Guillermo R. Gil
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Las claves

La conservación del patrimonio histórico y arquitectónico de las ciudades ya no depende solo del ojo experto de arquitectos y restauradores. Así lo demuestra la emblemática catedral de Lausana, en Suiza, donde la tecnología se ha convertido en una herramienta de mantenimiento tan útil como el cincel o el andamio. Este gigante gótico, vulnerable como tantos monumentos a la humedad y al desgaste del tiempo, ha estrenado un copiloto digital que permite ver, mediante una tableta o unas gafas de realidad extendida, la edad, el estado y el daño de cada bloque de piedra.

Esta es solo una de las innovaciones que reúne esta semana Wake Up BOX, la herramienta de reskilling que aloja el índice de digitalización Inndux 500 y publica los análisis más completos de decenas de informes internacionales, agrupados en el Consenso de Tendencias.

En el top 10 de esta semana, y más allá de las nuevas formas de preservación del patrimonio, se hallan de igual manera soluciones para monitorizar el agua subterránea y en la superficie, tecnologías que eliminan al año millones de microplásticos, o materiales capaces de generar hidrógeno verde.

Al mismo tiempo, el paisaje geoestratégico que deja en Europa este año 2025 se ha transformado profundamente por la convergencia de tensiones geopolíticas, disrupciones tecnológicas y vulnerabilidades estructurales.

Todo ello ha redefinido las prioridades estratégicas del continente, y consolida a 2025 como un laboratorio de estrés en el que se han puesto a prueba la resiliencia digital, la autonomía industrial y la cohesión política europea. Un escenario que obliga a gobiernos, reguladores y empresas a revisar supuestos, acelerar reformas y anticipar nuevos escenarios de riesgo, tal y como se explica en el último informe sobre claves geopolíticas disponible en Wake Up BOX.

Tecnología para cuidar el patrimonio

El sistema forma parte de Heritage++, un proyecto de investigación de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH Zurich) que explora cómo la realidad extendida (XR) y la inteligencia artificial (IA) pueden mejorar la conservación de edificios históricos. Los investigadores han creado de este modo un ‘copiloto digital’ que combina modelos 3D, mapas de deterioro y datos obtenidos por geólogos, arquitectos y expertos en materiales. Gracias a esta cartografía milimétrica, los restauradores pueden tomar decisiones más precisas, anticipar daños causados por la lluvia o el frío y diseñar intervenciones más duraderas.

Mientras, en el hemisferio sur, un equipo del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) de Argentina ha creado un dispositivo solar que permite saber en tiempo real cuánta agua superficial y subterránea hay en un campo, dato crucial para la agricultura y la ganadería. El prototipo combina sensores de presión, memoria interna y conexión por Bluetooth y SMS para enviar alertas al móvil con alta precisión. Puede instalarse en ríos, pozos o reservorios y ayuda a prevenir crecidas, planificar el riego, elegir cultivos y gestionar mejor los acuíferos. Además, sus datos pueden integrarse en redes regionales para mejorar la gestión del agua.

Imitar a las plantas para eliminar microplásticos

Y sin dejar de lado al agua, una startup nacida en Princeton ha logrado lo que la mayoría de las depuradoras aún no pueden: capturar los microplásticos más diminutos antes de que lleguen al mar. Su sistema se inspira en plantas acuáticas, cuyas raíces atrapan partículas gracias a un gel hidrófobo. Imitando esa estructura, la empresa PolyGone ha creado filtros reutilizables capaces de retener hasta el 98% de los fragmentos, incluso los invisibles al ojo humano. En su prueba piloto en Atlantic City (EEUU) ya han interceptado más de 500 millones de partículas, y la tecnología empieza a adoptarse en depuradoras e industrias.

De vuelta a España, la producción de hidrógeno verde sin electricidad y solo con calor solar empieza a ser posible gracias a unos nuevos materiales desarrollados por un equipo de la Universidad Rey Juan Carlos, que ha diseñado cerámicas porosas que se calientan, liberan oxígeno y luego reaccionan con vapor de agua para generar hidrógeno. Este ciclo puede repetirse muchas veces, y la clave está en que funciona a temperaturas más bajas de lo habitual, por debajo de los mil grados centígrados, lo que facilita su integración en reactores solares y acerca la producción de hidrógeno renovable a gran escala.

La nueva geopolítica europea

Europa cierra 2025 con un tablero geopolítico completamente reconfigurado por muchas tensiones acumuladas: ciberataques, desinformación, vulnerabilidades energéticas y una presión tecnológica sin precedentes. El continente ha comprobado que su resiliencia digital y su cohesión política son más frágiles de lo que parecía. Como bien se explica en el último informe sobre claves geopolíticas publicado en Wake Up BOX, este año ha funcionado como un auténtico test de estrés para gobiernos y empresas, que se han visto obligados a revisar supuestos, acelerar reformas y prepararse para un escenario donde la frontera entre paz y conflicto es cada vez más difusa.

El segundo gran factor ha sido el avance silencioso pero estratégico de China en puertos, telecomunicaciones y energía, que ha obligado a la Unión Europea a equilibrar apertura económica y soberanía industrial. A ello se suma la creciente divergencia entre los propios Estados miembros: el Este y el Oeste siguen discrepando en defensa, mientras que el Norte y el Sur priorizan riesgos distintos, desde migración hasta seguridad mediterránea. En paralelo, la UE ha entrado en una competición global por la regulación tecnológica, defendiendo su modelo frente a estándares alternativos impulsados desde el Sur Global.

De este cóctel de presiones surgen las tres grandes tendencias que marcarán 2026: una carrera hacia la hipersoberanía tecnológica basada en IA aplicada, chips críticos y nuevas nubes europeas, la entrada en vigor de marcos de ciberseguridad mucho más exigentes, y el rediseño profundo de infraestructuras esenciales, desde satélites y cables submarinos hasta sistemas energéticos. Europa asume ya que la vulnerabilidad sistémica es un riesgo estratégico de primer orden. Estas dinámicas definirán cómo España y la UE ajustan su seguridad, su competitividad y su capacidad de influencia en un mundo crecientemente fragmentado.