Entiendan los lectores mi pregunta como una provocación para no dejarnos arrastrar por los lugares comunes y los mantras tan habituales en todos los sectores, y que también han anidado ya dentro del ecosistema de emprendimiento innovador. Dicho esto, profundicemos en la cuestión.

Hace pocos días moderé en el Valencia Digital Summit una conversación entre dos grandes de nuestro ecosistema: Carolina Rodríguez, CEO de ENISA; y Marta Nogueras, Directora General de Lanzadera, y allí pregunté sobre esta cuestión del talento. Llevo años escuchando que tenemos mucho talento y que el problema del ecosistema está en factores externos al mismo que lo constriñen, pero ahí mi cosmovisión de economista y consultor se rebela contra el sentir general. No replico por aquí lo que se comentó allí en público, fue una conversación rápida e intensa, como todas las del sector, y los tres que expusimos ideas éramos conscientes de que esto no está del todo bien resuelto. Aprovecho esta tribuna para exponer de manera más sosegada mis tesis personales sobre el particular.

Cuando nos ponemos a hablar de cómo está el ecosistema y sobre qué se puede hacer para mejorar su desempeño, surgen elementos casi como de cajón: mejor regulación, menores impuestos, más facilidades para inversores y fondos, etc. En esta ecuación siempre aparece la cuestión del talento como un factor de fortaleza de nuestro ecosistema. El ecosistema presume en general de tener buen talento (tanto emprendedor como inversor) y en todo caso, el problema que se advierte y se enuncia pronunciando la frase tan manida de "tenemos que potenciar la retención y la atracción de talento". Pero detrás de esa aseveración tantas veces pronunciada creo que se esconde una falla que, como el elefante en la habitación, suele ser obviada.

¿Por qué pensamos que es un problema que el talento emigre a conocer otros mundos? ¿Y por qué hablamos de atraerlo de esos mismos mundos como si fuésemos incapaces de generarlo aquí? En ese consenso hay más que una contradicción en sus términos. De hecho en dicha mesa de debate llegué a decir algo así como: ¿Qué tal si creamos nuevo talento y no nos conformamos con tratar de retener a quien quiere emigrar en busca de otros vientos, o poner alfombras rojas inasumibles para el conjunto de la sociedad al talento que se crea en otras regiones del mundo?

En cualquier caso la cosa tiene más miga de la que parece. Hay dos datos en los que me baso para afirmar que no es cierto que generemos como país tanto y tan buen talento como decimos.

Baja propensión al emprendimiento. El primero viene del GEM (Global Entrepreneurship Monitor) del Observatorio de Emprendimiento. La tasa de actividad emprendedora (TAE), es decir, la que mide la actividad de los nuevos emprendedores se ha movido entre el 5 y el 7% aproximadamente en las dos últimas décadas. Teniendo en cuenta las sucesivas crisis sufridas y la cantidad de dinero público y privado gastado en nuestro país en promocionar la llamada cultura de emprendimiento, me parece significativo que apenas se haya movido y que sea tan exigua. Si a esos datos se suman las sucesivas generaciones de los que sí emprendieron y lo siguen haciendo (emprendedores en serie) entonces las cifras mejoran, claro, pero sigue existiendo una desconexión entre actitud/aspiración de emprendimiento y actividad real, lo que refuerza la idea de que el problema está en la cultura, la capacidad y los valores del conjunto de la sociedad, no sólo en los recursos que se destinan a esta actividad.

Preferencia social por la seguridad en el empleo. El segundo dato puede extraerse de cualquier encuesta sociológica realizada en el presente en nuestro país. Les resumo la idea en una frase: la mitad de nuestro jóvenes desearían ser funcionarios. Y parece que esto debería evolucionar en sentido contrario, lo cual apunta a un valor cultural con base estructural: la seguridad, el "trabajo para toda la vida", la menor exposición al riesgo están muy arraigados. Para crear "talento emprendedor" hay que cambiar esos valores y expectativas. A veces me remonto a la época de la Reforma y la Contrarreforma del siglo XVI para encontrar las raíces profundas de esta aversión al riesgo, pero sé que esto es droga dura para nuestra era tan poco dada a este tipo de profundidad analítica. No obstante la pregunta sigue sin respuesta convincente: ¿Cómo cambiamos esta cultura? ¿Qué palancas tenemos que activar? Esto sí que es un problema complejo según nos diría Javier G. Recuento.

Suelo decir que cuando nos enfrentamos a un problema complejo de ámbito social la respuesta siempre está en la educación. Y en los incentivos. Los seres humanos somos básicamente un cuerpo e incentivos, como afirmaba un viejo profesor de microeconomía que tuve en la facultad. Pero hablar de educación en nuestro país es un auténtico campo de minas y promesa de sufrimiento garantizado. Sufrimos lo que yo denominaría "Paradoja del Rendimiento Educativo": Generamos mucho resultados mediocres en asuntos básicos, pero poquísimos perfiles de excelencia en lo complejo. ¿Cómo vamos a crear talento emprendedor si todos los indicadores de competencias en matemáticas y ciencias caen de manera acelerada?

Hace dos décadas vimos en el modelo alemán de la formación dual la resolución a los viejos problemas de la falta de perfiles técnicos y lo copiamos, pero al contrario que los chinos, lo hemos hecho rematadamente mal. Y si hablo de mi asunto favorito al que ya en mi desesperación denomino como el elefante en la habitación dentro del gran elefante en la habitación anterior: ¿qué pasa en la universidad? ¿Y en sus centros de innovación? ¿Por qué no salen emprendedores y startups en masa de ellas? ¿Por qué lanzar una spin-off es más heroico aún, que ya es decir, que una startup normal? El talento se debería comenzar a generar ahí: en el sistema educativo y formativo, en los valores socialmente dominantes. Visto el panorama, normal que no tengamos tanto talento.

