los que se hayan limitado a mencionarlo para parecer modernos, pero sin ninguna acción efectiva o real. En cinco años ya veremos cómo estamos.