Pedro Antonio Gil es un referente dentro del ecosistema inversor y de emprendimiento valenciano. Abogado y economista con una larga trayectoria en el mundo de la abogacía de los negocios, su perfil va asociado al crecimiento y desarrollo del propio ecosistema emprendedor en España, con el foco puesto en su querida Valencia, escenario de la mayor parte de su trayectoria empresarial.
Su incursión en el sector startup llegó casi por evolución natural. Durante 24 años trabajó para Cuatrecasas en Barcelona y Valencia, muy centrado en el área mercantil y fiscal. Este camino fue crucial para que hace poco más de dos años creara su propio despacho: Pedro Gil Abogados.
Ese conocimiento desde las cocinas de los problemas que acarrea la puesta en marcha de un proyecto emprendedor determinó su faceta de inversor y business angel y a le llevó a disfrutar sobremanera -confiesa con una sonrisa cómplice a D+I - EL ESPAÑOL-, con algunos de los proyectos de los que ha formado parte y ha visto crecer.
Nada hubiera sido posible si allá por 2008 no se hubiera cruzado por su camino BIG BAN Inversores, entidad en cuyo nacimiento participó activamente y de cuyos orígenes guarda gratos recuerdos.
"Aterrizo en el ámbito emprendedor por casualidad, por tener buena amistad y relación con los fundadores de BIG BAN, donde me incorporé como uno más de los fundadores", precisa Gil.
Tomás Guillen, Raúl Aznar y Paco Negre -"que son los verdaderos impulsores e ideólogos de la entidad", matiza el inversor- fueron los responsables de que Pedro Antonio Gil entrara en la iniciativa.
"Manuel Julián y yo nos sumamos al proyecto y, en la práctica, como yo sabía de leyes y del ámbito mercantil, me ocupé del área jurídica-legal, centrada en cómo generar vehículos de coinversión en el ámbito de business angels.
Es en este ámbito donde Gil reconoce que han sido bastante pioneros desde BIG BAN Inversores. "Hay que entender que estamos hablando de los años 2008 y 2009, una época en la que, en el ámbito del emprendimiento y la inversión estaba todo por hacer".
Pero, precisamente, por esa cuestión, aquella época fue especialmente apasionante y gratificante para él. "Fuimos de los primeros en crear vehículos de coinversión con muchas fórmulas jurídicas; primero como una sociedad limitada, nos inventamos lo que era la sociedad civil particular sin objeto mercantil".
Eran, sencillamente, otros tiempos y la creatividad se convirtió en su mejor aliado para inyectar gasolina en un incipiente ecosistema emprendedor que trataba de arrancar en medio de una crisis económica y financiera como no se conocía en décadas a escala global.
De hecho, en más de una ocasión, Gil asume que la prueba-error fue el patrón sobre el que fueron avanzando. "Hicimos una primera inversión que pintaba muy bien, nos pusieron encima de la mesa una propuesta de coinversión y la experiencia acabó siendo traumática", se lamenta con la tranquilidad que ya da la perspectiva del paso de los años.
Habilidad para hacer de la necesidad, virtud
"No fuimos capaces de dar respuesta a lo que necesitaba el inversor. Aunque había muchas ganas de invertir, no nos supimos poner de acuerdo en cómo gestionábamos nuestra propia coinversión y no atendimos las necesidades del emprendedor con suficiente agilidad".
Pedro Antonio Gil siempre hizo de la necesidad virtud y la creatividad -y su pasión por ver crecer desde el minuto uno los proyectos- se han erigido en su mejor medio para conseguirlo. Los datos, así lo certifican.
"A partir de entonces hemos puesto en marcha a través de BIG BAN Angels aproximadamente 21 vehículos de estas características que, con una media de 200.000 euros cada uno, han creado a lo largo de estos 13 años una cantidad de dinero interesante".
De hecho, su capacidad para dar rienda suelta a nuevas modalidades de coinversión para pequeños inversores no para en la actualidad. "Vamos a lanzar una nueva modalidad que trata de replicar la fórmula del capital riesgo, para que también sea más ágil la entrada y salida por parte de los inversores", anuncia con orgullo.
Aunque es difícil destacar unos proyectos sobre otros, Gil asegura que su participación en Fourvenues ha sido especial, ya que implicó una implicación emocional, más allá de su función como business angel.
