Hace poco leí el informe Índice de Inteligencia Artificial (IA) 2023 de la Universidad de Stanford, donde se recoge que tan sólo en Estados Unidos los inversores apostaron por unas 542 empresas nuevas en el sector en 2022. Mientras tanto, en China se financiaron unas 146, en el Reino Unido unas 99 y en el total de la Unión Europea alrededor de unas 100.

A todo esto, China es ya líder en publicaciones en IA y patentes, siendo Huawei la empresa que más tiene. Es decir, de momento la concentración del poder de procesamiento necesario para desarrollar los sistemas de IA está en manos de unas pocas corporaciones y países.

En esta línea, me llama la atención un documento que muestra cómo se está concentrando la actividad de las empresas y el talento en IA en Estados Unidos en pocas áreas metropolitanas. En concreto, en San Francisco y San José, representando aproximadamente una cuarta parte de la información sobre conferencias, patentes y empresas de IA, contando con Stanford y la Universidad de California, así como muchos de los actores de la IA, como Alphabet, Facebook, Salesforce y Nvida.

A estas dos ciudades, se añaden 13 más, adoptantes de IA, que abarcan aproximadamente dos tercios de los activos y capacidades de IA de los EEUU. Es decir, relativamente pocos lugares impulsarán la mayor parte del desarrollo de IA, lo que implica que los "ricos" en IA sólo se vuelven más ricos y que la concentración daría lugar a "desiertos" de IA que podrían limitar su variedad, accesibilidad y potencial  para mejorar la calidad de vida en muchas comunidades.

Después de leer el informe, y dado el impacto de la IA en todos los sectores, preocupa el hecho de que quien no tenga talento, empresas o capacidades, será un desierto de la IA, sin talento, ni poder ni riqueza. Si este estudio lo escalamos al mundo, imaginaros de qué estamos hablando: regiones cráteres del conocimiento. En cierta manera estamos generando el algoritmo de la pobreza que, como siempre, va por barrios, en este caso de IA.

Es una contradicción que las tecnologías digitales, incluida la IA, permitan un mundo totalmente conectado y más eficiente en cuanto a los recursos, que democraticen el acceso al conocimiento, pero a la vez sigamos concentrando la riqueza –en este caso en forma de talento, inversiones e infraestructuras– en unos pocos. 

El informe de la Unión Europea de seguimiento de la Declaración europea sobre los derechos y principios digitales para la década digital, alerta justamente de la necesidad de generar talento y polos de innovación en estas áreas y, por eso, destaca la necesidad de acelerar y profundizar los esfuerzos colectivos, en particular mediante medidas políticas e inversiones en tecnologías, capacidades e infraestructuras digitales.

Es en este contexto en el que se detallan una serie de medidas de transformación digital, que promueven la soberanía tecnológica y la competitividad europea para desarriesgar o minimizar el riesgo de ser dependientes de otros países. Estas medidas se centran en cuatro áreas, especialmente sensibles, en las que los 27 países tendrán que establecer medidas específicas para su protección y que pueden acabar en restricciones a su venta a terceros países. Se trata de semiconductores, inteligencia artificial, tecnología cuántica y biotecnología.

La carrera tecnológica global está en marcha y si no lo hacemos nosotros, nos lo harán; y si nos lo hacen, tendremos desiertos de la IA y seremos aún más dependientes de estos países y corporaciones y, por tanto, más pobres, porque el algoritmo de la pobreza ahora se basa en desiertos tecnológicos.

 PD: En la era del humanismo tecnológico, cuidado con los tóxicos, trepas, troyanos y trolls y rodearos SINERGENTES que siempre suman aptitudes, equipo y valores.

*** Áurea Rodríguez es experta en innovación y tecnología humanística.