España ya no ocupa un papel nimio en la carrera espacial. En poco más de una década ha pasado de fabricar componentes para misiones de otros países a contar con startups, pymes y grandes compañías que diseñan satélites completos, desarrollan nuevos sistemas de propulsión y trabajan en cohetes de lanzamiento propios.
El fenómeno, bautizado como new space, ha llegado aquí sigiendo la misma fórmula que en otros mercados: de la mano de capital privado, programas públicos e innovación —sobre todo gestada en universidades—.
En el mundo actual, los satélites de comunicaciones o de observación terrestre son críticos. Una estrategia en la que España ha adquirido mayor protagonismo con la participación en iniciativas como Copernicus, Galileo e IRIS². El objetivo no es otro que reducir la dependencia —también en este caso— de Estados Unidos o China.
Un paso hacia delante que en nuestro país se ha acelerado en los últimos cinco años, gracias al impulso de startups localizadas sobre todo en Madrid, Barcelona o Pontevedra. La mayoría han podido sacar adelante sus iniciativas gracias a la inversión privada, con el respaldo de programas como Innvierte del CDTI o las ayudas del PERTE Aeroespacial.
Junto a estas empresas emergentes de nueva creación, caminan grupos consolidados con décadas de experiencia. Una doble velocidad que ha permitido a España situarse en buena posición de salida en la nueva carrera espacial y cuyo potencial hemos tratado de medir en DISRUPTORES-EL ESPAÑOL a través de una radiografía con datos proporcionados por los principales actores del sector.
La fuerza de las grandes
Antes de empezar con las cifras, no hay que olvidar que, previa a la llegada de las startups, ya existía un tejido aeroespacial consolidado y fuerte. El que forman grandes empresas y pymes con experiencia, capital y capacidad para participar y ejecutar proyectos internacionales. Son compañías con décadas de recorrido que ahora están viendo reforzada su posición.
La veterana es Airbus Defence and Space, con más de 14.000 empleados en España y una facturación de 12.082 millones de euros en 2024. En sus centros en Madrid, Sevilla, Cádiz o Barcelona desarrolla satélites, sistemas de navegación y soluciones de observación de la Tierra que se exportan a todo el mundo.
GMV, por su parte, se ha convertido en referente europeo gracias a su papel en el sistema Galileo. Con 1.800 empleados dedicados al área espacial y 454,5 millones de facturación en 2024, su presencia en más de 12 países le abre las puertas al mercado internacional.
Sener, con sede en Vizcaya y 710 millones de euros de facturación, ha sido líder en proyectos de la ESA como el satélite Proba-3 o la sonda Comet Interceptor. Mientras que Hispasat, con 547 empleados y 253 millones de facturación, continúa siendo el operador de referencia en telecomunicaciones por satélite y participa en el programa europeo IRIS².
El movimiento más significativo lo ha protagonizado Indra, pendiente de cerrar en las próximas semanas la adquisición del 89,7 % de Hispasat por 725 millones de euros, prepara la creación de Indra Space. Con más de 60.000 empleados y 4.843 millones de facturación global, la operación responde al ánimo de hacerse con un mercado con una demostrada relevancia geoestratégica, también en la industria de defensa.
Thales Alenia Space, Telespazio Ibérica, Tecnobit (Grupo Oesía), Integrasys o Arquimea completan un ecosistema con un consolidado peso industrial
Startups pioneras
Pero el auge actual de la industria espacial no puede entenderse sin las startups —algunas de ellas ya con categoría de scaleup o pyme — que nacieron entre 2011 y 2016. En esos inicios destacan nombres como PLD Space, Alén Space, Satlantis y Open Cosmos. Cada una, con estrategias y propuestas distintas, pero que crearon los pilares de lo que se conoce como new space.
Desde Elche, PLD Space es la más consolidada. Tanto es así, que se han quitado la etiqueta de 'startup' para ponerse la de 'empresa'. La ilicitana ha diseñado el cohete Miura 1 y prepara el Miura 5, que tendrá su primer vuelo comercial desde la Guayana Francesa en 2026. Su plan industrial, presentado en 2025, prevé escalar la producción hasta 32 cohetes al año en 2030.
Alén Space, nacida como spinoff de la Universidad de Vigo, fue la primera en lanzar cubesats desde España y una de las primeras en atraer inversión privada.
Por su parte, la apuesta de Satlantis, con sede en Vizcaya, es la observación de la Tierra con cámaras de alta resolución. La compañía recibió apoyo de fondos como AXIS-ICO y SEPIDES, y su presidenta es Cristina Garmendia, exministra de Ciencia e Innovación.
En el caso de Open Cosmos, su proyección fue internacional desde el mismo momento de su creación. Fundada en Reino Unido por Rafel Jordá, hoy cuenta con oficinas en Barcelona, Madrid y Sevilla. La firma lidera un consorcio para desplegar una constelación de 30 satélites de observación terrestre y acaba de cerrar una ronda de 50 millones de euros con participación del Santander.
