Lo anunció en marzo y esta semana el Gobierno de Reino Unido ha hecho público su Research and Development Roadmap, un ambicioso proyecto de reformas dotado con una inversión anual de 24.400 millones de euros hasta el ejercicio 2024/2025. "Los objetivos a largo plazo del Gobierno para la investigación y el desarrollo (I+D) son claros: ser una superpotencia científica e invertir en la ciencia y la investigación que proporcionarán crecimiento económico y beneficios sociales en todo el Reino Unido durante las próximas décadas, y construir las bases para las nuevas industrias del mañana". 

Ser una superpotencia científica, objetivos a largo plazo... esta misma semana, el Ministerio de Ciencia e Innovación de España cambiaba las reglas del juego a dos días del fin de la convocatoria del programa de ayudas Misiones del CDTI para incluir con calzador al sector del automóvil; porque hasta esta semana y a dos días de que acabara la convocatoria, al parecer, nadie pensó que fuera preciso hacerlo. Dos formas de afrontar el desafío de nuestro tiempo.

¿En qué está pensando el Gobierno de Isabel II para convertir a Reino Unido en una superpotencia científica? Invertirá el equivalente a al menos 886 millones de euros para establecer un organismo de financiación único e independiente para la investigación avanzada, inspirado en la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA) de EEUU.

Interesante referencia. Crearán una Oficina para el Talento con la misión de "impulsar radicalmente" su estrategia de captación de mentes brillantes (y eso que tienen a Oxford, Cambridge, la Royal Society y la London School of Economics, ahí es nada) y profundizarán en la Global Talent Visa Reform. 

Para promover la conexión de la Universidad y la economía aumentarán el Fondo para la Innovación en Educación Superior (HEIF), han implementado un Fondo de Capacidad de Conexión y un Marco de Intercambio de Conocimiento y desarrollarán el Concordato de Intercambio de Conocimiento. La hoja de ruta plantea, asimismo, una estrategia para impular la creación y atracción de infraestructuras e instituciones líderes a nivel mundial, a las que otorgan la consideración de "activo nacional, que actúa como un imán para el talento internacional, contribuye al crecimiento económico local y nacional, y genera conocimiento y capacidad críticos para la política, seguridad y bienestar del Reino Unido". 

En fin.

En España, a ninguna entidad pública ni entidad privada se le ha ocurrido aterrizar el modelo de prospectiva del World Economic Forum (WEF) a la realidad de nuestro sistema de innovación. ¿Cuáles podrían ser las 10 tecnologías emergentes de nuestro país? El informe lo ha promovido el director del Laboratorio de Nanotecnología Molecular de la Universidad de Alicante, premio Jaime I y miembro del consejo de tecnologías emergentes del WEF, Javier García. Él solito. Le ha ayudado a difundirlo la Fundación Rafael del Pino.

En la presentación, de la que dimos cuenta en estas páginas, Javier García lamentó que España esté tan ocupada en revisar su pasado que no haya hecho el ejercicio fundamental de imaginar su propio futuro. Mientras Londres dice que quiere ser una superpotencia científica, nosotros seguimos ocupados en dividir a la sociedad en bandos.

Cuidado. Por lo general, a los políticos les encanta diluir los problemas en vasijas llenas de planes estratégicos, observatorios y hojas de ruta. Propuestas como las del Ejecutivo de Johnson hay que tratarlas con cautela. Pero sin una referencia rigurosa, con visión de largo plazo y fundamentada sobre la realidad y no sobre la ideología, lo más probable es caer en la improvisación: impensable aspirar a convertirse en una potencia (ya no superpotencia) científica volcada en la innovación. Reino Unido ya demostró con su plan de autosuficiencia energética que es capaz de tomarse a sí mismo en serio. ¿Lo haremos nosotros?

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES