Empezó su carrera en la industria de las telecomunicaciones en 1998 y algunos de sus trabajos en ese sector la llevaron a países en vías de desarrollo, donde se dio cuenta del valor de la tecnología en el devenir de estas sociedades. Y, en particular, en un terreno muchas veces obviado en los grandes discursos: la identidad digital de los ciudadanos.

Según la Organización Mundial de la Salud, cerca de la mitad de los nacimientos que se producen anualmente -128 millones de personas- no consta en ninguna parte. Sin ese registro de su mera existencia, a esas personas se les impide en muchos casos el acceso a la salud, el derecho a ejercer el voto, o el pago de impuestos. Una persona que no lo es porque no hay ningún papel oficial que así lo atestigüe.

Ante este desafío, nuestra protagonista -Mariana Dahan- fue la primera coordinadora de la iniciativa del Banco Mundial ‘Identification for Development’ en 2014 y, tres años más tarde, la World Identity Network (WIN) Foundation. En la actualidad, Dahan es experta para las Naciones Unidas y profesora de la Singularity University.

Tener una prueba de identidad es un derecho humano fundamental. Hay más de mil millones de personas sin una identidad reconocida en todo el mundo, la mayoría de ellos mujeres y niños. El nacimiento de casi 600 millones de niños de 0 a 14 años nunca se ha registrado, con lo que son invisibles más allá de los miembros inmediatos de su familia. Y la intensificación de la crisis mundial de refugiados ha provocado que haya más de diez millones de personas que se han convertido en apátridas sin forma reconocida de identidad ni un Estado que les cuide”, explica Mariana Dahan. “Debido a eso, las Naciones Unidas han incluido un objetivo de desarrollo sostenible para proporcionar identidad legal a todos, incluido el registro de nacimiento, para 2030”.

La solución más sencilla pasa por la identidad digital, con sistemas que tengan visibilidad internacional, que pueda ser inmutables a la acción de gobiernos dictatoriales y que acompañen al ciudadano sea cual sea su circunstancia vital en cada momento. Suena bien, aunque no es una receta perfecta, en tanto que conlleva numerosos riesgos en tiempos convulsos como los actuales.

“En su momento comenzamos un programa global para ayudar a los gobiernos africanos a proporcionar una prueba de identidad a sus ciudadanos, en el que identificamos problemas y desafíos importantes, como el uso indebido de datos personales. En algunos países, como Kenia, tuvimos la exclusión de grupos minoritarios. Y en general, tanto en África como en América Latina, la identidad digital se correlaciona con el nivel de conectividad e infraestructura TIC disponible”, detalla la experta en el marco de un evento organizado por la SingularityU en Bogotá. “Además, la COVID-19 nos ha mostrado los potenciales peligros de las aplicaciones de rastreo cuando están vinculadas a la identidad digital. Asociar estos datos personales al estado de salud crea inevitablemente prejuicios, intencionalidad y, en algunos casos, una especie de ciudadanos de segunda clase que pueden ser discriminados o procesados. Hemos visto también cómo en los movimientos del Black Lives Matter en EEUU, se utilizaron los datos de ubicación recopilados en las manifestaciones para identificar de manera única a cada manifestante individual. O cuando en febrero del pasado año, la Administración Trump compró el acceso a una base de datos para mapear el movimiento de millones de personas y detectar inmigrantes indocumentados. En el centro de todos estos ejemplos está la capacidad del gobierno para identificar de manera única a cada ciudadano, convirtiendo su propia identidad en un arma usada en su contra”.

"En primer lugar, debemos aumentar nuestra conciencia cívica, siendo conscientes todos y cada uno de nosotros sobre los riesgos de estas tecnologías. También debemos apostar por nuevas tecnologías basadas en la privacidad por diseño y a prueba de estas injerencias, como por ejemplo las tecnologías descentralizadas [blockchain]. Y, por otro lado, nuestras identidades digitales se esparcieron por todo internet y no tenemos ninguna propiedad sobre ellas, a sumar que los que las poseen tienen una visión fragmentada de ellas, lo que a su vez puede provocar vulnerabilidades en la forma en que interpretan quiénes somos. Puede ser algo engañoso, que nos identifiquen o confundan con alguien con quien tenemos un relativo parecido en alguna forma”, detalla Dahan, que resume así su ideal: “Lo que están proponiendo científicos y profesionales de todo el mundo es un concepto de identidad autosoberano, basado en blockchain, que pueda usarse para crear y proporcionar acceso de todos a sus datos de identidad sin caer en una vigilancia digital ni estando esa información almacenada en ningún servidor central que pueda ser intervenido por nadie”.