En Málaga, DHV Technology fabrica paneles solares y sistemas de potencia para satélites y hoy cuenta con más de 100 empleados. Su crecimiento, sin rondas externas, se ha apoyado en las ventas a clientes de Europa y Estados Unidos.
La segunda hornada
Tras este empuje inicial llegó la segunda hornada. A partir de 2018 comenzó a consolidarse una segunda generación de startups que han terminado de aupar el ecosistema aeroespacial español.
Empresas como Sateliot, Pangea Aerospace, Fossa Systems, Ienai Space, Arkadia Space o UARX Space son ya referencia. Aunque materializado de diferente manera, su objetivo es común democratizar el acceso al espacio con soluciones más ágiles, sostenibles y competitivas.
Sateliot, fundada en Barcelona en 2018, llegó con la propuesta de desplegar una constelación de nanosatélites para ofrecer conectividad IoT global. En pocos años, ha conseguido atraer a corporaciones como Indra y Cellnex, además de lanzar ya su primer prototipo. Con 90 empleados, ha levantado 70 millones de euros y gestiona contratos comprometidos por más de 250 millones.
En paralelo, Pangea Propulsion -hasta hace unas semanas, Pangea Aerospace- se ha especializado en tecnologías de propulsión avanzada, con motores aerospike y combustibles sostenibles. Su ronda de 23 millones de euros en marzo de 2025 le va a permitir crecer en un terreno todavía con pocos competidores.
Fossa Systems, desde Madrid, ha puesto en órbita decenas de nanosatélites y ya factura alrededor de un millón de euros, con clientes en energía, infraestructuras y agricultura. Por su parte, Ienai Space, con 30 empleados y medio millón de ingresos, centra sus trabajos en sistemas de propulsión eléctrica miniaturizados.
El mapa de esta segunda hornada lo completa Arkadia Space, desde Castellón, que ha validado en órbita sistemas de propulsión verde basados en peróxido de hidrógeno, y UARX Space, en Pontevedra, que desarrolla vehículos de transferencia orbital y mecanismos de despliegue como el RAMI, probado en la Ariane 6 en 2024.
Empleo y facturación desigual
Aunque tratan de remar al unísono, el contraste entre startups y compañías consolidadas se ve claro en las cifras. El tejido emergente lo forman empresas con menos de diez años de vida, equipos de 20 a 90 empleados y facturaciones que apenas alcanzan el millón de euros. Sin embargo, levantan rondas de financiación de decenas de millones y firman contratos que multiplican por cien sus ingresos actuales.
Sateliot es buen ejemplo de ello: 90 empleados, 70 millones de capital captado y una cartera de 250 millones. Frente a ella, Arkadia Space, con 25 trabajadores, factura apenas un millón y depende de una combinación de fondos privados y subvenciones. Por su parte, Ienai Space muestra otra cara de la moneda: 30 empleados, medio millón de ingresos, pero tecnologías con alto potencial estratégico.
En el otro extremo, los grandes actores operan con otra escala que no está al alcance de startups ni pymes. Si atendemos a las cifras proporcionadas por Airbus Defence and Space, este coloso bicentenario emplea a más de 14.000 personas en España (534 en Airbus Space Systems) y facturó 12.082 millones en 2024. Sener, con 4.000 trabajadores y proyectos como Proba-3, o Thales Alenia Space, con 460 empleados en el país, son una muestra de la parte de este mercado ya consolidado.
De hecho, según TEDAE, la Asociación Española de Empresas Tecnológicas de Defensa, Seguridad, Aeronáutica y Espacio, la industria espacial española facturó 1.200 millones en 2023, con un esfuerzo en I+D cercano al 18 % de las ventas. Logro que se explica por la convivencia de dos velocidades: la de las startups que levantan rondas de millones y grandes colosos que gestionan programas multimillonarios
Retos para el impulso definitivo
El impulso está ahí, pero no todo son parabienes. También hay carencias que pueden ralentizar el crecimiento. Una de ellas es la falta de financiación en fases intermedias. Mientras que son numerosas las rondas semillas (llegada de capital para levantar un proyecto en su primera fase) y la inversión pública, falta financiación que las permita escalar.
En la lista de desafíos no puede faltar la omnipresente y tediosa burocracia. Licencias de lanzamiento, certificaciones ambientales o pruebas de infraestructura tiene detrás plazos que se alargan y gestiones rígidas, que tienen su contraparte en otros marcos más ágiles, como el estadounidense.
El talento especializado es otro de los talones de Aquiles. Ingenieros expertos en propulsión avanzada, sistemas térmicos, electrónica espacial o software de vuelo son perfiles escasos y, por tanto, muy demandados en esta industria en cualquier parte del mundo. Aquí la competición por captar los mejores profesionales y retenerlos es feroz.
Por último, la colaboración entre esos grandes colosos, pequeñas y medianas empresas, y startups será decisiva. Contratos públicos, alianzas público-privadas y fomentar la creación cadenas de proveedores locales son esenciales para que el ecosistema espacial español crezca a una sola velocidad.
