"Hoy en día se lo inventan todo". Esta afirmación la podría haber hecho mi difunta abuela materna, una bellísima persona -la más bondadosa que he conocido nunca- pero con muy poca formación académica, haciendo referencia a los múltiples e alucinantes inventos del mundo actual.
También la podría haber hecho un político que ha sido víctima de la IA y ha perdido su cargo "por culpa de" (o "gracias a", juzguen ustedes mismos) la tergiversación de unos hechos que, tecnología mediante, nada tienen que ver con la realidad.
Vivimos en un mundo en el que nada es 100% fiable, donde la IA es capaz de ayudar a la policía a atrapar a un peligroso delincuente que comete el desliz de pasar por delante de una cámara de seguridad, y también es capaz de predecir cuándo es el mejor momento para okupar una vivienda.
Una realidad en la que un software de detección de imágenes basado en IA puede evitar un cáncer terminal pero también puede amplificar el impacto de un atentado terrorista. Un momento clave en la historia de la humanidad, en el que, otra vez, una "nueva" tecnología, la inteligencia artificial, puede mejorar significativamente la calidad de vida de las personas, pero también puede empeorarla gravemente. ¡Menuda arma de doble filo!
En realidad, esto ha sido siempre así. Todos los avances, incluso aquellos que no están directamente relacionados con la tecnología, son armas de doble filo que pueden hacer el bien o pueden causar mucho daño. Nuestros ancestros usaban el fuego para cocinar alimentos y, por lo tanto, mejorar su calidad de vida, pero también lo usaban para quemar aldeas, ergo, para hacer el mal.
Lo mismo sucede con la inteligencia artificial, ya sea la tradicional o la generativa, que está tan de moda actualmente pero que en realidad hace años que está presente en nuestras vidas. O no. Cada uno decide si entra en el juego o no. Si quiere "pagar el precio" de usar las herramientas que llegan al ciudadano o no. Hacerlo o no hacerlo es una elección personal. Hacer un buen uso de ellas también lo es.
Habrá quien prefiera conducir basándose en mapas tradicionales, a riesgo de estar parado en la autopista durante horas por un accidente. También habrá quien prefiera usar una app que le avise para que cambie de ruta si hay alguna incidencia e incluso que su vehículo conduzca de forma autónoma. Habrá quién busque cierta información revisando manuales de instrucciones y/o procedimientos larguísimos. También habrá quien prefiera preguntárselo a un chatbot.
Poder generar vídeos realistas de una persona ya fallecida puede resultar macabro, pero también puede ser algo muy útil en según qué casos. Que alguien clone tu voz puede ayudarte a ser más productivo en según qué profesiones, pero también puede ser muy peligroso. Los límites los pone cada uno y no podemos darle la culpa al inexorable avance tecnológico. A la vieja usanza, en la era pre-ChatGPT, también se copiaban trabajos de la universidad. ¿Quién no recuerda un famoso rincón de internet diseñado para vagos, donde podías descargarte todo tipo de trabajos escolares? ¿Y qué hay de los que hackeaban casinos con una inteligencia muy humana y muy poco artificial?
Darle la espalda al progreso no suele ser una buena elección. De hecho, es posible que ni aquellos que quieran hacerlo voluntariamente puedan hacerlo… Cuando compren por internet, reproduzcan música o vean una serie van a recibir recomendaciones basadas en sus gustos y reproducciones anteriores. Cuando contraten un seguro van a pagar una prima basada en su historial médico. Cuando pidan un préstamo van a obtener unas condiciones mejores o peores en función de su perfil financiero. Y todo esto lo va a decidir una IA, les guste o no.
El auge de la IA significó un cambio importante no sólo en nuestra vida cotidiana sino también en nuestro desempeño profesional, obligándonos a esforzarnos en aportar valor añadido en detrimento de las tareas repetitivas y/o automatizables. La reciente explosión de la IA generativa ha llegado para cambiarlo todo. Hay que adaptarse a la nueva realidad, aprovechar las bondades y beneficios que aportan los recientes avances y ser muy consciente que no podemos creernos todo lo que vemos o escuchamos. Podría no ser real.
*** David Ollé es director del Máster en Cloud Computing en IMMUNE Technology Institute.