Ahora o nunca es el lema con el que la patronal AMETIC ha querido envolver la 34º edición de su congreso anual. Una llamada lógica a la acción, a ‘ponernos los machos’ y lanzarnos al ruedo de una transformación digital a la que llegamos tarde. "No sé si es la última oportunidad que tenemos, pero sin duda es una inmejorable oportunidad", repite una y otra vez un convencido Pedro Mier, presidente de la asociación, en referencia a la lluvia de millones que llegarán desde Bruselas para encarar la reconstrucción de nuestro tejido económico.

"El 40% del tejido económico en Estados Unidos es digital y fue uno de los países que menos sufrió la pasada crisis económica. Tenemos la receta y ahora tenemos la oportunidad de sumarnos a esta ola con los 140.000 millones de la Unión Europea", añadía Luis Pardo, CEO de Sage. Oportunidad, urgencia, última llamada a subirse a una tabla de salvación compuesta de unos y ceros que, sin embargo, nos puede hacer caer en un error casi peor que la inacción: la precipitación.

"No nos obsesionemos con la digitalización: es un mecanismo para vender más y que, a su vez, necesitamos para crear valor y poder vender más", explicaba un pragmático Ezequiel Navarro,  CEO de Premo Group. Se agradece esta bajada del gran y ostentoso, que no por ello menos necesario, discurso para aterrizar en una realidad más que obvia pero obviada por muchos: la digitalización sin control no sirve de nada. Y ante esa ansiada oportunidad que nos brinda el maná europeo, el tejido empresarial digital -empezando por su propia patronal-está comenzando a defender una pausa, un momento de reflexión en el que decidir qué y cómo vamos a desarrollar esa estrategia revolucionaria sin caer en los fracasos, ineficiencias y proyectos vacíos de contenido del pasado.

Son pequeños y sutiles cambios en los parlamentos de los grandes actores de la industria tecnológica patria, pero representativos de la responsabilidad con que parece que -esta vez- vamos a encarar esta reconstrucción de nuestro modelo económico. Y, por suerte, impera la sensación de que el Gobierno (al menos de palabra, veremos que ocurre con la obra u omisión) también comparte ese diagnóstico de que mejor es pararse para coger impulso antes de optar por caminos oportunistas en lugar de por los designios realmente oportunos. 

Es el caso, por ejemplo, Teresa Riesgo, secretaria general de Innovación: "Nuestro reto es aumentar el impacto de las inversiones en tecnología. Y pensar cómo podemos ayudar a las empresas, porque muchas veces las compañías no necesitan que financiemos su I+D, que pueden obtenerla por otras vías, sino que les dejemos probar sus tecnologías en la Administración Pública como primer cliente". Por fin cala el sentido común en la Administración de que inyectar dinero no es la solución mágica que resuelva todos los males del mundo. Ojalá ese regalo dinerario que nos envían nuestros socios europeos sea usado con esa misma cabeza y no acabe siendo un regalo envenenado.

Eso sí, que este imperio de la lógica no deje de lado la necesidad de incrementar de forma notable la inversión en digitalización. Y no hablamos solo de programas como los que canaliza Red.es o la Secretaría de Estado del ramo: debe ser una prioridad inversora en todos los verticales donde el Ejecutivo tiene actuación directa o indirecta.

"Es muy curioso lo que ha ocurrido con el Plan de Choque para la Ciencia que el Gobierno anunció tras la Covid-19, con 1.000 millones de euros de dotación. En esa cantidad, hay mucha inversión hacia biotecnología como es normal, pero sorprenden algunas partidas como 25 millones de euros para movilidad, 51 millones para biodiversidad, 65 millones para aeronáutica, 85 millones para un buque de investigación oceanográfica y otros 100 millones para infraestructuras de movilidad. Son áreas que pueden necesitar de apoyo público, pero esto es un plan de Ciencia y no de Economía. En cambio, hay cero euros dedicados a tecnologías digitales", criticó duramente Antonio Azcorra, líder de IMDEA Networks.

Precisamente inculcar lo digital en todos los poros de la extensa piel de la Administración debe ser el objetivo principal y casi único de esa pausa imprescindible.