A medida que las máquinas se vuelven más inteligentes y ‘humanas’, no tenemos que temer que esto nos haga a nosotros menos humanos. De hecho, como siempre digo, su función es empoderarnos, mejorarnos y, potencialmente, hacernos ser aún más humanos.

Kristian Hammond, profesor en la Universidad Northwestern, lo expresó fantásticamente en su TEDTalk de hace unos años: "A medida que humanizamos las máquinas, dejamos de mecanizarnos". En otras palabras, cuanto más eficaces se vuelven las máquinas para hacer tareas repetitivas por nosotros, más capacitados estaremos nosotros para dedicar nuestro tiempo y energía en tareas interesantes y creativas, lo que nos conducirá hacia una mayor realización personal.

A medida que la tecnología avanza, la relación entre humanos y máquinas se vuelve interdependiente y se acerca a la simbiosis. Nuestras capacidades y las de las máquinas se complementan, lo que nos permite perseguir objetivos que ni nosotros ni ellas podrían alcanzar solos.

En muchos campos, como el transporte o las telecomunicaciones, los seres humanos empezaron construyendo herramientas: tecnologías básicas para satisfacer una necesidad que no podemos alcanzar sólo con nuestras capacidades. Ejemplos de estas herramientas son los vehículos que utilizamos para transportar objetos pesados o los microscopios para visualizar detalles minúsculos.

A continuación, convertimos estas herramientas en máquinas, desde tecnologías básicas hasta otras más ergonómicas y fáciles de usar que sustituyen parte o todo el esfuerzo humano, requiriendo únicamente el control humano. Ejemplos de este paso son el paso de los carros tirados por caballos a los coches, del telégrafo al teléfono fijo o de los ordenadores como proyecto académico pionero a los omnipresentes ordenadores en nuestras casas y oficinas repletos de software ofimático y empresarial.

El siguiente paso del progreso tecnológico es la automatización, donde el elemento de control humano se sustituye por un algoritmo. Por la inteligencia artificial. Los humanos hacen que la tecnología sea más inteligente y autónoma, y la tecnología pasa a ser capaz de aprender de los humanos y mejorarse a sí misma. Los teléfonos fijos se convierten en smartphones, con la capacidad de aprender el comportamiento del usuario y adaptarse a él; los coches desarrollan funciones como el GPS y el control de crucero, y acaban por no tener conductor.

Este nivel de tecnología incluye el aprendizaje automático, la visión por ordenador, el procesamiento del lenguaje natural y la automatización automodificable. Los comandos que desencadenan los procesos automatizados pasan de ser manuales, como pulsar un botón o teclear un comando, a ser impulsados por eventos, como configurar una respuesta fuera de la oficina para que se envíe cada vez que llegue un correo electrónico, y, finalmente, a ser activados por la voz, por ejemplo, pidiendo a Siri que marque un número de teléfono o busque alguna información en internet.

Con el tiempo, la tecnología será capaz de entender el lenguaje natural e incluso anticiparse a tus necesidades, haciendo sus propias sugerencias sobre las tareas que te gustaría que hiciera por ti. Los dispositivos de entrada y salida se integran mejor con el software, agilizando los procesos automatizados y eliminando a los humanos del bucle para el funcionamiento rutinario, requiriendo únicamente la supervisión humana cuando ocurre algo inesperado. La automatización se convierte en automatización inteligente.

Por último, la interacción hombre-máquina se convierte en una simbiosis hombre-máquina. El internet de las cosas (IoT) se convierte en el internet de los cuerpos (IoB) y de los comportamientos, permitiendo a los humanos mejorar su vínculo con la tecnología llevando dispositivos o incrustando sensores o chips en sus cuerpos. Casi ‘ná’.

Algunas empresas ya utilizan chips RFID implantables como llaves o tarjetas de acceso. Las interfaces cerebro-ordenador externas pueden leer las señales EEG, u ondas cerebrales, lo que permite a los paralíticos teclear o controlar sus sillas de ruedas. Del mismo modo, los sensores pueden registrar la actividad eléctrica de los músculos, lo que, unido al aprendizaje automático para traducir esta actividad eléctrica en movimientos previstos, puede permitir a los amputados controlar sus manos y pies protésicos.

Lo que viene…

En un futuro próximo, los chips cerebrales, como el Neuralink de Elon Musk, podrán mejorar aún más la conexión y el ancho de banda entre los humanos y las máquinas y difuminar los límites entre ellos. Nos convertiremos en biónicos y lograremos algo parecido a la telepatía, al comunicarnos con otros a través de nuestros chips cerebrales sin hablar ni escribir, o a la telequinesis, al utilizar nuestros chips cerebrales para controlar objetos del mundo físico.

Algunos autores han sugerido un paso más en este proceso: la trascendencia de nuestros cuerpos humanos individuales y la aparición de un cerebro global. Los humanos, mediante sus chips cerebrales, y los sistemas de Inteligencia Artificial estarían todos conectados al cerebro global, lo que podría permitirnos experimentar una telepatía completa e incluso viajar utilizando únicamente nuestros pensamientos, muy útil si nos vuelven a confinar. Es comprensible que muchas personas se muestren ambivalentes o reticentes a ser subsumidas en un cerebro global, pero merece la pena reconocerlo como un posible estado final de la creciente simbiosis entre humanos y máquinas.

… y para qué…

Lo más importante que se desprende de todo esto es que, al crear aplicaciones tecnológicas, las empresas deben tener en cuenta estas tendencias para seguir siendo relevantes y estar alineadas con la dirección probable del progreso. Todo un reto, para qué nos vamos a engañar…

Esto significa diseñar la tecnología y las interfaces para que se centren en las personas, pero de verdad, con el objetivo de limitar la fricción entre éstas y la tecnología. En la práctica, esto significa interfaces intuitivas y fáciles de usar en las que las personas no tengan que hacer un esfuerzo cognitivo para pensar, como arrastrar y soltar o las astucias visuales, o, mejor aún, las interfaces verbales.

Y para lograrlo sí o sí, estos tres principios han de tenerse siempre presente:

· Accesibilidad: Hacer que la tecnología sea más accesible para los profanos, aprovechando interfaces intuitivas como la función de arrastrar y soltar, pantallas amigables y funcionalidades sin código. Con interfaces fluidas y sin fricciones, en particular utilizando el procesamiento del lenguaje natural para permitir que las interfaces verbales se relacionen con las personas.

· Transparencia: La tecnología ha de ser digna de confianza proporcionando transparencia, dando explicaciones sobre cómo se hacen las predicciones de aprendizaje automático o adoptando una cultura de caja de cristal sobre cómo se utilizan los datos personales de las personas.

· Valor: Imprescindible ofrecer servicios de alto valor añadido, adaptados a las necesidades de las personas, comprendiéndolas mejor, por ejemplo, mediante la recopilación y el análisis de los datos de uso. Otras tecnologías, como las canalizaciones de datos de extremo a extremo y el aprendizaje automático, pueden ayudar en este paso.

La tecnología está construida por personas y para personas, y tiene que estar lo más cerca posible de éstas para servirles mejor. A medida que las aplicaciones tecnológicas avanzan, los ganadores serán los que estén más cerca de sus usuarios. Esto implica cultivar un profundo conocimiento de éstos y aprender a colaborar estrechamente con ellos con un mínimo de fricción. ¿Empezamos?