Las claves
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Taavi Kotka nació en 1979, cuando Estonia se encontraba bajo la ocupación soviética. Y como a muchos de sus contemporáneos, la vivencia bajo el yugo comunista les hizo pronto apreciar, con el advenimiento de la independencia en 1991, la libertad y el potencial de crecimiento económico que traía consigo el capitalismo y la promesa europea.
En Estonia, lo de abrazar el sector tecnológico es casi una seña de identidad. Kotka no es una excepción: fue CEO de Webmedia (hoy Nortal), una de las mayores empresas de software de los países bálticos. Y hoy en día es fundador y CEO de KOOS.io, una plataforma que usa blockchain para recompensar a comunidades digitales.
Pero si cualquiera de esos logros ya servirían para marcar la historia y trazar el perfil de un personaje, en el caso de Taavi Kotka hay algo más. Él fue el primer Chief Information Officer (CIO) del Gobierno de Estonia, nombrado en 2013. Con una misión titánica: coordinar la estrategia nacional de digitalización y consolidar lo que hoy se conoce como e-Estonia, el ecosistema de servicios públicos digitales más avanzado del mundo.
Desde el gobierno de este país lideró proyectos clave como la identidad digital estonia, el voto electrónico, la interoperabilidad de datos públicos (X-Road) y, sobre todo, el programa de e-Residency, que permite a ciudadanos de cualquier país del globo crear y gestionar una empresa europea desde internet.
Hoy, su vida gira en torno a sus proyectos emprendedores, pero también alrededor de iniciativas para la alfabetización digital de los niños junto a su mujer, y una labor de asesor internacional que le ha llevado a lugares tan remotos como Dubai, Singapur o la India.
Innovación por ley
Taavi Kotka nos recibe en su propia casa, a las afueras de Tallin, pero esta entrevista culmina recorriendo la capital estonia a bordo de su Porsche Taycan eléctrico, mientras este humilde escribano trataba de sostener firme la grabadora. Un encuentro con DISRUPTORES - EL ESPAÑOL que resume bien la personalidad de Taavi Kotka: una mezcla de excentricidad, pragmatismo y visión política que convirtió a su país en el modelo digital que el resto de Europa lleva dos décadas intentando imitar.
Pongámonos en situación: tras la caída de la URSS y la creación del nuevo país, rondaba la amenaza de que una nueva burocracia sustituyese a la anterior, de que la Administración se dispersase entre ministerios, proveedores y capas de software obsoletas.
Desde el principio, Taavi Kotka deja claro que uno de los pilares silenciosos del modelo estonio es la guerra permanente contra el legado tecnológico. Algo que está escrito en piedra: “En Estonia no existen aplicaciones antiguas. Por ley, es obligatorio reescribir el código y actualizar cada sistema con regularidad. Si no lo haces, simplemente no recibes financiación para nuevas inversiones”.
El exCIO parte de una premisa, sin rodeos ni florituras, cuando le interpelo por lo difícil que resultaría hacer algo similar en España: “La innovación siempre duele". Pero para él, si no afrontas ese dolor, lo acabas pagando en forma de ineficiencia.
Taavi Kotka, el primer CIO de Estonia.
Esa misma filosofía explica también por qué Estonia nunca se apoyó en grandes proveedores globales. No fue una cuestión ideológica, fue casi un accidente presupuestario: “Mantuvimos a los colosos como SAP y a Oracle fuera no por valentía, sino porque no teníamos dinero para atraerlos”. Ese vacío, que en otros países se habría interpretado como un retraso, en el país báltico se convirtió en una ventaja estratégica: obligó a los ingenieros locales a diseñar su propia arquitectura modular, con componentes pequeños, auditables y simples de mantener.
El papel de nuestro protagonista fue clave en lo que él denomina la segunda ola digital de Estonia: “La primera ocurrió en los noventa, con la informatización básica y los primeros registros. Nosotros no inventamos nada, sólo creamos la infraestructura -más limpia y más lógica- que permitió conectar todo eso y hacerlo interoperable”.
La visión de un ingeniero
Recordemos que Kotka no venía del mundo de la administración pública, sino del sector privado. Y eso también marcó la diferencia: “En Estonia, la frontera entre lo público y lo privado siempre ha sido difusa. Todos remábamos en la misma dirección. Cuando pasé al Gobierno, sabía cómo pensaban los ingenieros porque yo era uno de ellos. Lo importante no fue inventar nada nuevo, sino entender que había que hacerlo como los buenos ingenieros: con lógica, con modularidad, con eficiencia”.
La metáfora que más le gusta usar es la de la automoción. “Si le pides a un ingeniero alemán que te construya un coche, te dirá que necesita ruedas. Si no se las das, no puede hacerlo. Pues lo mismo ocurre con la identidad digital. Sin un identificador único, no puedes construir una sociedad digital. Alemania, Reino Unido o España no lo tienen. Cambias de región y pierdes tu número. Eso es como cambiar de matrícula cada vez que conduces. Una locura”.
Según su criterio, “sólo hay tres formas de construir una sociedad digital. Una, el modelo austríaco, con una gran base de datos central. Otra, la alemana o española, donde cada ministerio, cada ayuntamiento o empresa crea su propio sistema, copiando los datos una y otra vez. Y la tercera, la estonia, que es simplemente la que funciona”.
Ese modelo tan particular, descentralizado y federado, se apoya en una idea radical: cada organismo sólo puede gestionar los datos de los que es responsable.
