Esta semana publicaba una entrevista -con extraordinaria acogida, dicho sea de paso- con los profesores del MIT Florian Allroggen y Donald Sadoway. En ella, hablamos de los numerosos retos y desafíos de las alternativas de movilidad eléctrica y las limitaciones de las baterías que montan los coches e incluso aviones de nuevo cuño.

Pero no podía dejar pasar la ocasión, ante dos perfiles de tamaña importancia, para tratar otro asunto de extraordinaria relevancia: la interrelación entre la investigación y la innovación, entre la Universidad y la empresa. Una dialéctica no siempre sencilla, la de la transferencia de conocimiento, de la que España ha adolecido históricamente y que tiene en instituciones como el MIT a sus referentes.

"Casi nunca he visto una tecnología nueva que haya surgido de la empresa, porque no suele invertir en investigación a largo plazo. La Universidad, en cambio, es un lugar para el pensamiento libre", defendía Sadoway ante mi pregunta.

Aunque no todo es tan bonito como parece en la histórica y bella Boston.

"Me entristece la lentitud y la burocracia que hay en la Universidad. Es como el Renacimiento: puedes hacer lo que quieras mientras tengas un patrocinador. Y si tienes una propuesta realmente radical, es probable que no te la financien porque se ajusta a sus criterios", explica el científico, responsable de cerca de cuarenta patentes. "Ya no tenemos esa olla de 'dinero loco', que podría ser un 10% del presupuesto total y dedicarlo a ideas que no están tan especificadas, más arriesgadas".

Las baterías líquidas para almacenamiento estacionario que inventó el propio Donald Sadoway sólo han sido posibles gracias a una de estas vías de financiación "no contaminadas "por los burócratas sedentarios" que dominan hoy los comités de selección y de revisión de propuestas.

Con un ademán de desesperación, Sadoway va más allá en su apelación. Demanda que se deje de tener en cuenta la probabilidad de éxito de un proyecto de investigación o su aplicabilidad inmediata en el mercado para tener en cuenta el impacto en caso de que salga adelante. Esto es, que se busque ir más allá de pequeños avances evolutivos, necesarios por supuesto, pero que no responden al principio básico de la investigación científica: llegar adonde nunca hemos llegado antes.

De tal modo que, sí, dejad que los innovadores proliferen en la Universidad. Y apoyen, desde la empresa, la investigación. Que los dos polos se entiendan, compatibilizando los recursos y capacidades de lo privado con el "pensamiento libre" de la Academia. Dejad, por tanto, que los innovadores se acerquen a todos los lugares, dejad que se acerquen a mí.