Y entonces, ¿qué hacemos al respecto? Aquí les expongo algunas ideas y posibles propuestas de mejora, para que luego no me digan que sólo veo la parte negativa.

Primero: ¡Salgan del ecosistema, por Dios! Esto no es sólo una cuestión política ni institucional. En mi opinión el ecosistema de emprendimiento vive demasiado encerrado en sí mismo, en sus comunidades, en sus coworking, en sus eventos. Y es necesaria una mayor permeabilidad, interpelar a toda la sociedad, no sólo al sistema político e institucional (que también). Hay demasiado eventos y encuentros por y para la gente del ecosistema, y muy pocos que se hacen con otros espacios y sectores menos innovadores, que provoquen con determinación procesos de contaminación cultural con empresas tradicionales, con pymes de sectores necesitadas como el comer de innovación, con centros de FP e institutos, con la propia administración, con asociaciones locales y vecinales… qué se yo. Salgan de esa mítica zona de confort que tanto citan y en la que hablan de las bondades del emprendimiento para los ya convencidos, y háganlo con toda la sociedad y no sólo con los políticos.

Segundo, formación dual para startups: que las empresas fabriquen lo que necesitan. Dejémonos de atraer talento y fabriquémoslo. Jóvenes y profesionales en transición trabajando 6-18 meses en startups reales, no en simulacros académicos. Los alemanes llevan décadas haciéndolo porque las empresas pagan la formación. Aquí esperamos que las familias adivinen qué va a necesitar el mercado dentro de cuatro años. Pongamos en marcha Bonos-aprendiz cofinanciados entre fondos públicos y empresas. Las startups que hoy se quejan de no encontrar talento actuarían como escuelas de innovación. Desgravaciones del 200% si contratan después al aprendiz, penalizaciones fiscales para las que no inviertan. Que cada uno elija si quiere ser parte de la solución o seguir quejándose.

En tercer lugar, microcredenciales desde los 15 años: que demuestren lo que saben hacer. Microcredenciales nacionales en habilidades digitales, creativas y emprendedoras que los chavales acumulen desde los 15 años. Reconocidas por empresas y universidades. Los proyectos evaluados por jurados mixtos escuela-empresa. Nada de diplomas decorativos para LinkedIn, sino certificaciones que validen competencias reales. Y acabemos con la perversión del sistema actual, donde un suspenso es un castigo moral, o peor aún, se da un aprobado para que no se depriman. Que fallen, que analicen por qué y que lo reintenten. Así funciona el emprendimiento real, no memorizando, ni aprendiendo competencias jugando con los post-it de colorines.

Cuarto: rotación en startups, que los veteranos contaminen (y se contaminen). Mandos intermedios de grandes empresas y técnicos de la Administración pasando 6-12 meses en startups. Ellos aportan experiencia y músculo operativo, pero van a recibir agilidad y creatividad. Financiación vía créditos fiscales y convenios empresa-incubadora. Las startups ganarían veteranía (que luego nos quejamos de que no escalan, pero es que claro…), las corporaciones aprenderían a moverse, la administración se modernizaría de una vez. En definitiva: flujo bidireccional de conocimiento, no islas que no se hablan entre sí.

Y por último, Índice Nacional de Talento: midamos de verdad. No se puede mejorar lo que no se mide. Pero en España preferimos el relato a los datos. Llevamos años oyendo que "tenemos mucho talento" sin ninguna métrica que lo respalde. El GEM del Observatorio es lo más cercano a esto. Pero necesitamos índices públicos y anuales que cuantifiquen calidad y densidad del talento emprendedor: educación, habilidades, movilidad laboral, emprendimiento real, permanencia del talento local. Porcentaje de jóvenes con microcredenciales, intención versus acción emprendedora, tasa de rotación intersectorial. La parte incómoda: nos obligaría a reconocer que no estamos tan bien.

Que nuestros resultados PISA son mediocres, que registramos treinta veces menos patentes que Alemania, que el 45% de nuestros emprendedores tiene miedo al fracaso. Pero solo reconociendo la realidad podemos cambiarla. Estas cuatro ideas no son la panacea. Son un intento de mover el debate de la retórica a la acción. Llevamos demasiado tiempo celebrando eventos e inaugurando coworkings mientras los datos gritan que algo no funciona. El problema no es sólo la regulación ni la falta de capital, sino que nuestro sistema educativo es un desastre, nuestras empresas prefieren contratar talento hecho que formarlo, y nuestra sociedad castiga el fracaso en lugar de celebrar el aprendizaje.

Debo decir, porque sería injusto no citarlo, que existen en el ecosistema excelentes programas de formación, personalidades brillantes tanto como emprendedores como inversores, y magníficos proyectos y startups reconocidas nacional e internacionalmente. Y que todos ellos merecen nuestro elogio y aplauso civil como ciudadanos de una sociedad que queremos que sea más próspera. Pero ojalá y fueran muchos más. Ojalá se alcanzara una densidad que nos permitiera como sociedad crecer económicamente con más fortaleza, generando más riqueza y aportando valor al procomún social. Me temo que todavía estamos muy lejos de nuestro deseo.

El verdadero problema no es la regulación ni el acceso al capital sino que no estamos formando el tipo de talento que necesita un ecosistema innovador de alto impacto. España presenta un reducido porcentaje de empresas de alto crecimiento en comparación con otros países de la OCDE. Mientras sigamos celebrando "el talento que tenemos", sin reconocer estas carencias señaladas, seguiremos siendo un ecosistema de eventos, premios y rondas de financiación pero no de empresas globales transformadoras. Y sí, la sociedad debe cambiar, pero más aún debe hacerlo el ecosistema.