“Es como una empresa bien diseñada. El CRM tiene los datos del cliente, el sistema logístico sabe cuántos productos hay en stock, y el departamento de ventas no puede duplicar nada. Cada sistema cumple su función y todos están conectados mediante APIs. Si el dato se copia, se degrada. Si se comparte, se mantiene vivo”, defiende.
Es por ello que, a diferencia de la mayoría de los países europeos, Estonia apostó por una arquitectura digital distribuida (X-Road) donde la información viaja cifrada entre bases de datos independientes: “Si un sistema es atacado, los demás siguen operando. Es como un enjambre. No hay un único punto de fallo, y eso nos da resiliencia frente a los ciberataques”.
Simplicidad e identificador único
En esta misma línea, Kotka expone con contundencia el freno que suponen otros modelos de digitalización en la actual era de la inteligencia artificial: “Si no puedo conectar datos, ¿cómo voy a enseñarle a una máquina a sacar conclusiones?”, se pregunta retóricamente.
Para él, la transición hacia la IA amplifica la necesidad de un sistema de datos interoperable. “En esta época, todo es fuente de datos. Necesito datos del sector privado y datos del sector público. Y si no puedo enlazarlos porque no comparten un identificador común, la IA simplemente no puede funcionar”.
En el modelo estonio, cada ciudadano tiene un número personal que le acompaña desde el nacimiento hasta la muerte: “No cambia si te mudas, ni si abres una empresa, ni si te divorcias. Es la pieza que conecta todos los sistemas. Gracias a eso, el hospital puede saber tu historial médico sin necesidad de copiarlo; la administración tributaria puede calcular tus impuestos automáticamente, y el banco puede verificar tu identidad en segundos”.
Esa identidad digital, empero, tardó años en calar: “Durante los primeros diez años casi nadie la usaba. La inversión fue tan grande que el Gobierno no pudo cancelarla. Era demasiado tarde para dar marcha atrás. Y al final, cuando la gente vio los beneficios -pagar impuestos en un clic, votar online, registrar el nacimiento de un hijo sin papeleo-, se convirtió en parte de la vida diaria. Hoy nadie se imagina hacerlo de otro modo”.
Técnicos sobre políticos
Kotka insiste en que el éxito de esta visión estonia se debió a una combinación no menos excepcional de alineamiento técnico y político.
“Tuvimos la suerte de tener líderes que sabían cuándo callarse. El primer ministro entendió que no debía opinar sobre ingeniería. Dijo: confío en los ingenieros. Y esa confianza cambió la historia”, reconoce Kotka.
Taavi Kotka, el primer CIO de Estonia
Quizás por esta experiencia se muestra escéptico con el discurso europeo sobre la transformación digital: “En Bruselas se habla mucho de estrategia, pero poco de arquitectura. Sin un identificador único y un modelo de interoperabilidad, lo demás es cosmética”.
El exCIO desmonta también algunos mitos sobre privacidad que se le han echado en cara a un modelo tan absorbente de datos como el estonio: “La gente teme que el Estado sepa demasiado, pero no teme a las empresas que tienen diez veces más datos. En Estonia, el ciudadano puede ver quién ha accedido a su información. Si un policía consulta tu expediente sin motivo, lo sabes. La transparencia protege más que el secretismo”.
Un país en la nube
De los cimientos del Estado digital estonio surgió una de sus ideas más atrevidas: el e-Residency, el programa que permite a cualquier persona en el mundo crear y gestionar una empresa europea sin residir físicamente en el país.
“Queríamos demostrar que una nación no depende del territorio. Los judíos mantuvieron su identidad durante siglos sin tener un Estado físico; nosotros podemos hacerlo con tecnología. Si algún día nos ocupan, seguiremos existiendo en la nube”.
Esa base desembocó en otro concepto provocador: “Country in the Cloud”, que presentó en 2016 casi como una broma del Día de los Inocentes, pero que atrajo la atención de figuras como Satya Nadella, CEO de Microsoft.
“Me llamó personalmente para decirme que era la mejor idea que había oído en todo el año. Luego su equipo vino a Tallin a discutir cómo hacerlo realidad. Lo que empezó como algo que parecía un chiste terminó siendo un proyecto serio sobre cómo garantizar la continuidad digital de un Estado incluso sin territorio físico”, recuerda.
Es un tema más que pertinente en los convulsos momentos que vivimos, especialmente con algunos vecinos de su antigua matriz rusa, como Ucrania.
“Los españoles no piensan que puedan ser ocupados. Pero hay muchos países que sí viven con ese riesgo. Para ellos, mover datos a la nube no es una cuestión técnica, es existencial”. Apela directamente al caso de Ucrania, que trasladó todos los sistemas críticos a la nube en cuestión de semanas, con el apoyo de las big tech estadounidenses, aunque con un toque báltico ineludible: “El ingeniero que lideró ese proceso ya conocía la arquitectura estonia. Eso hizo posible lo que parecía imposible”.
Poco convencido de la cartera digital europea
Uno de los capítulos más actuales de la conversación con DISRUPTORES - EL ESPAÑOL gira en torno al European Digital Identity Wallet, la nueva cartera digital unificada a escala comunitaria. Kotka lo observa con una mezcla de preocupación y pragmatismo.
“Europa quiere hacerlo a la manera alemana. Meter todos los datos en un único dispositivo, como si fuera una caja fuerte portátil. Pero estos dispositivos no son seguros. Se pierden, se rompen, se roban”. Frente a ese enfoque, reivindica que la seguridad real viene de la fragmentación: “Si hackean el registro de vehículos, sólo saben qué coche conduces; no acceden a tu historial médico, ni a tus finanzas, ni a tu identidad. En cambio, si metes todo en un wallet, con un sólo fallo pierdes todo”.
