Mientras Estados Unidos y China lideran la inversión en innovación tecnológica, Europa continúa buscando su lugar en la carrera por el liderazgo digital. Las cifras son reveladoras: según el informe Draghi, las empresas tecnológicas estadounidenses destinan un 71% de su inversión a I+D; las chinas, un 15 %. En cambio, las europeas apenas alcanzan el 7%. Más allá de esta brecha, los datos son una advertencia clara sobre el papel de la comunidad en un panorama económico internacional cada vez más marcado por la digitalización, la innovación constante y la necesidad de anticiparse.

El tablero tecnológico global se está configurando a un ritmo vertiginoso y no espera a nadie. Las potencias tecnológicas se mueven con agilidad, posicionándose en sectores estratégicos, consolidando su liderazgo y abarcando territorios que marcarán el rumbo del siglo XXI. Europa, sin embargo, continúa compitiendo en espacios saturados y dominados por otros players que imponen sus reglas y modelos.

Ante este complicado escenario, la respuesta no puede ser seguir jugando con las mismas cartas. Es urgente avanzar. Europa necesita encontrar su propio océano azul.

Este concepto, ya conocido en el ámbito económico, hace referencia a la búsqueda de mercados nuevos e inexplorados, donde la competencia es menor, frente a los océanos rojos, donde las compañías luchan por un espacio muy limitado. Aplicado al sector tecnológico, esto implica dejar de actuar únicamente en espacios definidos por terceros y empezar a explorar oportunidades propias: nuevas geografías, nuevos modelos de cooperación, nuevos sectores en transformación.

'La brújula de la competitividad', informe publicado por la Comisión Europea en enero de este año, y basado en el mencionado informe Draghi, pretende guiarnos hacia ese océano azul a través de la consecución de tres objetivos principales: colmar las lagunas en innovación, descarbonizar la economía y reducir dependencias estratégicas.

En cuanto a colmar las lagunas de la innovación, la hoja de ruta pasa por diversas acciones como crear un entorno favorable para startups y empresas emergentes, impulsar la adopción de tecnologías como la inteligencia artificial, la robótica, la cuántica y la biotecnología, y facilitar la expansión de empresas innovadoras mediante un marco normativo simplificado.

En lo relativo a reducir dependencias estratégicas, las propuestas se centran en la diversificación de cadenas de suministro y en el refuerzo del mercado único y acuerdos comerciales globales.

Es en este entorno y en esta hoja de ruta donde para Europa, ese océano azul pasa por identificar posibles zonas de influencia y ámbitos en los que pueda aportar un valor diferencial. Y en ese mapa de oportunidades, América Latina se presenta como un aliado natural.

Ambas regiones comparten lazos históricos, culturales y sociales que facilitan la colaboración. Pero más allá de lo simbólico, hay razones estratégicas: América Latina es un mercado joven, con un enorme potencial en digitalización, urbanización sostenible, inteligencia artificial, transición energética y talento. En muchos casos, son territorios con infraestructuras por modernizar, lo que permite implementar soluciones tecnológicas innovadoras con mayores expectativas de escalabilidad. En definitiva, son espacios ideales para el intercambio de conocimientos, el desarrollo conjunto de nuevas soluciones y consolidar nuevas áreas de influencia.

En este contexto, España tiene un papel especialmente relevante. Nuestra posición como puente natural entre Europa y América Latina, tanto por afinidad cultural como por idioma, nos sitúa como un actor clave en la construcción de un ecosistema digital transatlántico. Esta conexión no solo refuerza el papel estratégico de nuestro país, sino que también multiplica las oportunidades para las empresas tecnológicas nacionales, que pueden actuar como proveedores de soluciones europeas adaptadas a las necesidades de estas zonas.

Además, desde una perspectiva geopolítica, apostar por una relación sólida con América Latina refuerza la soberanía tecnológica europea. Crear sinergias, impulsar el codesarrollo de nuevas iniciativas, intercambiar ideas y establecer reglas comunes en estos mercados emergentes es crucial en un entorno globalizado y cada vez más competitivo.

En AMETIC estamos convencidos de que la colaboración en innovación no es solo una oportunidad económica: es también una necesidad. Apostar por un “océano azul” europeo implica mirar más allá, sumar esfuerzos con nuevos aliados y construir un modelo de desarrollo digital centrado en las personas, la sostenibilidad y el progreso económico para reforzar nuestro liderazgo a nivel internacional.

Europa no puede limitarse a competir en escenarios dominados por otros. Es hora de crear los suyos propios. Solo así podrá avanzar con paso firme en la carrera tecnológica mundial y reafirmar su liderazgo.

***Pilar Roch es directora general de Ametic.