Julio Verne es uno de mis autores favoritos. Tanto él como Asimov han tenido la impresionante capacidad de anticipar mundos futuros que ahora son presente.

Verne se inspiró en el submarino Nautilus, diseñado por Robert Fulton en 1800, para escribir su obra maestra Veinte mil leguas de viaje submarino. El autor describe al Nautilus como una nave avanzada, capaz de navegar a gran profundidad, comunicarse con otros submarinos y albergar a cientos de personas, ahora serían datos.

El capitán Nemo, dueño del Nautilus, es un personaje que combina la ciencia y la filosofía con la rebeldía, perfil muy en línea con los emprendedores tecnológicos de nuestros tiempos.

El Nautilus es también un símbolo de la exploración del mundo submarino, que Verne imaginó con gran detalle y precisión. En ese sentido me recuerda el libro recientemente publicado por Craig Venter, el Elon Musk de la genómica, con el título El viaje del Sorcerer II (The Voyage of Sorcerer II).

En este libro, Venter describe los resultados de su expedición científica en su yate Sorcerer II con el objetivo de recoger muestras y secuenciar millones de nuevos genes de microorganismos marinos, el microbioma del mar, que le han abierto puertas para el desarrollo de nuevos materiales, biocombustibles o fármacos de origen marino. El autor es un genetista emprendedor en serie con buen marketing, pero la idea no es nueva. De hecho, la empresa Pharma Mar lleva más de 25 años buscando nuevos fármacos contra el cáncer de origen marino gracias a su vínculo familiar y la química con el mar gracias a Zeltia y Pescanova.

Estos días, en la COP28, las principales potencias, han intentado llegar a acuerdos globales sobre cómo evitar el colapso del planeta por el consumo de combustibles fósiles, al mismo tiempo que por otro lado estamos digitalizándolo todo, generando más y más datos e instalando más y más centros de datos para almacenarlos. 

Los centros de datos consumen ya más del 3% de la electricidad mundial y el 2% del agua dulce, cifras que, considerando el acceso a aumento de la población y el acceso a internet (más con la inteligencia artificial), seguirán creciendo exponencialmente. De hecho, Europa necesitará en 2030 más de 820 millones de metros cúbicos de agua anuales solo para que podamos usar internet.

En España se están instalando grandes centros de datos más allá de Barcelona y Madrid, dado que hay menos limitaciones en cuanto a la red eléctrica existente, los terrenos y los recursos naturales. Por ejemplo, Meta ha creado su centro en Talavera de la Reina, mientras que Microsoft y Amazon han anunciado grandes inversiones en centros de datos en Aragón aprovechando el apoyo a las renovables y el acceso a talento. Igualmente se exploran País Vasco, Galicia, Castilla-La Mancha o Extremadura.

Para mejorar la sostenibilidad de los centros de datos y reducir su presión sobre el agua, se necesitan medidas como el uso de fuentes de energía renovables, el aprovechamiento del agua de lluvia o de mar, la optimización de los sistemas de refrigeración y la ubicación de los centros de datos en lugares con menor demanda y mayor disponibilidad de agua como es el mar.

En este sentido, empresas como Meta ya hace tiempo que tiene parte de su infraestructura de cómputo en lugares fríos como Luleå, en Suecia, Microsoft en el fondo marino de las Islas Orkney, en Escocia y Beijing Highlander Digital Technology está cerca de finalizar la construcción de la primera etapa del primer centro de datos comercial submarino del mundo en la isla de Hainan.

Sea como fuere, no hay alternativas a los centros de datos, pero si al consumo energético y de agua y es por ello que, si el capitán Nemo volviera a navegar, vería que el Nautilus hoy en día es un centro de datos a gran profundidad conectado por cables submarinos.

PD: En la era del humanismo tecnológico, cuidado con los tóxicos, trepas, troyanos y trolls y rodearos SINERGENTES que siempre suman aptitudes, equipo y valores.