"Este proyecto ha sido como la cuadratura del círculo. Soy también profesor de fiscalidad en EDEM Escuela de Empresarios y esta startup me toca especialmente la sensibilidad porque la han lanzado alumnos míos. Hemos cerrado la inversión y luego la desinversión, la verdad es que un proyecto que está funcionando muy bien", manifiesta con satisfacción.
Otros proyectos descatados en su trayectoria como inversor han sido las fintech Logic Value, con sus disruptoras soluciones financieras, y B-Pay Technologies, con propuestas de referencia en confirming de facturas.
Su carácter agnóstico en cuanto el sector emprendedor al que dirigirse, también le ha permitido participar en otras startups como Closca -empresa referente en productos sostenibles-y Urban Roosters -principal plataforma en Latam del universo del freestyle y el Hip Hop-, en el periodo más reciente.
"Lo motivador de invertir en fases tempranas junto a otros inversores es que aprendes mucho, te lo pasas muy bien y puedes abrir el foco"
"Lo motivador de invertir en fases tempranas y de hacerlo con otros inversores, es que aprendes mucho, no siempre tienes que ser experto en esta área, y te lo pasas muy bien. Yo lo disfruto mucho y me permite abrir el foco", matiza Gil.
El trato personal, ese que permite una prolífera participación de los inversores en las startups en esas etapas tan incipientes es otro de los aspectos que más valora el inversor de esta faceta en su trayectoria.
"Siempre nos ha convencido más la persona y el empuje del proyecto. En ocasiones, llegan con poco más que un power point, está todo por hacer, y ese valor personal es prioritario".
Y es que el ecosistema emprendedor ha cambiado sobremanera desde aquellos ya lejanos 2008 y 2009 cuando comenzó su andadura en el universo startupero.
"El ecosistema ha cambiado tanto que ahora los emprendedores llegan casi con el pacto de socios cerrado"
"El ecosistema ha crecido tanto en estos años que los emprendedores llegan con el manual tan aprendido y casi con un pacto de socios ya cerrado. Al final, has de introducir criterios de cierta lógica", puntualiza.
Echando la vista atrás, su capacidad para orquestar nuevas estructuras en los sistemas de coinversión que, de la mano de los pequeños inversores y business angels, faciliten la llegada de la financiación a las startups es su cualidad más destacada.
Y la maquinaria por encontrar nuevas fórmulas para poder invertir con las ventajas del capital riesgo, pero adaptadas a sus particularidades, continúa a pleno rendimiento.
"No es de recibo es que si somos 30 ó 40 inversores, todos sabedores los riesgos que hay y nos conocemos por haber coinvertido antes la mayoría, los instrumentos jurídicos que tenemos a nuestro alcance no nos permitan invertir o lo hagan a costa de tener dolores de cabeza sobre cómo estructurar esa inversión. Debería haber una fórmula que nos lo permitiera de forma más fácil".
Ley de Startups: cara y cruz
El inversor reconoce que la Ley de Startups ha supuesto un avance para el ecosistema, aunque todavía entraña grandes puntos negros que habrá que ir solventando en el futuro.
"En la práctica, tiene varios inconvenientes grandes y, en particular, las stock options, que introducen un sistema bien pensado, pero que peca del mismo problema que sufre toda la ley de startups: condiciona la condición de empresa emergente, de entre cinco a siete años aproximadamente".
"Jurídicamente, el tema no está bien cerrado. El día que se cumple el quinto año desde que te constituyes como empresa es como si te pegaran un tajo, desaparecen las stock options... no se ha previsto cómo transaccionar esta etapa. Es un corte radical y habría que modular la definición de startup para que no dependa única y exclusivamente de ese plazo temporal", insiste el inversor.
Su dilatada experiencia en la abogacía para los negocios -y su aptitud para echar mano de creatividad allí donde el derecho no llega- se ha convertido en su mejor herramienta para entender las vicisitudes que afrontan estas compañías emergentes, unas empresas que Pedro Antonio Gil ayuda a construir -y disfruta con ello- desde sus etapas más tempranas. En solitario en ocasiones y, en muchos otros casos, en compañía. La fórmula no será perfecta, pero funciona.