El pasado día 18 de noviembre, con motivo de mi participación en el evento Cádiz.Red (si no lo han hecho, pásense un día por el ecosistema que se ha creado en torno a la Universidad de Cádiz y su cátedra UCAEmprende), tuve ocasión de dar una charla sobre crecimiento empresarial.
Lo primero que pensé cuando me lo propusieron fue: de esto ¿tú qué sabes? Poco, me contesté, impulsado por mi hiperdesarrollado síndrome del impostor, pero luego me dije: reflexiona y comparte tus ideas y dudas, como siempre haces. Y así, cuando leía y reflexionaba en torno al asunto en cuestión, comenzaron mis habituales cortocircuitos cerebrales cada vez que leía en torno a los míticos lugares comunes sobre crecimiento y escalabilidad que habitan este país llamado ecosistema de emprendimiento innovador.
El asunto es el siguiente: hay un consenso en el ecosistema de emprendimiento, y en general en todas las esferas económicas, que dice algo así como que en España las empresas no crecen y no alcanzan un tamaño significativo, con lo cual ni se pueden pagar buenos salarios, ni se aporta lo suficiente a la creación de riqueza, ni tenemos compañías competitivas.
Hay muchos datos que así lo corroboran: la práctica totalidad de las más de tres millones de compañías son micropymes, la productividad del país y por tanto de las empresas lleva estancada décadas, y la sensación de incapacidad para alcanzar un tamaño importante, salvo excepciones que siempre se ponen como ejemplos, atenaza a toda la población empresarial de nuestro país.
Pero llegado el momento de poner soluciones entonces la cosa se nos atraganta. En el mundo del emprendimiento antes y después de la ley de startups de 2022, crecen las voces que son escuchadas (pocas, pero que monopolizan el debate público y privado) y que proclaman que debemos poner alfombras rojas al capital y al talento para conseguir la tan deseada escalabilidad.
Y las recetas son las que se exportan de otras latitudes: bajar impuestos y eliminar regulación, en esencia. En el marco de la conferencia expuse mis dudas sobre el impacto real de estas supuestos medidas mágicas, porque creo que no tiene en consideración la sociología y las condiciones socioeconómicas de este cuerpo social al que seguimos llamando España.
Y creo que es así, no porque yo lo diga, sino porque existe una cosa denominada incentivos que mucha gente olvida siempre, incluso aquellos que estudiaron el concepto en sus clases de microeconomía en la facultad, pues consideran que eran meros ejercicios florales retóricos de los economistas y los manuales teóricos, cuando lo cierto es que deberían tener siempre presente aquella mítica frase con la que finaliza uno de los más grandes libros jamás escritos en materia económica "La teoría General…", donde Keynes como epílogo a sus reflexiones dejó para la posteridad esta frase: "Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando son erróneas, son más poderosas de lo que comúnmente se entiende. De hecho, el mundo se rige por poco más. Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, suelen ser esclavos de algún economista muerto".
Esta frase se la debería tatuar todo el mundo, sobre todo esa nueva generación que cree que el pasado no importa y considera, desde un adanismo irredento, que la tecnología y los nuevos modelos de negocios son las únicas cuestiones relevantes para triunfar.
Soy de los convencidos de que las supuestas bondades de esos lugares comunes como "bajar impuestos", "eliminar regulación", "atraer y retener talento", no acaban teniendo el impacto deseado, y eso es debido al olvido de ley de hierro de los incentivos humanos.
En un país con una aversión al riesgo extremo, incluso los inversores de capital de riesgo van por la vida con el freno de mano echado. En un país donde se habla mucho de talento, pero que apuesta por "la atracción y retención de talento", una de las perversiones más grandes del propio espíritu de desarrollo humano y profesional, nada bueno puede pasar. O sea que habría que pasar de esos lugares comunes a frases más alineadas con lo que somos y lo que está en nuestra mano: "dejen de invertir en pisos y apuesten por los emprendedores" o "dejen de hablar de atraer y retener talento y en vez de eso, dedíquense a crearlo de una vez".
En este contexto, hablar de escalabilidad es dejar de hablar tanto de lo cuantitativo y más de lo cualitativo. En ámbitos políticos e institucionales a todo el mundo le gustaría que llegara a su municipio una factoría y de golpe y porrazo contratara a cinco mil trabajadores como ocurría a finales del siglo XX. Pero eso no va a volver a ocurrir.
Sólo quienes apuesten por la innovación real, por equipos fuertes y cohesionados y con una mirada diferente sobre el desarrollo y la escalabilidad empresarial, conseguirán lo que quiere todo el corpus social: empresas potentes, empleo bien pagado y creación de riqueza en su entorno.
Y ahí es donde aparecen nuevos y refrescantes paradigmas para crear lo que yo ya comienzo a denominar un Iberian Way of Making Startups ( a ver si conseguimos que el IWMS rivalice con el MAGA y otras siglas de nuestra era). Hablo de apostar por la resolución de problemas complejos, hablo de abandonar el modelo de management anglosajón, hablo de utilizar los activos de nuestra cultura y nuestra forma de vivir como las grandes palancas de competitividad y mejora de nuestras empresas y organizaciones.
Lean a David Criado y sus ideas sobre creatividad y estética; a Javier G. Recuenco, sobre la enorme importancia del Factor X (personas) que condiciona todo lo que ocurre en una organización; a José Antonio de Miguel, que habla de modelos de negocio que incorporan valor real en el contexto actual presidido por la complejidad y donde hay que huir de determinismos. Y a otros más. Después, hagan síntesis de sus ideas y encontrarán ese nuevo modelo. Que será el suyo, no existen moldes de éxito que se puedan comprar en el comercio electrónico.
Partiendo de las tesis de David Criado, quien nos habla de lo que él llama "lobotomización masiva que ha logrado el protestantismo cultural", podríamos llegar a concluir que existe una paradoja de en la innovación en países latinos. Así, el ecosistema emprendedor ibérico y latinoamericano enfrentaría una contradicción fundamental, pues adopta modelos de innovación anglosajones que presuponen valores culturales protestantes —individualismo extremo, ascetismo productivista, desconfianza hacia la belleza y lo relacional— cuando su fortaleza competitiva real reside precisamente en valores culturales mediterráneos y latinos que el modelo dominante infravalora.
La investigación sobre ecosistemas de Portugal y España muestra que cuando estos países intentan "copiar" Silicon Valley, pierden su ventaja diferencial. Sin embargo, cuando construyen desde su identidad cultural mediterránea —énfasis en lo relacional, la belleza del diseño, la creatividad estética, el equilibrio vida-trabajo, la comunidad sobre el individuo— emergen modelos más sostenibles y humanos, y por qué no decirlo, más fuertes y resistentes a la incertidumbre actual que todo lo devora.
Así es que sí, señores, hay que reivindicar lo latino (y no me refiero a convertirnos en una réplica de Julio Iglesias). Me atrevo a sugerir unas cuantas claves para este nuevo modelo de empresa, o de startup o de emprendimiento.
Primero, priorizar lo relacional sobre lo transaccional, y recuperar la belleza como ventaja competitiva. Mientras el protestantismo cultural desconfía de la estética considerándola superficial o "pecaminosa", las culturas mediterráneas han valorado históricamente la belleza como expresión de excelencia. En sectores como diseño, moda, gastronomía, arquitectura y experiencia de usuario, esta sensibilidad estética representa una ventaja competitiva innegable que las empresas latinas deben reivindicar sin complejos.
David Criado insiste en que las organizaciones deben "devolver la vida" a su funcionamiento, rechazando la visión mecanicista que separa artificialmente lo profesional de lo humano. Esta filosofía conecta directamente con la cultura relacional mediterránea, donde los vínculos personales, la confianza construida en el tiempo y las redes comunitarias son fundamentales.
Frente al networking anglosajón —frecuentemente transaccional y orientado al beneficio inmediato— el modelo latino-mediterráneo privilegia relaciones auténticas y de largo plazo. Esta diferencia cultural, lejos de ser una debilidad, permite construir ecosistemas emprendedores más resilientes, colaborativos y basados en la confianza mutua.
Esta capacidad para crear valor económico a través de la creatividad y la estética debería ser el núcleo —no la periferia— de la estrategia de innovación latina.
En segundo lugar, situa la escalabilidad en la gestion de la complejidad. José Antonio de Miguel, en su libro Modelos de Negocio parte de esta premisa y haciendo un ejercicio de síntesis viene a decir que "escalar es orquestar un sistema vivo de personas que detecta y explota desajustes de valor, gestiona un modelo de negocio complejo y multidimensional, valida rápido con experimentación ágil, alinea incentivos y talento, adapta logística, costes y producción, y diseña una estrategia que aprende, evoluciona y pivota más allá de la planificación tradicional para crear valor y diferenciación sostenibles en la incertidumbre". Nunca se lo he dicho a José Antonio, pero creo que es la mejor descripción de cómo vivimos los latinos y los ibéricos.
Como tercer punto, decir que la verdadera apuesta estratégica para escalar es resolver problemas complejos, no solo adoptar tecnología rupturista.
La innovación es mucho más que tecnología: exige una transformación radical de los procesos y la cultura. ¿Cómo? Con lo que Javier Recuenco denomina Factor X. La gestión del principal valor de una organización: las personas. El factor humano es más determinante en la escalabilidad que todas la métricas que les han enseñado en los Masters de las Escuelas de Negocio. Escalar implica construir sistemas donde todos los actores (trabajadores, socios, clientes) compartan riesgos y responsabilidad en la resolución de todos los problemas que se afrontan. De nuevo: más "señority latino".
Y en cuarto y último lugar, hay que defender ecosistemas colaborativos versus hipercompetitividad.
Mientras la ética protestante del trabajo enfatiza la competencia individual y la acumulación como signos de gracia divina, las culturas mediterráneas han desarrollado históricamente modelos más cooperativos basados en redes de apoyo mutuo, economía social y visión comunitaria.
Las iniciativas de colaboración entre startups españolas y portuguesas, como la alianza entre Startup Valencia y Unicorn Factory Lisboa, ejemplifican cómo los ecosistemas ibéricos pueden crear ventajas competitivas al operar como redes colaborativas en lugar de arenas de hipercompetencia. Este modelo podría replicarse en toda la franja mediterránea y extenderse hacia América Latina.
Si creen que todo esto es demasiado iluso, ya les digo que si siguen el manual anglosajón que se enseña en las escuelas de negocio nunca arribaremos a esa Ítaca soñada por tantos y con nombre de Valley. Simplemente no encaja. Los ritmos humanos importan más de lo que muchos piensan. Dejemos hablar de tanto XXX Valley y comencemos a hablar de Dehesas, de Altiplanos, de Pampas, de Ribeiras.