Grandes filósofos y científicos han reflexionado sobre la curiosidad desde la Antigua Grecia. Pero me gustaría empezar haciendo referencia a esta cita de Albert Einstein: “Lo importante es no dejar nunca de preguntar. La curiosidad tiene sus propias razones para existir”.

Y es que no podemos obviar que la humanidad ha progresado a medida que ha ido dando respuesta a los múltiples interrogantes que han surgido a lo largo de la historia y es, precisamente, el instinto innato de la curiosidad el que alimenta el deseo de aumentar nuestro conocimiento y nos motiva a seguir haciendo preguntas.

Si bien esta curiosidad ha estado asociada tradicionalmente a campos como la ciencia o el arte, es evidente que el mundo empresarial también se ha visto beneficiado de ella. En las organizaciones la curiosidad está estrechamente ligada con la innovación, con la capacidad de hacer las cosas de forma diferente. A través de las preguntas correctas los líderes pueden encontrar las respuestas adecuadas para hacer que sus organizaciones avancen.

Pero para que esta curiosidad sea verdaderamente transformadora debe tener a su disposición las herramientas y la tecnología adecuadas. Hoy en día tenemos acceso a una ingente cantidad de datos fruto de las interacciones que realizamos con la tecnología, unos datos que una vez analizados pueden convertirse en información útil.

Es aquí donde entran en juego tecnologías habilitadoras, como la analítica avanzada o la inteligencia artificial, gracias a las cuales hoy es posible encontrar respuesta a preguntas que hasta hace poco eran infranqueables. Eso sí, sin perder la perspectiva: la tecnología no es el fin, sino el vehículo de la innovación; si bien es cierto que la elección de ese vehículo nos puede permitir llegar más lejos, antes o mejor.

Educar en la curiosidad: abriendo el camino al talento

Una vez que tenemos la curiosidad y la tecnología a nuestro alcance, falta un tercer elemento en esta ecuación: la educación. Durante los últimos meses, a raíz de la desinformación relacionada con la pandemia, hemos sido conscientes de la importancia de la alfabetización de datos, entendiéndola como la capacidad de consumir, interpretar y comprender datos.

Se trata hoy en día de una habilidad esencial, no sólo para científicos y matemáticos, sino para cualquier persona que quiera alcanzar el éxito tanto en el ámbito individual como profesional. Aquí, será fundamental la colaboración público-privada para dotar a la sociedad de los conocimientos y recursos necesarios para entender y desarrollar la alfabetización de datos.

Aunque el mundo académico juega un papel fundamental en este reto educativo, creo que todos, en nuestras familias y como sociedad, tenemos la responsabilidad de enseñar a los jóvenes a ser curiosos, a querer aprender y a hacerse preguntas, de forma que sean capaces de poner la tecnología a su servicio y no al contrario.

A modo de ejemplo, mucha gente hoy en día no es consciente de que está expuesta constantemente a algoritmos de inteligencia artificial y del impacto que tiene en sus vidas. En este sentido, sólo aquellos que conozcan cómo funciona la tecnología podrán utilizarla en su propio beneficio.

Comenzaba este artículo haciendo referencia a una cita de Albert Einstein y me gustaría terminar de la misma forma. Él dijo “No tengo ningún talento especial, simplemente soy apasionadamente curioso”.

Y yo creo firmemente que el talento por sí solo no nos lleva al éxito. Únicamente si éste va acompañado de la curiosidad y la pasión tendrá la capacidad de disrupción e innovación que necesitamos en las organizaciones y en la sociedad para poder abordar los grandes retos que tenemos en el horizonte, como la sostenibilidad o los nuevos modelos productivos derivados de la pandemia.

*** Christian Gardiner es director general de SAS Iberia.