Blockchain es una de las tecnologías de mayor expansión en la actualidad y los expertos confían plenamente en su potencial. Sin embargo, dado que la cadena de bloques está vinculada a las criptomonedas o los NFT, constantemente se la asocia con operaciones poco éticas. ¿Podemos dar por válida esta opinión? Convendría reflexionar al respecto si queremos desatar todo lo que puede ofrecer la blockchain.

Profesionales de diversos ámbitos esperan que esta tecnología marque una diferencia significativa en la sociedad. Por tanto, algo que aspira a promover cambios profundos merece ser revisado desde la perspectiva de la ética. Después de todo, tecnologías tan influyentes como la inteligencia artificial o la biotecnología también se estudian en detalle para lidiar con retos como el sesgo, la discriminación o el racismo.

Lo mismo se debe hacer con la blockchain. Dicha tecnología existe desde hace más de una década, pero para la mayoría de las personas su concepto continúa siendo un misterio. Esto se debe en gran parte a las distintas aspiraciones que se tienen con ella. Precisamente, uno de los retos que plantea la blockchain es este: hay que tener cuidado de no prometer demasiado en términos de lo que la tecnología puede ofrecer realmente.

¿Quién asume responsabilidades?

Blockchain promete varias cosas, como seguridad, privacidad, mayor eficiencia e integridad, todo ello como resultado de la eliminación del riesgo que supone la centralización. Ese carácter menos autoritario crea problemas de rendición de cuentas. Si algo sale mal o se comente un delito, ¿quién debe ser considerado responsable?

La naturaleza de la blockchain nos demuestra que su relación con la actividad delictiva es muy estrecha. En este aspecto, la cadena de bloques cuenta con un mal que parece endémico y son todas esas transacciones producto de la fuerza, el miedo o el fraude. Para combatir esta situación de riesgo, hacen falta instituciones mediadoras con carácter autoritario que aporten supervisión y que proporcionen seguridad, evitando su uso indebido.

No olvidemos cuál es el origen de la blockchain: se buscaba una oportunidad para evitar la supervisión de gobiernos y reguladores sobre las actividades económicas. Descentralización e inmutabilidad, características a las que el tiempo y los hechos han puesto un signo de interrogación. Cabría preguntarse, desde la perspectiva ética, si todas aquellas organizaciones nacidas en blockchain responden ante cualquier circunstancia o si sus responsables ‘dan la cara’ cuando las promesas no se cumplen.

¿Los desarrolladores sufren consecuencias si actúan de manera sesgada o tienen conflictos de intereses? También existen desafíos jurisdiccionales, puesto que la blockchain es global y las leyes de un país o estado no se aplican universalmente. Por tanto, hay retos que, a priori, se muestran complejos y conviene contar con unas reglas éticas adaptadas a esta tecnología.

Hagamos un ejercicio muy sencillo e imaginémonos plataformas tan reconocidas como Instagram o YouTube en manos de sus comunidades. ¿Esta independencia genera preocupaciones? Dado que la blockchain permite crear organizaciones descentralizadas sin cabezas visibles, la responsabilidad y la ética no están nada claras. En cadenas de bloques públicas como bitcoin se supone que las reglas de software compartidas determinan automáticamente qué comportamiento está permitido.

Pero, claro, la blockchain no son solo criptomonedas ni sirve únicamente como un libro de transacciones públicas de bitcoin. Ese propósito inicial ya ha quedado atrás. Ahora, los servicios financieros, los contratos inteligentes, el comercio online, la cadena de suministro, la logística y la lucha contra la falsificación, entre otros, se presentan como sectores favorables para ser potenciados por la cadena de bloques.

Es indispensable plantear la seguridad ética como uno de los pilares del futuro de la blockchain. Conviene plantear posibles soluciones al problema general de la responsabilidad con la introducción de un conjunto de directrices universales. Al mismo tiempo, las promesas de los expertos deben ser realistas y no excesivas en cuanto al potencial de la tecnología. El debate está encima de la mesa.

*** Mariona Campmany es Digital Identity and Innovation Lead en Mitek.