Cuando hace un par de años, en el transcurso de un almuerzo, el director mundial de estrategia y planning para partners de Intel, el español José Carlos Martínez Sabater, explicó que su compañía estaba buscando en Estados Unidos profesionales con conocimientos de litografía, una forma artesana de impresión medieval, era difícil adivinar si estábamos ante una excentricidad de gigante tecnológico o ante un yacimiento insospechado de futuros empleos.

Con el tiempo nos hemos ido encontrando este tipo de aparentes asincronías, tan del gusto de la segunda ola digital. A expertos del área de humanidades, por ejemplo, se les sitúa al frente de una buena parte de los conglomerados de conocimiento que trabajan en la frontera de la inteligencia artificial. Algunos de ellos filósofos.

Recuerdo que en un evento en el que participé, como entrevistador del director de la planta de Ford, Dionisio Campos, comenté que los de INNOVADORES habíamos estado en el ecosistema Oxford-Cambridge, en Reino Unido, escudriñando uno de esos monumentales grupos de trabajo sobre IA, y habíamos descubierto que algunas compañías fichaban a filósofos a razón de un millón de libras de sueldo anual. Sentada en la primera fila, la gran profesora Adela Cortina dio un respingo en la silla.

Martínez Sabater habló también de entrenadores de robots, como una de las nuevas líneas de formación de Stanford, y de varias otras cosas sorprendentes y, en efecto, embriagadoramente asíncronas. Pero Intel no iba de farol. La empresa alemana ASML tenía lista ya en aquel momento una máquina de litografía ultravioleta extrema (EUV) que ninguna otra compañía ha conseguido igualar, pese a los intentos de firmas como Nokia y Canon.

El ingenio cuesta 120 millones de dólares y genera cada segundo 50.000 gotas de estaño fundido que son disparadas con láser dos veces: una, para darles la forma de una pequeña lata; y otra más, para vaporizarla en un plasma que emite la radiación ultravioleta. Ésta se enfoca en un haz y rebota a través de una serie de espejos tan lisos que si se expandieran al tamaño de Alemania no tendrían un espesor superior a un milímetro. Finalmente el rayo EUV golpea una oblea de silicio, con una precisión equivalente a lanzar una flecha y acertar a una manzana situada en la luna, y genera como resultado transistores de cinco nanómetros, billones de transistores por cada una de esas obleas que acabarán convertidas en chips de última generación. Hoy ASML vale en bolsa 150.000 millones de dólares, más que IBM y muy cerca de Tesla.

El caso es que la tecnología EUV se ha puesto encima del tapete de la confrontación geopolítica y económica de bloques de los últimos tiempos, como ha evidenciado en un artículo el investigador del Center for Security and Emerging Technology (CSET) de la Universidad de GeorgeTown, Carrick Flynn. Y todo porque China no dispone de experiencia en el arte de la litografía, de modo que necesita las máquinas de ASML, las más avanzadas que existen, para no quedarse fuera de la carrera por los chips de última generación. Lo cual convierte a un saber medieval nada menos que en un asunto de guerra comercial de máxima sofisticación tecnológica en pleno siglo XXI.

¿Deben las democracias occindentales armar a un potencial rival económico con la tecnología de litografía ultravioleta extrema?, se preguntan algunas voces. No deja de ser un contrasentido que países que abanderan el libre mercado aboguen por restricciones a la comercialización de determinados bienes de equipo, pero en temas de tecnología muchos no quieren hacer amigos (y, no nos engañemos, tras los grandes acuerdos comerciales siempre, siempre, siempre, ha habido cambio de cromos, un juego peligroso en el que el Sur de Europa no ha salido casi nunca bien parado).

La innovación se está convirtiendo en un asunto de seguridad nacional y convendría conocer la estrategia de nuestros Gobierno y Parlamento al respecto. Porque la sensación que transmiten es que no somos conscientes del conocimiento con valor estratégico que poseemos, como si, en realidad, el tema no fuera con nosotros.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES