En las últimas semanas es probable que se hayan encontrado con un meme en redes sociales que simula a varios superhéroes idénticos, señalándose unos a otros con perplejidad. Sobreimpreso en sus rostros, los nombres de firmas como OpenAI, Nvidia, Oracle, Microsoft o AMD. Empero, la razón de esta cómica imagen debería darnos motivos para reflexionar, cuando no para preocuparnos.

El actual despertar de la inteligencia artificial generativa se está sustentando sobre pérdidas y números que no cuadran. Es normal, a fin de cuentas, que las inversiones en una tecnología todavía no madura tarden un tiempo en convertirse en beneficios. Hasta aquí puede parecernos incluso lógico que compañías como OpenAI estén valoradas en 500.000 millones de dólares, con apenas 13.000 millones de ingresos anualizados y pérdidas estimadas para 2026 de 14.000 millones de dólares.

Hablamos de que OpenAI está actualmente en un ratio precio-ventas de 38x, inaudito para compañías de cualquier sector que no sea el tecnológico. Tanto es así que, para justificar esta valoración, la enseña de Sam Altman necesitaría alcanzar 225.000 millones en ingresos para 2030 con un margen de flujo de caja libre del 27%. Algo que, salvo sorpresa en forma del advenimiento de una IA general que se antoja bastante improbable con los modelos actuales, parece difícil que suceda.

Pero vamos a suponer, por el bien de esta reflexión, que estos pies de barro no existen y que el futuro de OpenAI se sustenta en firmes cimientos. El verdadero problema, y de ahí el meme que da pie a esta columna, radica en la estructura de financiación circular sin precedentes que se vive en el mercado de la inteligencia artificial.

Hablemos claro: el ecosistema de financiación de la IA se caracteriza por un patrón por el que los proveedores invierten en sus propios clientes, quienes luego utilizan ese capital para comprar productos y servicios de esos mismos proveedores.

No soy el primero, ni mucho menos, en darse cuenta de esta disonancia de manual: los analistas se muestran cada vez más preocupados por este fenómeno. El Banco de Inglaterra avisó el mes pasado de "riesgos de correcciones agudas en IA". Morgan Stanley directamente alude a que "los proveedores están financiando a los clientes y compartiendo ingresos; hay propiedad mutua y concentración creciente. Las transacciones cada vez más intrincadas dificultan la evaluación de la demanda real de IA y elevan los riesgos asociados con el éxito de esta tecnología".​

El más claro, y que nos ofrece una perspectiva histórica de este paradigma es Jeremy Grantham, de GMO. Él compara la situación actual con la crisis financiera de 2008 y la burbuja dotcom. Incluso advierte que esto se parece a lo ocurrido con Cisco a finales de los años 90, cuando la compañía prestaba dinero a startups para que compraran sus routers, registrando esas ventas como ingresos. Cuando estalló la burbuja, Cisco perdió el 78% de su valor.​

La peligrosa circularidad

OpenAI es el epicentro de este esquema financiero interdependiente. Actualmente, mantiene compromisos de compra de infraestructura que superan el billón de dólares (trillion anglosajones), distribuidos entre Oracle (300.000 millones), Microsoft Azure (250.000), Nvidia (100.000), AMD (90.000), AWS (38.000) y CoreWeave (22.400).​

Primer ejemplo de la peligrosa circularidad: Nvidia acordó invertir hasta 100.000 millones en OpenAI para financiar la construcción de centros de datos. Sam Altman, a su vez, se comprometió a utilizar ese capital para comprar millones de chips Nvidia y desplegar al menos 10 gigavatios de infraestructura basada en tecnología Nvidia.

A su vez, Oracle firmó un contrato de 300.000 millones con OpenAI para proporcionar servicios de computación en la nube durante cinco años, comenzando en 2027. Si tenemos en cuenta que las obligaciones pendientes de la multinacional de Larry Ellison ascienden a 455.000 millones, esto significa que el 66% de su cartera de pedidos futuros depende de la buena marcha de ChatGPT. En paralelo, Oracle utiliza estos ingresos para comprar chips Nvidia, que a su vez alimentan la infraestructura que OpenAI utiliza.​

Más clara todavía es la situación de Microsoft: los de Satya Nadella han invertido 13.000 millones en OpenAI (es dueña del 27% de la compañía, valorado en 135.000 millones). En el camino de vuelta, OpenAI se comprometió a comprar 250.000 millones en servicios de Azure de Microsoft.

AMD, el gran rival de Nvidia, tampoco es ajena a esta rueda. El coloso de los chips otorgó a OpenAI una opción para adquirir hasta 160 millones de acciones (aproximadamente el 10% de la compañía) a cambio de que OpenAI se comprometa a desplegar 6 gigavatios de GPUs AMD. Hablamos de aproximadamente 90.000 millones en ingresos potenciales. El acuerdo es igual de circular que todos los anteriores: AMD proporciona financiación a OpenAI, quien luego utiliza esos fondos para comprar su silicio.​

Y, cerrando el círculo más inmediato, CoreWeave. Este proveedor de infraestructura de IA está participado en más del 5% por Nvidia, pero al mismo tiempo mantiene contratos por valor de 22.400 millones de dólares con OpenAI. Con el aval de esta demanda, está comprando 6.300 millones en chips de Nvidia, quien además se ha comprometido a comprar cualquier capacidad residual que le sobre a este proveedor. El esquema no tiene pérdida: el dinero entra y sale por el mismo bolsillo.

Pero no se crean que esta práctica financiera es exclusiva de Altman y sus acólitos. Anthropic -uno de los grandes rivales de OpenAI- recibió una inversión de 3.000 millones de dólares de Google y otros 8.000 millones de Amazon a cambio de comprometerse a usar un millón de chips TPU del gigante de las búsquedas y otro millón de chips Trainium de AWS. Llámenlo casualidad, llámenlo como prefieran.

Elon Musk, por supuesto, tenía que participar en esta fiesta. Su alternativa despechada a OpenAI, xAI, recaudó 20.000 millones de dólares en una ronda de financiación en la que Nvidia aportó una décima parte. Y la contraprestación, ¡oh, sorpresa!, es la compra de chips Nvidia por valor de 18.000 millones.

Deuda y más deuda

Queda claro en este punto que el dinero nunca llega a salir de los bolsillos de los proveedores tecnológicos que financian a los actores de la IA que a su vez compran sus infraestructuras para entrenar y ejecutar sus modelos. Pero cualquier ávido lector se estará preguntando de dónde sale tanto billete en cualquier caso.

La respuesta es tan obvia como alarmante por su riesgo sistémico: deuda.

Tan sólo Meta, Google, Microsoft y Amazon han gastado unos 200.000 millones en infraestructura de IA en 2025. Por si pareciera poca cantidad, Google ha revisado su previsión de gastos de capital de 2025 de 75.000 a 93.000 millones de dólares. Microsoft espera que su inversión en esta parcela aumente un 74%, hasta los 34.900 millones este año. Y Meta ha ajustado su previsión de gasto a un mínimo de 70.000 millones para fin de curso.​

Bank of America ha avisado a renglón seguido de que 75.000 millones en deuda de grado de inversión estadounidense vinculada a empresas tecnológicas centradas en IA se produjo en apenas dos meses, septiembre y octubre de 2025, más del doble del promedio anual de 32.000 millones del sector entre 2015 y 2024. Esto incluye emisiones de deuda de 30.000 millones por parte de Meta y otros 18.000 millones de Oracle.​

No es el único banco en dar señales de que algo no encaja. UBS estima que los préstamos de crédito privado relacionados con IA pueden haberse casi duplicado en los últimos doce meses. Mientras, Morgan Stanley predice que los mercados de deuda podrían representar más de la mitad de los 1,5 billones requeridos para expansiones de centros de datos hasta 2028.​

La cuestión esencial no es si la IA es disruptiva -lo es, y a un nivel excelso-, sino si la forma en que estamos financiando su despliegue es sostenible. Las compañías que encarnan la vanguardia de la inteligencia artificial están levantando, simultáneamente, su propio pedestal y la trampa que acecha bajo él. La circularidad se ha convertido en el nuevo óbice estructural: invierto en ti para que me compres a mí, y así, como un palimpsesto financiero que se reescribe sin borrar del todo lo anterior, se recicla el capital en un ciclo cerrado que no siempre crea valor nuevo, sino que redistribuye el existente, cual vericueto contable digno de un compendio de ingeniería financiera.