El despido y la contratación de Sam Altman, CEO, exCEO y, de nuevo, CEO de OpenAI, ha acaparado la atención de los medios en los últimos días. La junta directiva de la compañía decidió prescindir de Altman el 17 de noviembre “por no haber sido del todo sincero en sus comunicaciones”.
No es la primera vez que el fundador de una prometedora empresa en Silicon Valley es despedido de su propia compañía. El caso más conocido en la historia del sector es el de Steve Jobs y Apple. Tras varios meses de tensiones que enfrentaron a Jobs con la junta directiva y John Sculley, CEO de la compañía por aquel entonces, Apple decidió echar a su fundador en el año 1985 (aunque otras versiones de la historia aseguran que fue Jobs quien dejó la compañía de manera voluntaria).
El despido de Altman, sin embargo, ha sido uno de los más breves de la historia. Después de que la noticia se diera a conocer, 730 empleados firmaron un comunicado amenazando a la junta directiva con abandonar sus puestos de trabajo si el, en aquel momento, exdirectivo no volvía a su puesto como máximo dirigente.
Una grave amenaza, teniendo en cuenta que la plantilla de OpenAI cuenta con unos 770 trabajadores. Microsoft aprovechó el momento y extendió una oferta de trabajo al que ya era, oficialmente, el exCEO de OpenAI. La junta directiva tuvo que ceder ante las presiones y no tardó en dar marcha atrás. El 22 de noviembre llegó a un acuerdo para que Altman se reincorporara como CEO de OpenAI. El despido duró apenas cinco días.
Pero entre tanta prensa y tanto drama, queda todavía pendiente una gran incógnita que no ha sido revelada: ¿qué era lo que ocultaba Altman a la junta directiva? Un despido así solo se justifica con un comportamiento grave que pueda poner en riesgo la totalidad de una empresa.
El cese provocó que salieran a la luz otras informaciones sobre su pasado profesional en Y Combinator. El fundador de esta aceleradora de startups, Paul Graham, contrató a un joven Altman para que liderara las operaciones de la compañía en San Francisco. Cinco años más tarde fue despedido por “anteponer sus intereses personales a los de la empresa”.
Ese tipo de comportamiento sería lo que habría precipitado su despido de OpenAI, según revelaron fuentes anónimas al Washington Post. El apoyo incondicional de los empleados fue lo que impulsó la vuelta de Altman, algo difícil de concebir tan solo unos días antes.
Pausa a los coches autónomos
OpenAI no es la única startup que se ha visto rodeada de polémica en las últimas semanas. La compañía de coches autónomos, Cruise, adquirida por General Motors hace siete años, también atraviesa un momento convulso.
El pasado 2 de octubre, un conductor atropelló a una mujer en San Francisco. La víctima del accidente acabó bajo las ruedas de un coche autónomo de Cruise, que no pudo detectar lo que había sucedido y acabó arrastrando a la víctima varios metros, ocasionándole graves lesiones.
El Departamento de Vehículos de California acusó a la empresa de ocultar información y paralizó las pruebas de vehículos sin conductor de Cruise en el estado. Dos días más tarde, era el propio fabricante el que decidía pausar todas sus operaciones en el país de manera temporal, retirando 400 vehículos autónomos de las carreteras.
Las fichas de este gran dominó comenzaron a caer de manera precipitada. El día 19 de noviembre, el CEO de Cruise, Kyle Vogt, anunciaba su dimisión. Tan sólo un día más tarde, Daniel Kan, cofundador y director de producto, seguía los pasos de Vogt y abandonaba la compañía.
Ninguno de los dos directivos explicaron los motivos por los que dejaban Cruise. El barco se hundía y sus capitanes decidieron ponerse a salvo en uno de los primeros botes salvavidas disponibles.
Tras esta serie de hechos, la gran pregunta es: ¿será viable un mundo en el que puedan convivir los coches normales con los vehículos autónomos?