Una de las consecuencias más claras de la brutal llamada de atención de nuestro planeta expresada en forma de pandemia es el convencimiento cada vez mayor dentro de la sociedad de que es fundamental cambiar nuestra forma de vida, la responsable de que hayamos llegado a tan funestas consecuencias, y desarrollar hábitos más sostenibles.

Una encuesta reciente de Pew Research Center afirma que el 77% de los norteamericanos están de acuerdo con que es más importante desarrollar fuentes de energía alternativas como la solar o la eólica, que producir más carbón, petróleo y otros combustibles fósiles. 

Sobre la forma de evolucionar para conseguir mayores niveles de sostenibilidad hay dos escuelas de pensamiento: la del decrecimiento, sostenida por autores como Jason Hickel en su libro Less is more: how degrowth will save the world, apoyado por movimientos como Extinction Rebellion, que sostiene que es preciso abandonar el crecimiento económico, reducir producción y consumo y, básicamente, volver atrás en el tiempo, y la que defienden autores como el profesor del MIT Andrew McAfee o yo mismo, en la que afirmamos que la tecnología, la innovación y el desarrollo es fundamental para incrementar la eficiencia y conseguir un mundo más limpio. 

La tecnología, la innovación y el desarrollo es fundamental para incrementar la eficiencia y conseguir un mundo más limpio

Básicamente, es una disyuntiva en la que la estadística, claramente, no apoya a los defensores de la primera teoría: a lo largo del tiempo, los países que más y mejor han luchado contra la emergencia climática no son los que menos han crecido, sino aquellos que más han invertido en tecnología e investigación para poder producir más con menos, para producir de manera más respetuosa.

Volver a hacer las cosas como las hacíamos antes de la revolución industrial no parece la mejor manera de sostener un mundo con muchas más necesidades y habitantes que los que había entonces.

Las tecnologías limpias se han vuelto más eficientes y más baratas que nunca. Las renovables ya pueden competir directamente en costes con las plantas de carbón y gas natural sin necesidad de ningún tipo de subsidios, simplemente gracias a unas economías de escala que han ido traduciéndose, a lo largo de los años, en ahorros cada vez más importantes.

Las tecnologías limpias se han vuelto más eficientes y más baratas que nunca. Las renovables ya pueden competir directamente en costes con las plantas de carbón

Esto ha llevado a que el 90% de las inversiones en generación de energía durante el último año se haya dedicado a la construcción masiva de parques solares y eólicos en todo el mundo.

Asímismo, la mejora del precio y el rendimiento de las baterías de iones de litio, un material completamente reciclable y que, al contrario que los derivados del petróleo, no se destruye ni genera gases en su utilización, está haciendo que los vehículos eléctricos sean cada vez más atractivos tanto para los consumidores como para los fabricantes de automóviles.

Todo esto está determinando un fortísimo flujo de inversiones: entre 2013 y 2019, las inversiones en tecnologías verdes pasaron de 420 millones de dólares a más de $16,000 millones.

Hemos visto un crecimiento enorme en compañías de capital riesgo dedicadas a este tipo de inversión, así como a un buen número de competidores generalistas en este mismo ámbito dedicar porcentajes de sus fondos cada vez mayores a este tema.

Grandes empresas como Amazon, Microsoft o Unilever han lanzado importantes fondos dedicados a las tecnologías sostenibles, y numerosas administraciones gubernamentales, como la del presidente norteamericano entrante Joe Biden, prometen importantísimos paquetes económicos dedicados a reconstruir drásticamente el tejido productivo y el empleo en base a inversiones sostenibles, a la descarbonización masiva de todas las actividades.

Países como Japón, la Unión Europea o la mismísima China, de hecho, han declarado su intención de convertirse en neutrales en emisiones a mediados de este siglo, como también lo han hecho numerosas compañías en múltiples áreas de actividad.

En este contexto, pretender retrasar la descarbonización es un absoluto suicidio, y sobre todo, una mala decisión económica de libro. Medidas cortoplacistas que no penalizan el diesel, que pretenden ser "tecnológicamente neutrales" -que noción más estúpida- entre los combustibles fósiles y las energías limpias, o que frenan irresponsablemente la inevitable retirada de los hidrocarburos son no solo una pérdida de oportunidades y un freno de una tendencia que discurre en la dirección correcta, sino además, una tremenda irresponsabilidad.

Quienes crean que lo verde y lo sostenible va a ser lo que más rentabilidad y crecimiento genere en el futuro, se estarán perdiendo claramente algo, porque no es futuro, es presente. Y además de ser lógico, es económicamente inevitable.