Florin Talpeş vivió la caída de la Unión Soviética desde su natal Rumanía. Ese año, plagado de turbulencias e incertidumbres al otro lado del telón de acero, este matemático de formación -y bailarín por diversión- vislumbró que no sólo que la informática sería fundamental en el futuro que se avecinaba, sino que la ciberseguridad sería su gran talón de Aquiles. Por ello, junto a su mujer, Mariuca, fundó Softwin.

En sí mismo, esto ya fue un hito: fue la primera compañía de software rumana de la historia. Pero lo que siguió es más espectacular si cabe, digno de una producción vitalista y heroica de esas que gustan en Hollywood: Softwin dejó paso a Bitdefender, valorada en 2017 (últimos datos disponibles) en unos nada desdeñables 600 millones de euros y pendiente de que soplen mejores vientos para salir a Bolsa.

Pero no es esa historia de superación y visión la que me ocupa en esta columna. La pasada semana tuve ocasión de conocer a Florin Talpeş en un evento organizado por su compañía en Bolonia. Tuvo la Diosa Fortuna el mal empeño de arrojar lluvias torrenciales sobre la región y convertir la ciudad en un caos absoluto (y eso que no fue el área más afectada, vayan los respetos a los fallecidos y afectados por delante). 

¿Qué hubiera hecho un directivo de su calado ante un impedimento súbito que echa por tierra su gran cita del año? Lo más probable es que imaginemos un refugio improvisado en alguna habitación del hotel, rodeado de sus colaboradores que le traerían propuestas de resolución aceptadas con mayor o menor agrado por el 'capo' de la familia. Disclaimer: estoy enganchado a Succession (HBO) y ello puede afectar notablemente a mi salud y a la de este texto.

Pero la realidad puede sorprendernos, en este caso positivamente. Florin Talpeş no sólo no dio la cara por su empresa ante la prensa acreditada sino que, ni corto ni perezoso, se puso el primero de su equipo a la hora de organizar transportes alternativos, resolver dudas logísticas o mantener entretenida a la tropa. Incluso llegó a pagar en efectivo a los taxis que finalmente acudieron a nuestro rescate o ayudó a los camareros de un restaurante a sentar a los numerosos invitados.

He de reconocer que nunca en mi vida he visto a un CEO sacar su cartera, pagar un taxi a un tercero y hacer de camarero. Y todo en el mismo día. Estoy más que acostumbrado a otro perfil, el del directivo que acude rodeado de su séquito, que prácticamente sigue los dictados de sus asesores que le guían por cada recodo de su agenda. 

Aturdido todavía con su perfil, aproveché la cena que compartimos para preguntarle a Florin Talpeş por su actitud durante el día. "No creo en las estructuras jerárquicas, aquí el primero que pueda ayudar debe hacerlo y si soy yo, pues lo hago", respondió como si fuera lo más natural del mundo. ¿Cuántas veces hemos oído hablar de estructuras horizontales, de romper con los esquemas de mando, para acabar siendo más de lo mismo?

El mejor ejemplo, como en esta ocasión, se predica con la acción. Un unicornio dentro de un ecosistema acostumbrado a las costuras estrechas y los protocolos anquilosados; un gesto de humildad que, por lo pronto, merecía ser reconocido públicamente.